Si se analiza con perspectiva lo que está ocurriendo en democracias consolidadas, como la americana y la inglesa, veremos que algunos de los síntomas que suponíamos aquejaban a las democracias latinoamericanas, también aparecen en éstas de manera bastante virulenta. Es más, probablemente los síntomas del declive de la democracia representativa se hayan manifestado antes en esos países, aunque por su larga tradición y sus fuertes instituciones hayan sido menos visibles.

Tres elementos me parecen particularmente obvios: el primero es el avance de la democracia directa sobre la representativa, el segundo es el deterioro de los liderazgos partidistas y el tercero la atomización de la agenda pública. Veámoslos por separado.

El profesor Sartori nos advirtió de los riesgos que el llamado “directismo” planteaba. Que el soberano sea interpelado directamente sobre las grandes cuestiones o dilemas que enfrentaban las sociedades, bajo los ropajes de una democracia más horizontal que la representativa, sonaba a música celestial en países exhaustos por burocracias partidistas con desprestigio creciente. Se cantaban las loas de todos los mecanismos de participación directa, como si en efecto todos los ciudadanos tuviésemos información suficiente y criterio para discernir sobre lo que conviene o no, en temas tan complejos como la instalación de plataformas petroleras o asuntos que hipotecan el porvenir de las naciones, porque un grupo social se siente desplazado o maltratado en una coyuntura determinada sin parar mientes en las consecuencias que se tienen que pagar. Por supuesto que los pueblos tienen derecho a decidir, lo que no está claro es que consultar todo y en todo momento te lleve a darle funcionalidad a una democracia y viabilidad a un proyecto nacional. Las sociedades pueden generar concordia y virtudes cívicas, pero también llevan en su seno un montón de demonios que fomentan discordia y distancia entre unos grupos y otros. La democracia representativa ha demostrado, a lo largo de los siglos, que atempera la pasión popular y reduce o mitiga la influencia de los demagogos, pero claramente vive horas bajas.

El segundo es el deterioro de los liderazgos partidistas y de la estructura llamada “partido político”. En América Latina el tema ha sido anunciado en varios informes que detectaban la crisis de representatividad de los partidos, pero el caso más evidente y preocupante es el del Partido Republicano en Estados Unidos. Los liderazgos partidistas pensaron que dar rienda suelta a expresiones intolerantes se podría, llegado el momento de la elección, administrar y que la dirigencia estaría en condiciones de frenar y recuperar el centro racional. Incluso en el ecuador de las primarias del Partido Republicano, Romney planteó la posibilidad de unificar a todos los liderazgos para frenar a Trump y no solamente no lo paró, si no que Trump arrasó a los Bush, a los Rubio y a todos los demás miembros del establishment del GOP.

El tercer punto es la atomización del debate público. Aquí los medios de comunicación entramos en escena, pues hemos visto cómo lo que antes era un privilegio reservado a la llamada “prensa seria”, cómo el determinar qué temas serán relevantes en la discusión nacional y en gran medida, la forma de tratarlos, ha dado paso a una estructura más parecida al Big Bang que a un universo consolidado y armónico. La prensa seria puede plantear en Inglaterra la conveniencia de permanecer en la Unión Europea y hacer públicas las desventajas políticas y económicas que el Brexit planteaba y sin embargo hay miles de células y redes que, de manera insistente, generan contenidos adversos a los que los medios más asentados proponen y provocan no solamente una discusión paralela, sino una especie de competencia fratricida en contra de esos mismos argumentos. Cada loco con su tema.

Por lo tanto, tenemos democracias que carecen de los mecanismos tradicionales de modulación o moderación, que eran el sistema representativo, las dirigencias partidistas y por supuesto, los medios de comunicación tradicionales. Hoy presenciamos una ciudadanía activa pero dispersa, más proclive a reaccionar que razonar.

Analista político.

@leonardocurzio

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