Han corrido ríos de tinta sobre lo que el triunfo de Trump implica para México. El desconcierto fue la primera nota y a partir de ahí se han abierto distintos capítulos que deberían, como lo indicó el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, abrir una gran conversación nacional sobre el asunto.

A mi juicio, el tema prioritario sigue siendo que México pierde reputación en el mundo. La marca México, y lo que significa nuestro país, no infunde respeto ni temor a un amplio sector de la sociedad norteamericana. Trump atacó a México, durante su campaña, sin prácticamente ninguna consecuencia y además, como se reveló finalmente, esa histeria antimexicana se convirtió en una carta ganadora. Seguimos sin reconocer la gravedad de lo que esto implica. La imagen del país es tan importante como su balanza de pagos. Hemos constatado, con tristeza, cómo ninguna nación o comunidad significativa ha levantado la voz para exigir respeto a México. No se hizo durante la campaña y no sé si ocurrirá ahora.

El segundo frente es el comercial. Con un TPP fuera de combate, falta saber cuál será el alcance de las transformaciones que la nueva administración plantee para el TLCAN. Los más optimistas sugieren que las grandes empresas no permitirán que se altere gravemente el statu quo e incluso, los más audaces, sugieren que con una modernización del instrumento, nuestra economía pudiese resultar ganadora. No me cierro a esa posibilidad, pero no olvido que si esto ocurriese, tendríamos que reconocer que hacemos transacciones con un país que no tiene ni simpatía, ni confianza en nosotros. Los negocios son negocios, pero también son percepciones y la voluntad de crear una comunidad que genere prosperidad pasa por un trato digno e igualitario al socio.

El tercer frente es el escenario global. México no tiene muchas fichas para jugar en tableros diferentes al norteamericano. Nuestras compañías (salvo un manojo) no tienen proyección global, la innovación no ha formado parte de nuestras prioridades y nuestro mercado de trabajo no es particularmente competitivo. En consecuencia, las opciones son limitadas pero siguen siendo posibilidades. Habrá que valorarlas en un diálogo intenso con el sector privado y hacer apuestas de largo plazo para fortalecer al país, hacerlo menos dependiente y poder consolidar vínculos con potencias emergentes u otras regiones. Centroamérica sigue siendo un espacio natural para la economía mexicana.

Pero de todos los temas, el más inquietante, por sus efectos deletéreos, es el veneno que Trump y sus secuaces han inoculado en el cuerpo social americano. Para las comunidades de mexicanos residentes en Estados Unidos (incluso para los más ricos que se sienten por encima del mexicano promedio) pero especialmente para los mexicoamericanos, el horizonte es poco prometedor. La sociedad está dividida y ser mexicano o de origen mexicano, lo ubica a uno en el grupo de los estigmatizados. No sé cuánto tiempo tardarán los americanos en cerrar esta herida racial y volver al espíritu del melting pot y la sociedad diversa, lo que me queda claro, es que ese es el más duradero (y dañino) de los efectos que esta elección nos ha dejado.

Analista político.

@leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses