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En un pequeño sondeo a usuarios del Sistema de Transporte Colectivo Metro, en la Línea 2 (la azul) y la Línea 1 (la rosa), al preguntar si sabían quién había creado aquellos íconos, la mayoría respondió que no, pero que les resultaban de gran utilidad para ubicarse en la ciudad, pues incluso, la mayoría sabía que las imágenes guardaban relación con algo que existía o había existido al exterior de la estación en cuestión.
“Sé, por ejemplo, que el Metro Tepito tiene un guante de box porque esa parte de la ciudad ha sido la cuna de varios boxeadores muy importantes como Luis Villanueva Kid Azteca; además de que esa imagen en realidad se usó en las competencias de box en las olimpiadas de México 68”, relató Hugo, un joven de 20 años, que a diario utiliza la línea azul para trasladarse de su casa a la universidad donde estudia.
Hugo, incluso, fue el único de los entrevistados que supo el nombre del creador de algunos de los íconos del metro: Lance Wyman. “Fui hace dos años a una exposición de este artista al Museo Universitario de Arte Contemporáneo en CU y ahí me enteré de lo que hizo en las olimpiadas y en el Metro”.
Y es que, precisamente, el estadounidense Lance Wyman junto con otros cinco diseñadores gráficos extranjeros de renombre (David Palladini y Robert Pellegrini de Italia, Michael Grozo de Suecia y Murdoch de Inglaterra) fueron los encargados de crear la identidad de los únicos Juegos Olímpicos que se han realizado en el país.
Ellos decidieron los colores, formas, letras e imágenes que serían el rostro de las Olimpiadas, pues en aquel entonces sólo había una universidad en México que impartía la licenciatura de diseño gráfico, y tuvieron que reforzar algunos de los conceptos previamente creados por los arquitectos mexicanos —Manuel Villazón o Jesús Virchez— en la construcción de las sedes olímpicas.
A estos cinco personajes se les envió un mes de viaje al interior del país para que conocieran y se familiarizaran con la tradición y la ornamentación de las fiestas populares de la nación, con la finalidad de que pudieran transmitir la esencia de la cultura mexicana.
Después de que se anunciara a México como sede oficial de los Juegos Olímpicos de 1968, el país se vio presionado por otras naciones para que la máxima justa deportiva fuera, como mínimo, de una calidad parecida a los juegos en Tokio 1964, porque justo después de estos cada edición de olímpicos ha representado los deportes a través de símbolos gráficos que reflejan la cultura del país anfitrión.
Se dice que como los japoneses no compartían la señalética vial europea ni alguno de los idiomas, tuvieron que hacer un excelente trabajo de comunicación visual para que la gente entendiera a la perfección qué deporte se presentaba en cada complejo y también cómo llegar a las sedes. Así, para lograrlo por su parte el gobierno mexicano creó al Comité Organizador de los Juegos Olímpicos.
Dicho Comité fue presidido, en sus inicios, por Adolfo López Mateos, quien estableció tres áreas necesarias para la realización de los juegos: asuntos deportivos, finanzas y construcción de las sedes olímpicas. De esta última se encargó el reconocido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez; mismo que tomó la presidencia del Comité cuando López Mateos declinó al puesto por problemas de salud.
La coordinación de sedes olímpicas quedó bajo la supervisión del también arquitecto Eduardo Terrazas, que formó un equipo de arquitectos para que se encargaran de la construcción de los complejos deportivos y de diseñadores gráficos para la creación de la identidad de los juegos.
El folklor
Dos de las tradiciones que inspiraron a los organizadores fueron los famosos "Judas" y el papel picado. Los "Judas" pasaron de ser representaciones del diablo —que en la actualidad se ha diversificado a políticos o famosos— a esculturas monumentales de atletas. Cada sede olímpica tenía afuera un "Judas" del deporte por el que se competía dentro de las instalaciones. Por otra parte, inspirados en el papel picado que adornan ferias y fiestas populares, el equipo estableció uno de los elementos más importantes de toda la lógica del diseño: los colores.
Los colores jugaron un rol importante en la justa olímpica ya que ayudaron a que los mensajes fueran comprendidos sin la necesidad de que los asistentes hablaran español. Tanto los pictogramas deportivos —creados por Jesús Virchez— como las sedes olímpicas tenían un color particular, lo que facilitaba la compra de boletos que a su vez, tenían pequeñas imágenes que ayudaban al espectador a localizar su asiento al interior del complejo.
