Aunque en el desplome del avión ruso de pasajeros en Egipto hace unos días, la hipótesis de accidente no ha sido descartada, cada vez son más las voces que se suman a la idea de que ese avión pudo ser objeto de un atentado terrorista a manos de un grupo que opera en el Sinaí que manifiesta lealtad a ISIS o “Estado Islámico”. Si esto último se confirmara, sería necesario añadir estos lamentables hechos a las repercusiones por la decisión de Putin de intervenir militarmente en Siria de manera directa en favor de su aliado Assad. Es decir, Rusia, un país ya enormemente afectado por el terrorismo, quizás tendrá que pagar elevados costos a raíz del probable incremento de este tipo de ataques a consecuencia de sus recientes decisiones. Sin embargo, esto era ya esperado y todo parece indicar que Putin ha estado dispuesto a soportar esa carga, toda vez que su incursión en esa guerra civil, también le ha reportado jugosos réditos. Hoy Moscú tiene la iniciativa tanto en el terreno militar, como en el terreno diplomático, y está buscando adaptar cualquier potencial desenlace del conflicto sirio a sus intereses estratégicos. ¿Cuál es entonces el balance de la decisión de Putin hasta ahora?

El apoyo de Rusia a los Assad no es nuevo. Siria, país en donde Moscú tiene una base naval que representa una puerta de salida al Mediterráneo y puerta de entrada al Levante, es considerada por el Kremlin como parte de su esfera estratégica de influencia. Por consiguiente, desde el inicio del actual conflicto en 2011, Moscú ha dado todo el respaldo que ha podido -político, financiero y militar- a su aliado. Sin embargo, es apenas hace unas nueve semanas cuando Putin toma una decisión mucho más firme: participar de manera activa en la guerra civil apoyando a Assad no solo con asesores militares, sino con bombardeos directos en contra de todos sus enemigos. Muchos de estos bombardeos han sido contra ISIS o “Estado Islámico”, aunque la mayor parte de ellos han sido efectuados contra otras milicias rebeldes respaldadas, financiadas y armadas por potencias como Arabia Saudita, Turquía, Qatar o directamente por Estados Unidos.

Adicionalmente, hay que recordar que antes de que entraran los aviones rusos a estas batallas, los cielos sirios ya se encontraban saturados de potencias extranjeras incursionando en ellos para bombardear a ISIS, o con otros objetivos. Así que la meta de Putin era múltiple. Por un lado, al entrar a esta guerra civil con mucha más fuerza que cualquiera de las otras potencias, pretendía dominar el espacio aéreo sirio y ganar la iniciativa de las operaciones militares en favor de su aliado Assad. Esto evidentemente buscaba rescatar al presidente sirio en un momento en que lo requería desesperadamente. De ese modo, Moscú quiere garantizar que cualquier resolución a esta guerra civil, tendrá que considerar los intereses rusos como prioritarios. Adicionalmente, Rusia está buscando enviar un mensaje de fuerza que está siendo leído por todos sus enemigos y también por sus aliados. En estos tiempos que asemejan a la Guerra Fría del siglo pasado, Moscú está decidida a demostrar que no va a permitir que los espacios considerados como sus zonas de influencia, sean libremente intervenidos por potencias rivales, y que está dispuesta no solo a hacerse presente en estos territorios, sino a emplear la fuerza y los recursos con los que cuenta, aunque ello suponga oponerse a Washington frontalmente.

Los resultados no se han hecho esperar. De manera relativamente rápida, Moscú fue capaz de retornar del terreno militar al terreno de la diplomacia, no sin antes haber reforzado la posición negociadora de Assad. Líderes de todas las potencias involucradas –Irán por primera vez incluido-, así como representantes de la oposición y la rebelión sirias, han pasado o estarán pasando por las mesas de negociación establecidas por Moscú en estos días. Putin con ello mantiene la iniciativa y busca asegurar que cualquier posible resolución al conflicto le sea favorable. Esto, si se llega a dar, representaría un escenario enormemente propicio para el Kremlin, salvo que hay un problema. El cascabel del gato se llama ISIS.

Rusia es un país que, desde hace años, ha tenido que enfrentar la militancia islámica en su territorio. Por tanto, para el Kremlin, uno de los riesgos del crecimiento de ISIS ha sido la potencial penetración de dicha organización entre sus propios habitantes. Se calcula que de los casi 30 mil combatientes extranjeros que han ido a parar a las filas de ISIS, 1500 han sido de nacionalidad rusa. Por lo tanto, además de todos los objetivos arriba mencionados, Moscú entra a Siria también buscando contener la amenaza de ISIS tanto dentro como fuera de su territorio.

Sin embargo, tras cinco semanas de combate, podríamos hablar ya de dos efectos negativos para Moscú en este sentido. El primero es material; el segundo, psicológico-político. Para entender el primero, hay que considerar que el sirio no es un conflicto de dos, sino de múltiples actores, muchos de ellos enfrentados y combatiendo entre sí. Tras los bombardeos rusos contra decenas de las muy diversas milicias que luchan en Siria, el actor que ha conseguido sacar mayor ventaja territorial no ha sido el ejército leal a Assad, sino ISIS. A pesar de que también ha sido atacada por los aviones rusos, hasta ahora esa organización que actualmente controla alrededor del 50% del territorio sirio, ha sido la más eficaz en detectar y capturar varias de las posiciones vacantes que los bombardeos de Moscú están produciendo.

El segundo efecto negativo es precisamente el que vimos esta semana. Independientemente de si el desplome del avión ruso en el Sinaí fue o no fue un atentado terrorista, el impacto psicológico-político ya recorre los medios y las percepciones de muchas personas desde hace varios días. Al igual que lo padeció Turquía hace unas semanas, hoy es la sociedad rusa quien recibe el mensaje de terror: el estar atacando a ISIS de manera directa conlleva consecuencias. Sin importar donde se encuentren, dentro o fuera de su país, ISIS quiere comunicar a los ciudadanos rusos, que tiene la capacidad de golpearlos, lo que, si comienza a materializarse (o repetirse), podría eventualmente generar impactos serios en la opinión pública de esa nación y así, poner en cuestión la estrategia completa.  Ese es uno de los precios que Putin sabía que iba a tener que pagar. Hasta ahora ha estado dispuesto a pagarlo. Habrá que ver si se mantiene así.

Twitter: @maurimm

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