Se ha repetido hasta el cansancio la repulsión que causa nuestra clase política. Encuesta tras encuesta, la ciudadanía manifiesta una enorme desconfianza hacia las instituciones públicas, lo mismo la Cámara de Diputados que la Suprema Corte o el INE. No solamente no confiamos en ellos, sino que además sentimos que muchos de sus integrantes son verdaderos parásitos que viven a costa de nuestro dinero, sin que aporten nada a cambio o desquiten sus cuantiosos salarios.

Hay una sensación nada imaginaria en el sentido de que el gobierno se aprovecha de los ciudadanos. La reciente subida de la gasolina reafirma ese sentimiento de que nos están robando día tras día, y de que no tienen llenadera.

Mientras las familias mexicanas se enfrentan a un escenario económico extremadamente adverso y los salarios mínimos suben apenas 4 pesos diarios, desde el sector público no se observa ninguna medida de austeridad. Ni una sola. Lo mismo nos enteramos de los “bonos secretos” de los diputados a razón de 150 mil pesos para cada “representante popular”, que asistimos impávidos a las percepciones de fin de año de consejeros del INE (750 mil pesos pesos para cada uno de ellos, según información de EL UNIVERSAL), por no hablar de los descarados desfalcos al erario de las entidades federativas y de muchos municipios del país, que además siempre quedan impunes.

Edna Jaime comentaba en estas mismas páginas, con una indignación que comparto, el descaro del gasto gubernamental en publicidad, que en 2015 alcanzó la cifra de 8 mil millones de pesos. ¿Necesitamos gastar tanto dinero para que los huecos y absurdos mensajes del gobierno lleguen hasta los ciudadanos? ¿Cómo es posible que no hayan pensado en recortar bonos o gastos supérfluos en vez de subir las gasolinas, que es un golpe directo a los bolsillos de millones de familias?

Se nos dice que el aumento a los combustibles servirá para prevenir el cambio climático. Hay que ser un verdadero cínico (u otra cosa, que no puedo escribir por respeto a los lectores de esta columna) para sostener tal argumento, cuando las alternativas de transporte público de calidad son nulas en la mayor parte de nuestras ciudades y cuando es el propio gobierno el que fomenta la contaminación (por ejemplo distribuyendo la gasolina a través de pipas, en vez de hacerlo por ductos o usando la red ferroviaria del país, debido al enorme negocio que las pipas suponen para el sindicato petrolero y sus corruptos dirigentes).

También se ha dicho que las gasolinas en México, luego del voraz incremento que acabamos de atestiguar, siguen costando menos que en otros países. Es igualmente lamentable esa explicación, pues habría que analizar el poder adquisitivo de los salarios en esos países. Lo cierto es que a una familia mexicana le cuesta muchísimo más llenar el tanque de gasolina que a una familia de cualquier país europeo, pese a que somos un país productor de petróleo.

Es ya inocultable que hay dos varas de medir: nuestra clase política nos ha exprimido y seguirá exprimiendo mientras pueda, a través de impuestos directos e indirectos de todo tipo (a los impuestos tradicionales como el ISR, el IVA, el IEPS, el impuesto sobre nóminas, las contribuciones al IMSS, Infonavit, pago de predial, tenencia vehicular, agua, luz, impuesto sobre dividendos, etcétera, se suma ahora incluso un impuesto a los productos lácteos azucarados). La sangría total es enorme para quienes estamos en la economía formal.

¿Y qué recibimos a cambio de todos esos impuestos? Pésimos servicios públicos. Mal o nulo transporte público, deficientes hospitales a cargo del Estado, inseguridad en casi todo el territorio nacional, procuradurías que son máquinas de extorsión y chantaje, jueces que venden sus sentencias, policías que no saben ni pueden hacer bien su trabajo, miles de aviadores y recomendados en las nóminas públicas, y un largo etcétera.

Nada de eso parece afectar a la alta burocracia mexicana, acostumbrada a recibir vales de gasolina sin límite, comer en buenos restaurantes que pagamos los ciudadanos, transitar en vehículos blindados seguidos de guardaespaldas y recibir atención médica en los mejores hospitales del país.

Lo dicho: se trata de una clase política mediocre, que se agandalla nuestro dinero y que herederará una enorme deuda pública a nuestros nietos y bisnietos. Son un fracaso total. Y lo peor es que no se asoma nadie que pueda sustituirlos. Así empezamos el año. Felicidades para los amables lectores.

Investigador del IIJ-UNAM
@MiguelCarbonell
centrocarbonell.mx

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