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Texto: Magalli Delgadillo y Ruth Gómez
Foto actual: Laura Williams
El camino hacia el Estadio Azteca puede resultar una odisea en los días de partido: los puestos de comida, refrescos, aguas y la venta de souvenirs prolongan el tiempo para llegar a la entrada. En uno de esos espacios, en donde los transeúntes calman el hambre, está el puesto de don Luis, quien vende tortas.
Él comenzó su negocio en 1971, cuando apenas el recinto cumplía cinco años. Recuerda como las personas se quedaban a dormitar para apartar su lugar y comprar sus boletos. ¡Esos eran los verdaderos aficionados!
La asistencia, quizá no ha disminuido, pero el ambiente y público sí son distintos. Don Luis menciona que antes las familias acudían con frecuencia, pero ahora las “barras” provocan peleas y no fomentan un ambiente amigable: “Antes era más familiar. Ahora, si es un juego América contra Pumas y traes un playera del contrario, te golpean”.
El hombre, quien ha sido testigo de los cambios de una de las construcciones más representativas de México, recuerda cuando los vigilantes abrían las puertas del “Azteca” al comienzo del segundo tiempo y dejaban pasar gratis al público que no había comprado su entrada. El tiempo ha transcurrido, pero las memorias sobre este recinto no terminan.
También habló con EL UNIVERSAL don Rafael Romero Solís, hombre de 58 años y mecánico de profesión. El nació en Santa Úrsula y vivió ahí hasta los treinta años. Rememora que en el predio donde actualmente está el Estadio Azteca antes había una pedrera, llamada Pedrera Carrasco, que era empresa dedicada a sacar piedra volcánica para la construcción; también había casitas muy humildes.
En la imagen se observan las casas de lámina que se encontraban al rededor del Coloso de Santa Úrsula cuando se encontraba en construcción
Nos cuenta que en esa pedrera trabajó su padre, don Gabriel Romero Mora. Dice que cuando se anunció la construcción del coloso de Santa Úrsula los predios fueron bien pagados y que al principio hubo resistencia de quienes habitaban ahí, pero al final, la construcción se hizo.
Convencido nos relató que una leyenda muy popular en esta zona era que se robaban a los niños para colocarlos en las columnas del Estadio Azteca, entonces en plena construcción. El objetivo, dice, era darle fuerza a la edificación para que no se viniera abajo.
Afirma que a él no le consta nada, pero recuerda que dos de sus amigos con quienes jugaba desaparecieron, justo en esa etapa, sin saberse nada de ellos después y nos dio los nombres de como se les conocía: Toño "El Pelón" y Humberto "El Negro".
La historia del recinto inició tres años antes, el 18 de marzo de 1963, con el primer pago para su construcción y los planes arrancaron. El diseño fue encomendado a los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares Alcérreca, quienes trazaron un coliseo de 66 columnas que representan el año de su edificación. El nombre fue elegido de un sorteo entre aficionados, quienes participaron con sus mejores propuestas.
El 18 de marzo de 1963 se raliza el primer pago de Futbol del Distrito Federal a Estructuras y Cimentaciones S.A. para la construcción del Azteca
El primer ¡gooooool! que se escuchó en el Azteca, salió de la garganta de 105 mil aficionados, a los 10 minutos de iniciado el primer partido el 29 de mayo de 1966, este año se cumplen 50. Los contrincantes eran: el Club América y Club Italiano Torino, que empataron 2-2.
En 1997 Emilio Azcárraga Milmo, dueño de Televisa y de la emblemática obra, cambió el nombre al estadio. Era oficial, ahora sería llamado estadio Guillermo Cañedo. Esto no sólo obligó al público a olvidar el título que ellos mismos habían propuesto, sino a cambiar los letreros en el transporte público, pero las personas nunca olvidaron el nombre original y pronto todo regresó a la “normalidad”.
¡Sin público, no hay juego! Por eso, don “Nacho” siempre está efusivo y festeja los goles de su equipo. Expresa toda su emoción con un levantamiento de brazos y puños cerrados. Su mirada es fija porque no quiere perderse de ningún detalle en los tiros, faltas o penales.
Permanece ahí las 24 horas del día y suele usar la misma vestimenta: playera tipo polo, pantalón de mezclilla y tenis. Él no es cualquier aficionado, se trata de la estatua en honor a un hombre, quien en 2001 ganó un concurso al presentar 200 tickets (coleccionados en 10 años) que lo acreditaron como el fan #1 del América o el “jugador #12”.
El premio mayor para este admirador del balompié, fue la creación de su propia estatua en una de las gradas del estadio y la entrada gratis, con tres acompañantes, todas las veces que él quisiera durante su toda su vida. Hoy radica en Estados Unidos.
La estructura que vemos en la fotografía es “El Sol Rojo”, obra del escultor Alexander Calder, una de las esculturas de la Ruta de la Amistad que se ha convertido al paso del tiempo en el símbolo del Estadio Azteca.
El futbol es parte de la cultura mexicana. Asistir a este lugar es emocionante, pues en cada partido reviven los aplausos y algarabía que resonaron la primera vez. No importa que seas del Cruz Azul, Chivas o Pumas, entrar al Coloso de Santa Úrsula es una experiencia de otro mundo.
Este era un anuncio espectacular sobre la Calzada de Tlalpan en 1963, donde se anunciaba la construcción de “El mejor del mundo”
Fuente: Estadio Azteca y Don Luis, comerciante del lugar.
Foto antigua: Colección Villasana – Torres
Foto inauguración estadio: Archivo EL UNIVERSAL