La tragedia griega, es un género teatral que desarrollaron los antiguos atenienses 600 o 500 años a.C, en donde un héroe épico o bien una determinada comunidad, sufren el cambio repentino de la fortuna por el de la adversidad, por el de nuevos tiempos, en donde se viven las desventuras del destino que nunca nadie imagino.

Estas representaciones servían para entretener a grandes públicos, pero también cumplían con una función importante: Hacer conciencia de las adversidades a las que se enfrenta el hombre cuando es el causante de sus propios males.

Al parecer este género y está tradición permanecieron en el tiempo y penetraron a otros campos, como es el de la política, para lamento de muchos ciudadanos griegos y tal vez para el de muchos contribuyentes Europeos que son ajenos al período clásico del helenismo, pero que hoy son cautivos y víctimas por la disfuncionalidad de un sistema político fragmentado, enfrentado, populista, corrupto e irresponsable.

El día de hoy 10 millones de electores griegos, deberán votar en referéndum si aceptan o no, las condiciones que les han impuesto los países acreedores con los que tienen una deuda monumental, casi impagable, y con ello también decidir si desean permanecer o no en la Unión Europea.

Las encuestas de opinión, no dan a un ganador. Los electores están divididos en partes iguales. 50% está por el sí y el 50 por el no. Hay una sociedad polarizada por un tema fundamental para su futuro. Siendo un asunto tan complejo e incluso técnicamente complicado para que lo entienda el ciudadano ordinario, me pregunto si debió ser un tema de consulta ciudadana.

Formalmente, la Constitución de Grecia permite este tipo de consultas, no obstante tiene excepciones cuando se trata de asuntos fiscales. Entre las condiciones que exigen los acreedores, se encuentra la posibilidad para que realicen reformas y ajustes a su sistema fiscal. Como sea, la instancia responsable de validar la consulta se ha manifestado a favor de su realización en las formas y tiempos acordados por el parlamento.

El primer ministro, el señor Tsipras, encabeza la campaña del NO, para que los ciudadanos griegos rechacen en las urnas las propuestas y alternativas de pago que ofrece la comunidad financiera internacional. Según sus cálculos, esto le dará más fuerza y autoridad para renegociar dichos términos con sus acreedores. ¿En verdad? Podría ser factible, únicamente, si es que logra un resultado abultado que se pronuncie por el NO, ya que los acreedores, no tendrían muchas esperanzas de que un nuevo gobierno, con un nuevo interlocutor, pudiera flexibilizar las posiciones del señor Tsipras.

Si la participación electoral es baja y el NO gana, sin que sea una gran victoria, los acreedores sólo tendrán que esperar a que la crisis económica se acentué para que un nuevo gobierno se instale y ofrezca nuevas posiciones ante posibles otras opciones de reestructura de la deuda y más importante aún, la permanencia de Grecia en la Unión Europea.

Si gana el SÍ, el señor Tsipras, se despide de su actual empleo, se conforma un nuevo gobierno y, seguramente, habrá nuevas opciones que ofrecerán los acreedores para intentar resolver un problema del que aún no vemos sus consecuencias.

Utilizar al pueblo para justificar, en nombre de la democracia, un supuesto beneficio en donde se simula que se defiende la dignidad nacional, es deleznable, antidemocrático y demagógico, pero sobre todo, muy riesgoso y trágico, porque sólo quedan heridas y una alta polarización social y política, que dan como resultado mayor inestabilidad y zozobra. Y este no es el fin de una democracia moderna.

Académico por la UNAM

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