En las calles de Praga todavía acecha el Golem. Su historia se ha referido de diversas formas: en un libro de Gershom Sholem y una novela de Gustav Meyrink que leyó Borges, quien escribió un poema muy conocido, en un film de Paul Wegener, en una exposición del Museo Judío de Nueva York, en un estudio minucioso de un discípulo de Gershom Sholem: Moshe Idel.

Fue la palabra la que lo creo y lo delató. Una leyenda tardía sostiene que un cabalista del siglo XVI, Judah Loew ben Bezabel, llamado “el Maharal de Praga”, formó un hombre artificial de barro al que le concedió vida con la combinación de las letras del Nombre sagrado. La creación de ese Golem, cree Henri Naftali Atlan, “representaba una culminación, testimonio de la insuperable profundidad y de la verdad divina del saber que permitía su fabricación”. R. Zeira’, uno de los seguidores de Rava, descubrió que ese hombre no estaba dotado de palabra, por lo que reconoció que se trataba de un hombre artificial —cosa que no le sorprendió porque sabía que sus colegas tenían la costumbre de fabricarlos. En el Talmud de Babilonia se dice que uno de los sabios, Rava, “creó un varón”, mientras que dos de sus colegas, R. Hanina y R. ‘Oshaya, habían creado “un ternero de tres años”.

“La palabra golem”, ha escrito Henri Naftali Atlan, “no será utilizada para designar a ese hombre artificial hasta la literatura más tardía, y evidentemente su ambigüedad semántica no carece de importancia. Hasta entonces, esa palabra, que aparece sólo una vez en el hebreo bíblico (Salmos, 39, 16), se aplicaba a Adán, el hombre ‘natural’. Para el Midrash y el Talmud designaba un estado intermedio e inconcluso en las etapas de la creación del hombre a partir del ‘polvo de la tierra’, antes de que Dios le ‘insuflara un alma de vida’ (según Gn 2.7, y los comentarios de Midrash Rabbah 14:8 y de Nahmónides sobre ese versículo), cuando no es aún sino una masa sin forma (Talmud de Babilonia, Sanedrín 38b); o, en otras variantes, una masa de tierra con forma humana pero todavía sin vida (Midrash Levitico Rabbah 29:1). Por extensión, la mujer antes de conocer al varón es llamada ‘golem’ en el sentido de materia prima de un producto artístico (jarrón o ánfora) que todavía no ha sido trabajado hasta el fin. Esa sería la significación general de la palabra en Maimónides (comentario a Pirkey Avot: ‘siete propiedades caracterizan a un golem, y otras siete a un sabio’)”. Fue en los círculos cabalísticos del jasidismo de los siglos XII y XIII donde la palabra golem parece haber sido utilizada por primera vez para designar a un hombre artificial.

Desde la Edad Media, magos y filósofos naturales se han propuesto crear seres vivos sin recurrir a la procreación y a liberar el alma de la materia. Paracelso escribió una receta para producir homunculus y, en el siglo XVI, Magister Georg Sabellius, Faust el joven, que se presentaba como “fuente brotante de los nigromantes, astrólogo, segundo en magia, quiromántico, eromántico, pyromántico, segundo en la Hyatomancia”, se jactaba de poder crear hombres artificiales como la muñeca de “El hombre de arena” de E. T. A. Hoffmann o La Eva futura de Villiers de L’Isle Adam.

Mary Wollstonecraft Shelley confesaba que en el verano de 1816, en Suiza, oyó alguna de esas historias en las conversaciones que sostenía con Lord Byron y Shelley, las cuales devinieron el origen de Frankstein, al que, no por azar, subtituló “el moderno Prometeo”.

Ese anhelo no parece haber declinado. Una de sus formas resulta acaso la del atleta, al que se pretende volver invencible por medio de arduos entrenamientos, ejercicios agotadores y prescipciones rigurosas. Sin embargo, también la ciencia ha pretendido inventarlo por medio de sustancias secretas, inyecciones misteriosas a veces de la propia sangre y de siniestros experimentos genéticos que en algo pueden recordar a los que ensayaban los nazis durante el Tercer Reich. No todos esos atletas artificiales han logrado competir y ganar en unos Juegos Olímpicos. Adivino que muchos de ellos se quedaron sólo en intentos malogrados, obligados a mantener una vida oscura, marcados no sólo con malformaciones y enfermedades desconocidas, resignándose en silencio a su destino que quizá sólo permanecerá en un archivo.

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