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El miércoles 23 de agosto de 1939, el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Joachim von Ribbentrop, y el comisario de Asuntos Exteriores de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Viacheslav Mólotov, firmaron en Moscú un tratado de no agresión, que contenía cláusulas secretas, entre los países que representaban. En Junio de 1941. Hitler y Stalin, John Lukacs refiere que al término de la visita de von Ribbentrop, hubo un banquete inusual, “bien regado de champaña, y con la habitual práctica rusa de los brindis, uno de los cuales fue memorable. Stalin se levantó espontáneamente y alzó su copa: ‘Sé cuanto ama la nación alemana a su Führer; por eso quiero brindar a la salud de este gran hombre’”. Una fotografía de esa “jovial reunión” “muestra a Stalin sosteniendo un cigarrillo en su mano izquierda. Hitler ordenó retocar la foto: dijo que era impropio de tan gran ocasión que un estadista de relieve apareciese en la foto sosteniendo un cigarrillo”.
También en la Unión Soviética se acostumbraba corregir la realidad que representaban las fotografías. En una de ellas, por ejemplo, habían aparecido Voroshilov, Mólotov, Stalin y Yezhov en el canal Moscú-Volga. Pocos años después, Yezhov había desaparecido de la imagen.
Nikolái Ivánovich Yezhov había sido comisario del Pueblo de Interior. “Hay personas que parecen agujeros negros en el firmamento estrellado de la humanidad”, escribió Vitali Shentalinski en Esclavos de la libertad. “Poseen de forma innata tal poder maligno que todo lo que cae en su campo de atracción acaba siendo arrastrado y aniquilado. Recuerdo cómo se autoinmoló el comisario del Pueblo Yezhov. El acta de la instrucción de Yezhov en el archivo de la Lubianka desvela la naturaleza bestial del personaje. Durante el arresto, en su despacho oficial, hallaron algunos ‘recuerdos’, como unas balas envueltas en papeles que llevaban escritos los nombres de ‘Smirnov, Kámenev, Zinóviev’, que ya habían sido aplastados... Ocultas en distintos rincones había cuatro pistolas y muchas botellas de vodka, unas llenas, otras empezadas y algunas vacías... En el juicio Yezhov declaró: ‘No puedo negar que bebo... A menudo iba al piso de un amigo con una chica y ahí pasábamos la noche’. Y sobre la esposa de uno de sus subordinados dijo: ‘En octubre o noviembre de 1938, durante una juerga en mi piso, mantuve relaciones con ella’. Y también con su marido: ‘Tuve, en efecto, una relación homosexual...’”
Preso en la cárcel de Sujánova, ese “enano sangriento continuó sembrando la muerte”. Entre aquellos a los que acusó de espías cómplices de una conspiración troskista se halla el escritor Isaak Bábel, que había mantenido relaciones con su mujer Yevguenia Solomónovna Jayútina antes de que se casaran, cuando trabajaba como mecanógrafa en la oficina comercial de la URSS en Berlín.
Se dice que Bábel se había propuesto escribir una novela acerca de la Cheka, que recopilaba información, conversaba con destacados chequistas, que tomaba notas. Terminó siendo víctima de su sucedáneo: la NKVD. Es posible que sus cenizas hayan sido enterradas con las de Yezhov en la Fosa Común Número I. Cerca de ella Vitali Shentalinski encontró una lápida con una inscripción: “Yevguenia Solomónovna Jayútina, 1904-1938”.
Uno de los nombres que Bábel pronunció durante su proceso fue el de Serguei Eisenstein, con el que había colaborado en el film El prado de Bezhin. “Él creía”, declaró Bábel intimidado, aunque luego se retractó, “que la organización del cine soviético, su estructura y sus responsables entorpecían el pleno desarrollo de los trabajadores con talento artístico. Luchó encarnizadamente contra los dirigentes del cine soviético, fue el cabecilla de los formalistas en el cine, entre cuyos directores destacaron, por su activismo, Esfir Shub, Barnet y Macharet. Los fracasos artísticos de Eisenstein me permitieron mantener con él charlas antisoviéticas en las que yo opinaba que la gente con talento no tenía espacio en la tierra soviética, que la política artística del Partido excluía la búsqueda creativa, la independencia del artista en la ejecución del auténtico arte...”
Uno de los films más conocidos de Eisenstein, se sabe, es Iván el Terrible. John Lukacs sostiene que “la personalidad de Stalin, sus brutalidades, no fueron las de un marxista dogmático como las de una caudillo caucásico” y que “en muchos sentidos, encajaba con la milenaria y desventurada historia de su pueblo, en cierto modo evocaba a Iván IV, apodado ‘el Terrible’”.
Una película de Andrei Konchalovsky, El círculo rojo, recrea la fascinación de Stalin por el cinematógrafo, la cual no prescindía del gusto por los westerns. No parece extraño que la noche calurosa del 21 al 22 de junio de 1941, cuando el ejército alemán emprendió la invasión a la Unión Soviética, hubiera permanecido hasta poco antes de las dos de la mañana con sus más cercanos, como Mólotov, viendo una película.
También Joseph Goebbels creía que el cine era capaz de alterar la realidad tranformándola en ficción. Admiraba El acorazado Potemkin de Eisenstein, a pesar de no corresponderse con el nacionalsocialismo y recomendaba aprender de él su capacidad de traducir su credo político en imágenes verdaderamente artísticas. Eisenstein le respondió en una carta abierta: “No se imagine que su arte gubernamental, creado en medio de tanta infamia, será capaz de inflamar el corazón de los hombres”.
Dos días antes del inicio de la invasión alemana a la Unión Soviética, Goebbels vió con sus amigos Lo que el viento se llevó.
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