También fueron un elemento indicativo en los uniformes de las edecanes. El tono o diseño impreso sobre la tela de sus vestidos diferenciaba las funciones que realizaba: "El blanco y el negro para los comités olímpicos, el naranja para la prensa, el rosa para las federaciones internacionales y el azul para otro tipo de servicios. Otros diseños que no eran propiamente uniformes, sino prendas para los auxiliares de algunos deportes, llevaban también el cartel impreso en gran tamaño", se describe en el libro Pedro Ramírez Vázquez. Esto se puede apreciar en nuestra imagen principal.
Un ambiente de expectativa
El cartel y los aros olímpicos estuvieron inspirados en sellos prehispánicos, arte huichol y la corriente "op" del diseño. De acuerdo con el libro Pedro Ramírez Vázquez, el diseño de los aros había sido trabajado por el equipo mexicano antes de la llegada de Lance Wyman. "Él lo dibujó con una técnica y trazos bien definidos que dieron como resultado el diseño final. Con base en ese concepto originalmente huichol se creó toda la tipografía de la olimpiada mexicana".
El resultado de la unión arquitectura y diseño gráfico tuvo como resultado un diseño integral ya que la imagen de las Olimpiadas estaba presente no sólo en medios de comunicación, sino en toda la capital. Los aros olímpicos y los pictogramas estaban distribuidos en puntos de referencia para los asistentes, como paradas de autobuses, en las avenidas principales de la ciudad, sitios de interés o en las mismas sedes olímpicas.
El símbolo más importante que el Comité quería posicionar en el imaginario colectivo de los mexicanos era el de la Olimpiada Mexicana: una paloma blanca diseñada por Beatriz Cole. Se difundió a lo largo del país en carteles, instalaciones luminosas, calcomanías en ventanas, carros, infraestructura urbana y en murales publicitarios.
A pesar de haber creado un ambiente amigable, el símbolo no logró opacar los lamentables hechos ocurridos el 2 de octubre de ese mismo año, por lo que se empezó a reproducir con una mancha negra —simulando sangre— o atravesada por un puñal.
El legado
El año de 1968 siempre tendrá un sabor agridulce en la memoria de los mexicanos, dejando una herida que quizá no cicatrizará nunca. Sin embargo, para los compatriotas que participaron en la justa olímpica significó el año en el que dieron lo mejor de sí mismos en casa, con su gente.
La identidad gráfica de las Olimpiadas de 1968 sigue siendo considerada como una de las más bellas y, en aquella época, el gobierno mexicano quedó tan satisfecho con la efectividad del diseño, que invitaron a Lance Wyman a realizar la señalética de las primeras líneas del transporte que cambiaría para siempre el paisaje de la ciudad: el Sistema de Transporte Colectivo Metro.
La creación de la simbología del Metro era un nuevo mundo, ya que cada ícono tenía que decirle al futuro usuario dónde subir o bajar, en qué dirección estaban viajando, dónde estaban las salidas y, al exterior, indicar la ubicación de entradas.
Wyman y el equipo de trabajo del Metro decidieron que era necesario retomar la función distintiva que tuvieron los colores durante las Olimpiadas para lograr diferenciar una línea de otra, los letreros de entrada-salida e indicadores de cambios de dirección o emergencia. Asimismo, establecieron que los íconos de las estaciones tenían que representar sitios históricos, elementos arquitectónicos sobresalientes o personajes reconocidos con facilidad de las zonas en las que se encontraran.
De alguna manera, en esta gigantesca Red, el color de las líneas y las pequeñas representaciones gráficas facilitan el viaje: no importa si sabes el nombre de la estación, basta subir la vista para saber a cuántas estaciones estás de tu destino.
A pesar de que en la actualidad ya no existen algunos de los inmuebles representados en las estaciones, tal es el caso del Toreo Cuatro Caminos, la torre de Mario Pani de la Escuela Normal Superior, incluso, la silueta de la estación Auditorio Nacional, que muestra la antigua forma de dicho complejo (como se puede observar en nuestras imágenes comparativas); son imágenes que nos siguen acompañando en nuestra travesía diaria en el transporte más rápido de la capital.
Diseño web: Miguel Ángel Garnica.
Fotografías antiguas: Colección Villasana-Torres.
Fuentes: Archivo hemerográfico de EL UNIVERSAL. Libros Pedro Ramírez Vázquez y SCT Metro.