Como la del alfabeto, la historia de las palabras parece misteriosa. Antonio Alatorre creía que en algo podría proceder del arte de la magia, Hugo Schuchardt, Rudolf Meringer y Wilhelm Meyer-Lübke, entre otros, sostenían que la historia de las palabras podía revelar la historia de los objetos; que se trataba de un devenir paralelo, y, en un pequeño poema, Joseph von Eichendorf aseguraba que en cada cosa duerme una palabra, que no deja de dormir en ella, y el mundo canta si se encuentra la palabra mágica.

Ciertas palabras están destinadas a permanecer secretas. Borges, que sabía que “en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”, comprendía asimismo, como los cabalistas, que “hecho de consonantes y vocales,/ Habrá un terrible Nombre, que la esencia/ Cifre de Dios y que la Omnipotencia/ Guarde en letras y sílabas cabales”. El conocimiento de ese nombre, se sabe, resulta atroz para el hombre. También el nombre de las ciudades debe mantenerse arcano. Alvaro Cunqueiro refiere que, según los cabalistas, quien descubre ese nombre se hace dueño de una urbe. “Toledo se llamaba en tiempos Fax, y a Carlos V le dijeron el nombre. Pero desde entonces parece haber cambiado. Los reyes de Francia se transmitían unos a otros el nombre secreto de su reino. Luis XVI debió haberlo olvidado, y por ello le cortaron la cabeza...”

Existen asimismo palabras que incluso los niños conocen, pero que a veces se pronuncian subrepticiamente, como entre iniciados, porque el decoro y las buenas costumbres las consideran reprobables, vulgares e injuriosas. Se les ha pretendido descalificar llamándolas “malas palabras” o “groserías”, es decir: de mala educación, y suele sospecharse que proceden de los bajos fondos.

Las nuevas Ligas de la Decencia parecen obsesionadas con condenar palabras que juzgan impropias y despectivas. Quizá creen que alterando ese muestrario del mundo que puede ser el lenguaje, se modifica el mundo —a su gusto. En contra de la naturaleza del idioma, que no cesa de transformarse, se han propuesto sustituir esas palabras que suponen denigrantes imponiendo otras que les parecen adecuadas a sus principios. El artificio en ocasiones resulta ambiguo, como en el caso de ciertos enfermos (afortunadamente la palabra “enfermo” todavía no ha sido anatemizada, a pesar de que puede usarse como un insulto al decir: “eres un enfermo”) que sufren parálisis. Debido a que, por alguna razón que no logro entender, la palabra “paralítico”, que, según María Moliner escuetamente designa a quien ha perdido “la capacidad de movimiento en alguna parte del cuerpo”, se sospecha ofensiva, por lo que se ha decidido que se les debe llamar “minusválidos” o “discapacitados”, que son claramente peyorativos. Paradójicamente, ese principio ha servido también para que ciertas prácticas como el abuso de poder, el latrocinio y la corrupción se denominen con benevolencia “conflicto de intereses”.

También la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), muy conocida por sus conflictos de intereses, parece dispuesta a luchar en favor de las buenas costumbres, por lo que ha decidido erradicar de las tribunas un grito creado por la porra del Atlas en el Estadio Jalisco para intimidar los despejes de meta del portero rival y que culmina con una palabra que Quevedo definió en un verso como “puto es el hombre que de putas fía”. En el primer diccionario del castellano, Tesoro de la lengua castellana o española, editado en 1611, don Sebastián de Cobarruvias se limita a anotar: “Notae significatiom et nefandae”, y el Diccionario de Autoridades la define como “el hombre que comete el pecado nefando”. Corominas sostiene que procede del latín putus, que significa “niño”. El Diccionario del Español de México, editado por El Colegio de México bajo la dirección de Luis Fernando Lara, además del significado de “hombre homosexual”, inscribe el de “que es cobarde o medroso”, y la Real Academia agrega el de “necio, tonto”.

Aunque se trata de un remedo de insulto común entre los futbolistas y no conozco a ningún homosexual al que le ofenda la palabrita, la FIFA la ha condenado moralmente y pretende desterrarla de las tribunas porque considera que uno de sus significados puede ser un indicio de discriminación. Lo curioso es que la FIFA le ha concedido la sede de la Copa del Mundo de Futbol a países cuyas leyes castigan la homosexualidad como un delito.

En otros tiempos se quemaban libros; en esta época se prohiben palabras.

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