El 12 de julio de 2015, México ocupó las primeras planas de los diarios de todo el mundo debido a la vergonzosa historia de la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán. Comenzaba ahí otro capítulo de este sexenio que exhibiría dos realidades sobre el gobierno que, a la fecha, siguen vigentes. Una, que sin importar la gravedad de sus errores, omisiones o faltas, los altos funcionarios de esta administración no se tienen que preocupar por ser removidos o rendir cuentas. Y dos, que la corrupción ha avanzado a tal grado, que no hay muros ni barrotes capaces de contener sus efectos más nocivos.

Un año ha transcurrido y las cosas siguen exactamente igual del lado del gobierno. Pero no de la sociedad civil. Los escándalos de corrupción llevaron a un destacado grupo de ciudadanos a preparar la primera iniciativa legislativa ciudadana de la historia, la llamada Ley 3de3. El esfuerzo para recabar las 120 mil firmas necesarias fue tan exitoso que terminaron por superar varias veces esa cifra. Y no sólo eso, sino también los ciudadanos lograron que la ley fuera vetada por el Presidente de la República. Con todas sus limitaciones, el ejercicio fue un éxito de participación y exigencia ciudadana.

El voto de castigo es otro músculo de la sociedad que goza de cabal salud. En varios estados profundamente agraviados y lastimados por la corrupción, los ciudadanos derrotaron a todos los enemigos del voto libre: la apatía, la presión de gobernadores frívolos y autoritarios, la compra y coacción del voto, la amenaza, la campaña negra, la calumnia y la difamación. El 5 de junio, los electores salieron a las urnas, convencidos de que su voto sí sirve para que pase algo y así dieron una lección de civismo.

Por otra parte, los eventos internacionales demuestran que vivimos una era en la que el liderazgo está completamente del lado de los ciudadanos, y no de la autoridad. Por ejemplo, ante el tema del Brexit, no escuchamos la opinión de la autoridad mexicana porque simplemente no la hubo. Escuchamos a los especialistas, a los académicos, a los medios de comunicación y a la gente en redes sociales. Se trata de la democratización de la información, que hoy no necesita pasar por estructuras sancionadas por una jerarquía para llegar a un público amplio.

Mucho ha cambiado desde aquel 12 de julio de 2015 y podemos ver un movimiento esperanzador que se lleva a cabo a través de la fortaleza ciudadana. Hay un balance positivo para las organizaciones de la sociedad civil. Instituciones como el Imco, Transparencia Mexicana y México Evalúa han adquirido gran fuerza en el debate público sobre el combate a la corrupción. Mexicanos Primero se ubica en la línea frontal de la lucha por una educación de calidad. Y, como no ocurría en años, ha sido muy positivo ver a los empresarios, por ejemplo a la Coparmex, levantar la voz y sumarse a la sociedad mexicana en la exigencia de transparencia, honestidad y ética en el gobierno.

La conclusión de todos estos cambios de la sociedad civil para los partidos políticos es muy clara. El cambio efectivo tiene que hacerse de la mano de una ciudadanía que exige resultados concretos.

El PAN tiene ya medio camino hacia Los Pinos si se mantiene unido y si se acerca y escucha a los ciudadanos. Por lo que toca a la unidad interna, ésta sólo puede darse a partir de la observancia de reglas democráticas internas, del respeto de unos a otros. Ni el agandalle, ni la inequidad en el uso de los recursos del partido —incluyendo su propaganda publicitaria—, ni la manipulación del padrón a favor de unos, ni el chantaje sobre los funcionarios recién electos o potenciales candidatos, amenazándolos con retirarles el apoyo si no hay lealtades incondicionales, puede generar unidad interna. Y en cuanto al acercamiento de los ciudadanos, quien piense que el PAN regresará a Los Pinos mirándose vanidosamente al espejo pierde completamente su tiempo. El PAN tendrá que sumarse a la sociedad y no al revés. Si los partidos políticos creen que se bastan a sí mismos, se equivocan rotundamente.

Abogada

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