Debemos reconocerlo. No somos un país particularmente habituado a decidir con indicadores en la mesa. Si así fuera, buena parte de los problemas del país habrían encontrado hace mucho tiempo un camino de solución. El espléndido trabajo que ha hecho un conjunto de universidades convocadas por EL UNIVERSAL sobre la calidad de los servicios públicos en la zona conurbada de la Ciudad de México (¿Cómo vamos, Ciudad de México? Los cambios en la calidad de vida de la metrópoli) debería ser una mina para un gobierno atento a las inquietudes ciudadanas.

No me detengo en explorar cada uno de los indicadores y sus posibles comparaciones. De las 28 conclusiones generales se desprende un panorama de deterioro en los servicios y en la calidad de vida. Simplemente retengo que el cálculo del consenso básico entre gobernantes y gobernados está roto en la capital del país. El 77% de los ciudadanos considera que paga un predial que no se retribuye con servicios. En otras palabras, el enorme mérito de los sucesivos gobiernos capitalinos, que consiste en obtener recursos propios para financiar sus actividades y mejorar la calidad de sus servicios, en este caso no se traduce en aprecio ciudadano. Arduo asunto éste, pues nos encontramos en la tesitura de pagar y no recibir, lo cual irrita más a ciudadanos que ven cómo su vida se deteriora y la Ciudad no tiene proyecto de futuro. Nadie imagina cómo será esta Ciudad en diez años, pero si todo se mantuviera constante será algo muy cercano a una de las distópicas ciudades de la India.

Nuestro principal problema es, pues, el futuro, no el presente. Urge, a mi juicio, una corrección de rumbo que permita desenredar esos dos nudos, el de la esperanza y el del gasto. Pagar impuestos debe significar una mínima retribución para el ciudadano, a fin de ganar su lealtad y estimular su civismo fiscal. No hacerlo equivale literalmente a saquearlo para mantener, entre otras cosas, elefantes blancos como la Asamblea Legislativa, que cuesta ni más ni menos que mil 800 millones de pesos anuales y es, para vergüenza de los capitalinos, el congreso local más caro del país. ¡Y sólo el 12% de los ciudadanos tiene confianza en ese órgano!

No tengo a la mano un documento, similar al antes referido para la Ciudad de México, que me permita evaluar la situación del país, pero mucho me temo que la depredadora reforma fiscal que tanto lesionó la economía de la clase media no ha dado como resultado ni mejores servicios, ni tampoco ha redistribuido el ingreso entre los que menos tienen; más bien se ha gastado en deudas, dispendios y prebendas. Todos nuestros impuestos parecen destinados a salvar a Pemex, a los profesores, a los estados quebrados y a mantener un ruinoso sistema de partidos que sólo reproducen complicidad.

Analista político.

@leonardocurzio

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