En su conocida fábula “La zorra y las uvas”, Esopo nos cuenta la anécdota de una zorra con hambre que ve unas uvas apetecibles en la rama de un árbol e intenta atraparlas brincando con ímpetu, al darse cuenta que no podrá alcanzarlas exclama airadamente: “¡las uvas no están ni siquiera maduras! ¡No necesito uvas agrias!”. Pareciera que al gobierno mexicano le sucede lo que a la zorra. Ante la realidad presentada hace poco por el CONEVAL, que afirma –Secretario Ejecutivo Gonzalo Hernández Licona, dixit– que el 79.5% de la población mexicana vive en situación de pobreza y vulnerabilidad, la ex-Secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, replica: “alcanzamos un 72.5% de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y pronto llegaremos a un 11.8% más, con lo que habremos cubierto 43 de los 51 ODMs a los que México se comprometió en el año 2000”. ¿A quién creerle?

Vamos por partes. Cuando los jefes de estado de los 193 países de las Naciones Unidas celebraron en Nueva York la adopción de la nueva agenda de desarrollo 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el optimismo fue bajo. Como explicación, cabe recordar lo difícil que ha sido para muchos países (incluido México) cumplir la Meta 1 de los ODM: Erradicar la pobreza extrema y el hambre. Parte del desaliento surge por el hecho bien documentado de que la pobreza y la desigualdad en el mundo se han incrementado de manera sostenida durante los últimos quince años. Esa tendencia se ha desarrollado en paralelo a la evidente crisis del capitalismo y de los modelos neoliberales de gobernanza, sospechosos evidentes, agentes del proceso y acusados de generar tensiones sociales muy notorias.

La situación en México es emblemática en ese sentido: siendo uno de los países más desiguales en la región, según las cifras duras, los esfuerzos que realiza el gobierno para atender y aliviar los efectos de la pobreza estructural parecieran medidas paliatorias y tendientes a posponer los efectos de una crisis social mayor. No hay voluntad política para ir a la raíz del problema –la estructura que favorece la expoliación de la riqueza hacia un sector reducido–, y el Estado es simplemente un testigo privilegiado y un “gestor” de las causas de la desigualdad y sus consecuencias inmediatas, defendiendo los intereses de una minoría en la cúspide. Un Estado ausente, neoliberal, que observa los efectos del dictum “dejar hacer y dejar pasar” que los mercados le imponen; que no se compromete con un conjunto de reglas y objetivos sólidos que le permitan lograr el cambio social necesario y de manera realista; que refuerza un estatus quo socio-económico que favorece la corrupción sistémica, la falta de una educación pública óptima y generalizada, el debilitamiento de la acción política y de los partidos mismos, de los sindicatos y de las libertades cívicas que conlleva un cambio social; que favorece el clientelismo, la opacidad y la construcción de súbditos sociales y no de sujetos críticos.

A unos días de que concluya el plazo de los ODM, el reporte indica que México espera cumplir este año con 84.3% de los 51 indicadores de los ocho objetivos meta. De acuerdo con el Informe de Avances 2015 de los ODM, en cuatro casos los resultados fueron de un “progreso insuficiente”. Aquí nos interesa el primero del Objetivo 1 Erradicación de la pobreza extrema y el hambre: el bajo ingreso económico laboral por persona activa. De acuerdo con la línea internacional de pobreza (1.25 dólares de ingreso por persona al día), la pobreza extrema en México pasó de 9.3% en 1990 a 3.7% en 2015. En cuanto a la medición de niños menores de cinco años con insuficiencia ponderal (hambre), ésta disminuyó de 10.8% a 2.8%. La Secretaría de Desarrollo Social puede felicitarse por estos resultados que probablemente tienen que ver con los programas sociales impulsados por el gobierno actual, como la Cruzada Nacional contra el Hambre.

El discurso disonante viene del CONEVAL: durante 2012 y 2014, la pobreza ha aumentado de 45.5 a 46.2 % de la población. El diagnóstico gubernamental es que la cifra es un reflejo del escaso crecimiento económico del país, junto con la paridad del dólar, el precio del petróleo, la tasa de inversiones, entre otros factores. En mi opinión, esto es un pretexto que resulta demasiado simplista como explicación del problema mayor; me recuerda la disonancia de la zorra de la fábula de marras. Esperemos que resultados modestos en los ODS no sean el pretexto que presente el gobierno para justificar su incapacidad para crear las condiciones necesarias para promover el bienestar social de la mayoría. Claro, frente a esa disonancia discursiva del gobierno, la respuesta podría ser peor, declarando, como la zorra de la fábula, que al final de cuentas erradicar la pobreza y el hambre es imposible, y por ello en realidad ni siquiera lo intentaron.

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