O bien este país ha resuelto de manera pacífica y particularmente armónica todas sus disputas sobre las fronteras entre Estado laico y la Iglesia católica, lo cual sería digno de celebración y si así fuese habríamos pasado, en un tiempo récord, de un Estado jacobino y arrebatadoramente juarista a un Estado templadamente laico que recibe, con toda la parafernalia, a un jerarca religioso y no teme que sus fundamentos (los que garantizan la pluralidad de credos y en una última instancia la convivencia) se vean trastocados. Si es así: albricias.

O bien se dio el reblandecimiento oportunista de buena parte de los partidos políticos. Empiezo por el PRI, ese que defendía en los años 80 el fraude patriótico por aquello de que no se podía entregar el poder al PAN, al que trataban como el brazo político de la Iglesia. Ese PAN que fue motejado como mocho y brazo papalino para romper la solidez del edificio laico, hoy parece el más centrado (o como les gusta reivindicarlo los ganadores históricos del debate). Porque me dirá usted si el PRI puede decir que su silencio ante el despliegue oficial de recursos materiales y la permanente presencia del Ejecutivo en los actos del pontífice no contrastan con el desgarramiento de vestiduras por las fotos de Fox y Sahagún en el Vaticano y sus proclamas juaristas en el Congreso. Ahora todo les ha parecido lo más civilizado y conveniente. Vamos, Juárez para ellos es hoy poco más que el nombre de nuestro maltrecho aeropuerto.

Si el PRI ha tenido un corrimiento hacia una visión menos puntillosa con los temas de la Iglesia, en el caso de nuestra izquierda la situación es todavía peor. Al perredismo aguerrido le ha entrado un fervor religioso que más que conmover, preocupa. El gobernador michoacano de ese partido le ha sacado más provecho mediático a la visita papal que el verde chiapaneco, lo cual es todo un síntoma. Uno descendiente ideológico de Mujica y el otro defensor de la pena de muerte, se mostraban con el corazón de mantequilla ante el romano pontífice. Subrayo, nada personal. Senadoras perredistas (lo que hay que leer y oír) pidiendo en sus contribuciones periodísticas que se le escuchara al Papa y que se le mostrara el México real (como si el Papa fuese un ingenuo consumidor de propaganda gubernamental), me recuerdan siempre ese doble discurso de la izquierda latinoamericana. Los curas les caen bien si dicen lo que ellos quieren. Entonces sí, todo honor y toda gloria, desde Fray Beto hasta Bergoglio. Su supuesta laicidad pasa siempre como casi todo en la izquierda (desde la democracia hasta la libertad de expresión) por el prisma ideológico. De esta forma tenemos curas, dictadores e iluminados buenos (los de ellos) y su contraparte: la legión mefistofélica de la reacción. La religión es el opio del pueblo, pero el opio es benéfico si se consume con la izquierda. La coherencia no es su fuerte. De AMLO no digo nada. Su sempiterna emulación de Juárez se da licencias vaticanas. ¿Cómo podría criticar a Peña él que fue personalmente al Vaticano a tratar de capitalizar políticamente la visita de Francisco?

Con nuestros políticos en éxtasis teresiano, el debate sobre la laicidad del Estado se ha dado en círculos académicos y periodísticos.

Ahora bien, de todos los discursos papales cada quien, políticos, empresarios y los mismos curas, tomarán lo que les conviene y harán —como dice Óscar Aguilar— un ejercicio de sastrería moral: Ese saco no me queda, pero sí a fulano. Pero hay dos cosas que, a mi juicio, marcan un antes y un después. La primera es que este país está enfermo de violencia, de corrupción, de muerte. No hubo un solo discurso en el que el pontífice se mostrara admirado por nuestros progresos. Alabó nuestra hospitalidad, nuestra calidez, nuestra fidelidad, pero nunca dijo: México es un ejemplo para el mundo por tal o cual razón. Vino literalmente a un hospital de campaña. La segunda es la filípica en Palacio Nacional sobre la responsabilidad individual, que para mí es una perla: “Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias— sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno”.

Analista político

@leonardocurzio

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