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Una de las características que distinguen a los humanos de los demás animales es nuestra capacidad de construir sistemas morales complejos que norman y facilitan la cooperación entre los diferentes individuos de una población. Aunque es cierto que ninguna otra especie construye sistemas morales, la capacidad de hacerlo tiene una base biológica, y para comprenderla es necesario estudiar los sistemas de cooperación y reciprocidad presentes en otros animales.
Los orangutanes, por ejemplo, son capaces de distinguir el valor de lo que reciben a cambio de lo que dan; los monos capuchinos son más propensos a cooperar con individuos con los que han tenido buenas experiencias; y los perros prefieren cooperar con otros perros que han cooperado bien con un tercero en el pasado. Esta capacidad de distinguir quién es un buen o un mal aliado depende en gran medida de la memoria y de poder distinguir a un individuo de otro. Imaginemos, por ejemplo, que tenemos tres amigas: Anna, Sandra y Mariana. A las tres las hemos ayudado en el pasado, pero cuando somos nosotros quienes tenemos un problema sólo Anna y Sandra están dispuestas a ayudarnos. A partir de esta experiencia sabemos que Mariana no es una buena aliada y es probable que dudemos en volver a cooperar con ella. Las emociones negativas que asociamos con Mariana, siguiendo este ejemplo, nos ayudan a recordar por qué no es una buena aliada tanto o más que los rasgos físicos que nos hacen saber que Mariana no es Sandra ni Anna.
Este tipo de experiencia no es exclusiva de los seres humanos, pues a otros animales les pasa lo mismo, como lo muestra un estudio sobre reciprocidad en cuervos, de la Universidad de Austria, publicado este mes en Animal Behaviour.
Para estudiar los mecanismos cognitivos asociados a la memoria en estos animales, los investigadores entrenaron a nueve cuervos para intercambiar un pedazo de pan por queso con sus contrapartes humanas. Algunos de los humanos realizaron el intercambio de manera justa, mientras que otros tomaron el pan del cuervo y se quedaron (y comieron) el queso. Un mes después del intercambio, los cuervos evitaron a los tramposos en diferentes pruebas, lo que indica que son capaces de distinguir entre un intercambio justo y uno desigual, que pueden reconocer a un humano de otro, y que recuerdan quién es un buen cooperador y quién no lo es durante por lo menos un mes después del intercambio.
Los cuervos son conocidos por su inteligencia y cuentan con una vida social compleja que incluye la formación de amistades y rivalidades, por lo que el estudio de su comportamiento ayuda a comprender mejor los mecanismos de cooperación en animales. Otro aspecto destacado de este estudio es que es uno de los pocos sobre cooperación y reciprocidad en modelos animales diferentes de los mamíferos, cuyo comportamiento está mucho mejor estudiado.
Es indudable que los rasgos sociales que vemos en nuestros parientes más cercanos (como son los chimpancés o los bonobos) nos dan una pista más cercana de lo que pudo haber pasado durante la evolución de los seres humanos para dar pie a los complejos mecanismos de cooperación que vemos reflejados en la construcción de nuestras sociedades, pero el estudio de otros modelos animales, como las aves, muestra de forma contundente que las capacidades sociales de los humanos tienen una base biológica y un desarrollo evolutivo que se encuentra presente incluso en linajes de los que nuestra rama se separó hace más de 300 millones de años.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM