En 1996 apareció publicada por la Editorial Alfaguara una novela que ha sido calificada de “ciencia ficción”, y “distópica” y de “anticipación” y cosas así. Es una novela infame en la que se pronosticaba que muy pronto, por ahí de 2015, México habría de ser víctima de una espantosa intervención extranjera.

Para distinguir esta intervención extranjera de las anteriores, el gobierno en turno llamaría orgullosamente a la de 2015 la “Nacional Intervención Extranjera”. Esta “Nacional Intervención Extranjera” se lleva a cabo porque México es incapaz de pagar lo que el gobierno en turno orgullosamente llama la “Nacional Deuda Externa”. Los yacimientos petroleros se han secado (se diría que como la gallina de los huevos de oro). Lo que el gobierno orgullosamente llama la “Nacional Inversión Extranjera” se ha detenido, lo mismo que la “Nacional Inversión Nacional”, porque todo mundo está hasta la madre de que el gobierno cambie a cada rato las reglas de la “Nacional Corrupción”. Mientras no haya un marco regulatorio de la corrupción, dicen los inversionistas, México seguirá bajando en las evaluaciones internacionales.

Es así que el país cae en una crisis integral (cuando se escribió esa novela miserable aún no se popularizaba la expresión “tormenta perfecta”). Desde 2002, el gobierno trata de sortear el caos creando un Nacional Gobierno de Emergencia Patria que organiza el Nacional Congreso Neo-Constituyente, decreta nuevas leyes de corrupción y desaparece al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se transforma en el Partido Evolucionario Definitivo (PED), cuyo ideario consiste básicamente en evolucionar hacia el futuro representado por el nacionalismo de 1929.

Cuando los bancos mundiales ven a los políticos y a los ricachones mexicanos sacando lo que queda de dinero, cancelan cualquier opción de rescate financiero internacional. Ya no hay nada que hacer. El gobierno en turno orgullosamente decreta el “Nacional Post-Mortem” y es entonces cuando los países acreedores deciden cobrarse con lo único que vale algo: territorio. Es así que se inicia la “Nacional Intervención Extranjera”: la Unión Europea se apropia de la península de Yucatán (y le cambia de nombre a “You-Can-Tan”), Japón se queda con Baja California y el resto de los estados fronterizos son ocupados por Estados Unidos.

La víspera de darse a la fuga como todos los políticos, los funcionarios y los ricachones, el presidente le entrega el poder a don Hugo Agenor Fierro Ferráez, que es el héroe de la novela. “Mire don Hugo —le dice el presidente—, vamos dejándonos de pendejadas: ya no hay revolucionarios, ni nacionalistas, ni liberales, ni tecnócratas, ni populistas, ni masones, ni nada. Lo único que hay es usted, lo único que no cambia en este país. Por algo será.”

Este señor Fierro Ferráez, que tiene 137 años de edad y pesa 250 kilos, es el líder nato del Sindicato Único de Mexicanos Obreros (SUMO), una confederación obrera, campesina y popular que agrupa a todos los sindicatos oficialistas, blancos, charros y libres del país. La primera decisión que toman Fierro Ferráez y su gabinete (que está formado por los líderes del sindicato de maestros, expetroleros, exferrocarrileros, etc.) es fingir que no pasó nada y que el país no ha perdido el 50% de su territorio. Manda llamar a los nacionales cartógrafos y ordena redibujar al país igualito que antes, aunque más chiquito (el mar de Cortez se secó y ya). Para explicar que las distancias son ahora más cortas, el gobierno inventa el neometro mexicano, que mide la mitad de un metro extranjero, y listo.

Los compatriotas que quedaron en los estados recién anexados por el imperialismo canalla, felices de que las fronteras vinieron a abarcarlos a ellos, en lugar de tener ellos que ir a saltarse las fronteras, se sienten la gran cosa por haber despertado convertidos en japoneses, europeos y gringos y empiezan a discriminar a los mexicanos que quedaron fuera, es decir, dentro.

Cuando esta historia sucede, el presidente de los Estados Unidos se llama Angus P. Merlin. Luego de cambiarle de nombre a los nuevos estados de la Unión Americana (New Chihuahua, New New Lion, etc), ordena levantar un muro que va de costa a costa, del norte de Sinaloa al norte de Veracruz. El objeto del muro es impedir que los mexicanos traten de entrar ilegalmente a los Estados Unidos ampliados. Obviamente, los nuevos gringos aportan mano de obra barata para construirlo. Y obviamente el muro es llamado el “Muro de Merlín”...

La novela esa, “El dedo de oro” es muy triste. Qué bueno que es inconseguible.

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