El año pasado, en la ciudad costera de Wenzhu, provincia de Zhejiang, las autoridades arrasaron en un día a la enorme y nueva catedral protestante, la cual no había sido edificada por una ilegal Iglesia de las catacumbas (las cuales pululan en China), sino con permisos oficiales otorgados a una de las Iglesias protestantes registradas por el gobierno. Eso fue el principio de una espectacular campaña contra el cristianismo que es la religión en expansión explosiva en una China, oficialmente atea, donde cuenta ya con más de cien millones de fieles, 75 por ciento de protestantes y 25 por ciento de católicos. En los meses siguientes otros templos y unas 300 cruces fueron demolidos en la provincia de Zhejiang, lo que provocó enfrentamientos violentos y muchos arrestos. ¿Por qué?

El Partido Comunista Chino (PCCh) cuenta oficialmente 87 millones de miembros, mientras que los cristianos son más de cien millones y de mantener su ritmo de crecimiento, esa cristiandad será la más grande del mundo en 2030. Por lo mismo el PCCh, sin denunciar a la religión como “el opio del pueblo”, considera el cristianismo como una amenaza seria. En los círculos oficiales hacen una comparación entre China hoy y Polonia en 1980, considerando que fue la Iglesia polaca la que destruyó el Estado comunista y, de manera indirecta, a la URSS. ¿Temerán que un Jesús chino acabe con el PC chino?

La ciudad de Wenzhu, con su diez por ciento de cristianos, es conocida como la Jerusalén del Este, por eso fue escogida para lanzar la nueva campaña contra el cristianismo. Ya en 1958, a la hora del Gran Salto Adelante, la provincia había servido de terreno para probar la ofensiva antirreligiosa, campaña que culminó en los años ulteriores con la terrible Revolución Cultural.

¿Por qué tiene tanto éxito el cristianismo en China, ahora? ¿Y por qué en su versión protestante, en especial la de las Asambleas de Dios? Es más fácil contestar la segunda pregunta, porque ocurre exactamente lo mismo en nuestra América Latina, con la diferencia que en nuestros países son personas formalmente católicas que pasan a otras Iglesias. Bien lo explica el jesuita Benoit Vermander, catedrático en la universidad Fudan de Shanghai: “El protestantismo es la nueva religión popular de China; combina con las tradiciones chinas de ritual y comunidad, pero a la vez permite a la gente sentirse internacional, miembros de una comunidad mundial… El catolicismo, mucho más asentado sobre la autoridad clerical, hace que los creyentes se sientan menos responsables del crecimiento de la comunidad, mientras que el protestantismo es emprendedor, da más libertad y poder a los fieles y cualquier puede iniciar un grupo eclesial”. Por cierto, los católicos son víctimas del mismo tratamiento que los protestantes: cierre de templos, destrucción de cruces, vigilancia cotidiana y represión.

El cristianismo vino a llenar un vacío espiritual agravado por el triunfo de un capitalismo sin frenos, controlado por el PC-Ch. Lo que más preocupa al gobierno es que si bien, en los años 80, las conversiones afectaban a campesinos pobres, ahora los nuevos fieles reclutan en la clase media educada, la que pide libertad personal y derechos individuales. Eso inquieta al autoritario presidente Xi Jinping y el ataque a los cristianos coincide con su política global de represión por los cuatro vientos, que afecta tanto a las minorías étnicas como a los chinos; a las universidades como a feministas, defensores de derechos humanos, periodistas y abogados que denuncian la corrupción; artistas y escritores políticamente incorrectos. La cereza en el pastel es el lanzamiento de una línea ideológica de expulsión de los “valores occidentales”.

Investigador del CIDE.

jean.meyer@cide.edu

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