La visita del papa Francisco a nuestro país reviste especial trascendencia, no sólo para los católicos, sino para el país en su conjunto, debido a dos circunstancias que embonan perfectamente.

Por un lado, el complejo momento histórico que hoy vivimos los mexicanos. Por el otro, la orientación que Francisco ha decidido marcar en la Iglesia y en la capacidad de ésta para influir en el mundo: la integración de la concepción cristiana de la misericordia con un llamado urgente al cuidado de “la casa común”.

No es un planteamiento abstracto, sino una invitación a la acción para hacer del mundo un sitio más justo, humano, sustentable y sin exclusión. El reclamo es reconciliar, en el aquí y ahora, el desarrollo económico con el social, y más aún, con la ética.

Ese trasfondo explica el que el Papa haya elegido para su recorrido lugares en los que se presentan, de forma emblemática, algunos de los más graves problemas que aquejan a millones de mexicanos, y que son similares a los de cientos de millones de personas en el resto del mundo.

Es el caso de la delincuencia y la violencia; de la degradación del medio ambiente; de las crisis migratorias, económicas y políticas; de la pobreza y la creciente desigualdad; de las difíciles condiciones que enfrentan muchos jóvenes, sin perspectivas de futuro.

No podemos dejar pasar esta ocasión sin la necesaria reflexión y mejor aún, sin una toma de compromisos. Con esa disposición vamos muchos empresarios al encuentro que tendremos con el papa Francisco y con representantes del mundo del trabajo el próximo miércoles 17, en Ciudad Juárez.

Los retos sociales, económicos y políticos ante el cambio de época que toma forma en los albores de este nuevo siglo, nos obligan a pensar en la responsabilidad que nos corresponde, como líderes no sólo de cada una de nuestras empresas, sino en un contexto mucho más amplio.

Tenemos que partir del hecho de que, si la familia es la célula básica de la sociedad, la empresa lo es de la economía.

Por supuesto, debemos asegurarnos de que nuestras empresas funcionen y subsistan en el tiempo, con rentabilidad y crecimiento: lo necesario, como mínimo, para cubrir las obligaciones fiscales, con los accionistas y para que todas las personas que las conforman puedan tener ingresos dignos y crecer junto con la organización.

La vocación del empresario trasciende el interés patrimonial: se centra en la responsabilidad de generar oportunidades, empleo y opciones de desarrollo integral de todas las personas que conforman a la empresa. Responsabilidad que se extiende al devenir de nuestras comunidades y la sociedad de la que formamos parte, e inclusive frente a las futuras generaciones.

Esta vocación incluye también la participación en la vida pública, y el impulso a las políticas públicas que necesitan la empresa y sus trabajadores para crecer: medidas que verdaderamente favorezcan la inversión, el empleo, la productividad, y con todo ello, el desarrollo económico sostenible e incluyente.

Esa es, en el fondo, la dimensión profundamente social del empresario ante los retos de nuestro tiempo: ser verdaderos líderes en la creación de condiciones y espacios donde las personas puedan crecer de manera integral, a través del trabajo y el desarrollo de sus capacidades para generar valor agregado en la sociedad.

Sólo así podremos erradicar la pobreza extrema y dar la vuelta a la página a las exclusiones que enfrentan millones de mexicanos.

Esa es la respuesta que debemos dar al llamado del Papa, seamos creyentes o no: nuestro compromiso de impulsar juntos —trabajadores y empresarios— un crecimiento que ponga a la empresa como motor de la economía y a las personas y su desarrollo como principio y fin de toda la actividad social, económica y política.

Presidente del Consejo Coordinador Empresarial

@jpcastanon

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