La semana pasada escribí en este espacio un cuestionamiento al secretario de Salud, sobre la respuesta que dieron las autoridades por la muerte de varios bebés en un hospital público.

En ella, no se reconocía que pudiera haber una bacteria y se consideraba que las muertes se debieron a las condiciones físicas de las madres y a las circunstancias en que nacieron.

Muchos lectores opinaron sobre el tema, que por lo visto tocó una fibra sensible. Consigno aquí solamente algunas. La primera y más significativa es la del médico internista e infectólogo Luis Casanova, autor de un artículo sobre las bacterias en hospitales, específicamente la llamada bacteria nosocomial: la pseudomonas (así, con s) aerugynosa.

Nos dice que dicha bacteria no es objeto de estudio en nuestro país, algo ya de por sí muy serio, y que el conocimiento que hay es el que llega de los países desarrollados, y por tanto insuficiente e ineficaz dado que ellos tienen condiciones muy diferentes al nuestro. Por eso concluye: “La información que se publica en el país no alcanza a ubicar el problema en su contexto real y no pueden tomarse medidas pertinentes al entorno local”.

Es cierto (lo dicen varios lectores médicos que amablemente me escribieron), que en todos los hospitales suceden estas epidemias, y no sólo de la bacteria señalada, sino “de todos los géneros bacterianos patógenos al humano”, pero existen mecanismos para identificarlas, combatirlas e incluso prevenirlas, reduciendo de manera considerable los brotes de epidemias. Para ello, el doctor presenta una propuesta detallada (se encontrará una síntesis en Casanova-Cardiel LJ. Consideraciones acerca de brotes nosocomiales. Med Int Mex 2004; 20:140-3 y allí mismo está la liga para acceder al texto completo).

No puedo detenerme en esa propuesta, pero rescato de ella lo siguiente: una de las causas principales es la falta de asepsia, tanto del personal que atiende como de los aparatos y equipos que se utilizan. Y es que no basta limpiar con desinfectantes, pues muchas bacterias ya son inmunes a ellos.

Y sin embargo, todos hemos visto que en el transporte público van los médicos ya con sus batas blancas puestas, listos para entrar al hospital, que entran con los mismos zapatos que usan en la calle, que compran comida en los puestos y la introducen al nosocomio, que las mujeres llevan las uñas y el cabello largos.

Estoy de acuerdo con el doctor cuando dice que no todo lo que pasa es culpa del cuerpo médico y que estas desgracias no sólo suceden en los hospitales públicos, sino también en los privados. No estoy de acuerdo con él cuando dice que quienes hablamos de estos asuntos lo hacemos por amarillismo. Nuestra función es informar y cuando es necesario, criticar. Sobre todo cuando se trata de un hecho tan doloroso para los involucrados y que afecta a toda la sociedad.

Además de esta propuesta, me llegó la de una doctora que propone cursos intensivos de ética para el personal hospitalario (médicos, enfermeras, encargados de limpieza y de administración y hasta estudiantes de Medicina), y que el dinero verdaderamente llegue a los hospitales. Y la de otro lector, médico también, que afirma que hay que dar mantenimiento a los hospitales, algo en lo que ya hemos insistido en este espacio y que no les gusta a los funcionarios, porque luce más inaugurar algo nuevo que mantener bien lo que ya existe. Y me llegó también un correo electrónico de un lector que asegura “saber de opciones que podrían evitar esos problemas, que podrían reducir los contagios. Yo puedo ayudar al sector salud”. Si alguien quiere, puedo ponerlos en contacto.

México tiene dos caras: la de la negligencia (Carlos Monsiváis establecía la tríada negligencia-corrupción-impunidad) y también la de quienes están pensando en cómo resolver los problemas, investigan, proponen. Estos son los que sostienen al país en pie, a pesar de aquellos.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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