Después de cada elección importante en México, nuestros políticos y opinadores se ponen muy creativos. Todo mundo tiene sugerencias de nuevas regulaciones o de modificaciones a las leyes electorales que darán lugar, ahora sí y de una vez por todas, a la reforma electoral definitiva. La propuesta de moda es la realización de una segunda vuelta electoral. La argumentación en su favor es variopinta: algunos dicen que con este método quien resulte electo tendrá mayor legitimidad porque contaría al menos con el apoyo de 50% de los votantes; otros dicen que ayudaría a la gobernabilidad, ya que fomentaría la creación de coaliciones que impidieran un bloqueo sistemático en el Congreso; otros más creen que esto favorecería la elección de candidatos “moderados”, etc.

Dentro de quienes proponen la segunda vuelta, hay algunos que no sólo creen que sería una magnífica solución, sino que además consideran que es urgente, es decir, que hay que aprobarla ya, de una vez para el 2018, sin dilaciones ni retrasos. El país no puede aguantar, en su visión, otra elección por mayoría simple y a un candidato ganador con menos del 40% de los votos. Más aún, nos explican, si los tiempos de hacer reformas a las leyes electorales para el 2018 ya se pasaron, pues de una vez vayámonos directo a modificar la Constitución. Faltaba más. Así de urgente es el tema, según ellos.

Yo, en lo personal, no me opongo a la segunda vuelta. Simplemente no le veo ni las maravillosas propiedades que le atribuyen a esta opción ni mucho menos le veo la urgencia que a otros tanto les agobia. Me parece, por ejemplo, que plantear el argumento de la gobernabilidad después de una administración como la de Peña Nieto en la que se hicieron tantas reformas (incluyendo varias constitucionales), demuestra precisamente que el problema no es de la inmovilidad o de bloqueo legislativo. Es decir, incluso un gobierno de mayoría puede, en principio, ser capaz de lograr una coalición que le permita avanzar en una agenda de reformas sin necesidad de establecer una coalición de manera semiformal como podría estar implícito en un régimen con segunda vuelta. Por otro lado, la idea de que un gobierno elegido por esta vía sería más legítimo por contar con el apoyo mayoritario de la población parece olvidar que eso es un mecanismo inducido, obtenido por diseño, y no porque realmente refleje los intereses y opciones de la mayoría de la población. Una elevada abstención en una segunda vuelta podría incluso dar lugar a tener un candidato ganador con una votación inferior a la de la primera vuelta.

Por otro lado, me parece que quienes proponen la segunda vuelta no se han terminado de dar cuenta de que allí no están los verdaderos problemas de la democracia mexicana. Después de ver un proceso tan sucio e inequitativo como el que todos vimos en el Edomex, en donde el gobierno federal y sus funcionarios intervinieron de manera tan abierta y flagrante en el proceso electoral con una extraordinaria lluvia de recursos y programas sociales, resulta extraño que se piense que la solución a la legitimidad de un gobierno y la gobernabilidad de un país dependan de una segunda vuelta. Esto es como si después de observar un partido de futbol en el que un equipo juega con 15 jugadores mientras que el otro juega con los 11 reglamentarios, se piense que la solución sea proponer un tiempo extra en caso de que el partido terminara empatado. Suena bien, pero omite la discusión de fondo. En última instancia, una reforma como la de la segunda vuelta electoral requiere una reflexión más profunda sobre los pros y contras de esta modificación. Hay muchos temas de diseño que aún deben discutirse y resolverse: ¿la elección legislativa debe ocurrir en la primera o en la segunda vuelta (o incluso después)? ¿Qué efectos tendrá esto sobre la composición del Legislativo y sobre los partidos pequeños? Seamos serios. El país ya no está para más ocurrencias electorales.

Economista.
@esquivelgerardo

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses