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Leo a Miguel Hernández: “Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, / los que entienden la vida por un botín sangriento: / como los tiburones, voracidad y diente, / panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.” Han saltado estos versos apenas abro las páginas de El hombre acecha. Cada palabra tiene su momento en el tiempo, y el azar se esconde y ríe de nuestra ingenuidad. Así que no me preocupa ser disciplinado en la lectura, pues los libros y sus palabras caen como peras maduras y a su tiempo. “Nosotros no podemos ser ellos.” De un sobresalto pienso en los congresistas mexicanos, en su peor mayoría faltos de saber y de escrúpulos, sentados en sus sillas, pero ausentes. ¿Consecuencia de una cultura histórica y de una fractura democrática irreparable? Se trepan a los escaños del Congreso no los servidores públicos de cepa, ni los más capaces, sino los expertos en marrullerías politiqueras y los más rapaces. Y me pregunto: ¿Por qué son tan perros? Diputados y toda su corte carnicera, llevándose la comida de la gente buena para hacer sus mansiones de dolor en Florida, e invertir el lucro en las barrigas de su descendencia. Si esto no es doloroso, entonces no entiendo qué es el dolor y no lo siento. No estoy descubriendo la maldad, es claro, sino el robo de la representación pública. En esencia el mal se concentra allí: en la oferta de enfermedades, no de remedios. Y en el hecho sencillo de representar cadáveres, no personas; de hablar en nombre de almas muertas, no de seres sensibles y ofendidos. Detrás de los árboles no hay otro mundo. Detrás de la cortina de humo hay más humo y porquería. Nadie puede barrer la niebla.
Y culmina un poema, El cielo nos espera con la boca abierta, de Jaime Jaramillo, así: “Y yacemos aquí / como un amasijo de lepra / revolcándonos en un estercolero / en espera del fin del mundo / para poder entrar al cielo.” Siempre a la espera de un cielo vacío, vacío de tan solicitado; e imposible. ¿Para qué otro análisis de la situación? Cosa tan cómica. Mejor, en mi caso, un lirismo de náufrago, un lamento profundo, una resignación y un levantar los hombros. Una mentada y que la calle se barra sola. ¿Será mejor así? Un impulso débil y escueto dice: “No.” Pero estoy cerca de la muerte y la misma gusanera de siempre, y el mismo desconsuelo gota a gota, no de sangre ni de agua, sino de piedra. “Ya déjate de eso. Duele más ver a la rubia del Metro que miró Efraín Huerta en la estación Balderas”: Es una milonga triste, La rubia del Metro: “Casi lloraba y ya casi gemía / la rubia del Metro, / con sus muslos de leche, su atroz melancolía.” Y al final del poema la conciencia de una grieta eterna: “Jamás nadie verá / un dolor como el suyo, / ni angustia parecida / ni tanta soledad...” Y después de eso hay que vivir, y llevar las imágenes de la melancolía consigo y en los hombros, y aprender a que si quieres estar, debes soportar. Mas son dolores distintos, el civil y el de la vida humana. ¿Cuál es más insoportable?
Me resigno cuando me muera. ¿Levantar los hombros y hacer caso omiso a la rapiña? No. Pero ya ni siquiera puedo mantener en orden las clavículas, colgadas como la piel y la sonrisa del viejo. ¿Cómo levantar los hombros y seguir absuelto y por la calle? Mejor una mentada; a los canes aunque no entiendan y continúen hozando en la carne de inocentes. ¿O lo entienden bien? Claro, mejor, que nadie, los ganadores saben que han ganado, y se sientan en el lomo de un caballo famélico y ordenan, término medio, la misma carne que le quitaron al equino, y piden un vino, y cuando están en confianza se tragan sus cubas y tequilas. Y celebran, hartos, sus negocios. Y yo con mis pesares de idiota. Porque quien abre la ventana hacia el pasado y echa un ojo en la historia de las ideas cree en el individuo que protesta, participa y forma parte. Y sospecha de la globalización; la cual ha tomado el lugar del Renacimiento, el Humanismo, y de las ideologías democráticas y liberales: el lugar del individuo se estrecha. Es un desastre. En el libro ¿Cuánta globalización podemos soportar?, Rüdiger Safranski se orienta y dice: “Para la conciencia globalizada, apoyada en los medios de comunicación, los espacios se hacen estrechos, falta el sentimiento de la anchura abierta. La mayoría de las cosas nos parecen conocidas, sin que las conozcamos realmente.” Sin que las conozcamos realmente. Tal cosa sucede. Vemos, en el documental, a los leones tragarse una cebra y nos acostumbramos porque, según esto, ya conocemos la escena. Y lo mismo acontece con las Islas Baleares y la democracia; hemos visto y escuchado, y creemos conocer, pero no sabemos porque no las hemos experimentado. ¿Qué hacemos con los globalizados? El futuro, nada menos. Carajo. Los desaparecidos verdaderos somos nosotros. ¿Acaso me resisto a hacer una crítica constructiva? (Otra bufonada, eso de crítica constructiva; si es crítica real, entonces ya es edificante). No, y tampoco se trata esto de un lamento, sino de un hecho, grave y sostenido: ¿por qué tan perros? Porque pueden. Hurtan la representación pública y montan su riqueza. ¿Y se acabó? Retorno a Miguel Hernández: “Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente.”
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