Hay momentos que definen el carácter de un país y de su pueblo. El pasado 8 de noviembre se impuso una realidad que difícilmente habríamos imaginado. La relación entre México y Estados Unidos, si bien de contrastes, mantenía una tendencia cercana, fluida y con múltiples áreas de cooperación. Donald Trump es hoy el presidente de la principal potencia, de nuestro primer socio comercial con 80% de las exportaciones mexicanas y en el que viven 34 millones de personas de origen mexicano.

Esta realidad dejó al descubierto la tarea que México no ha realizado. La política exterior es una herramienta potente, tan relevante que previene guerras y tragedias, pero también tan humana que a veces falla y las personas más vulnerables padecen las consecuencias. Seamos francos, ni la mejor política exterior puede reemplazar a la política interior. Lo que los mexicanos no hagamos en casa, ningún país lo hará por nosotros.

En los últimos días se ha hablado de unidad de nacional. Por primera vez en mucho tiempo el llamado del Presidente de la República, de los líderes de partidos y actores políticos coincide con el sentir expresado en las redes sociales y en las calles. Sabemos que enfrentamos un problema serio y que no cabe la discordia entre nosotros. Este unánime llamado a la unidad nacional debe dejar la retórica y convertirse en unidad de propósito y acción.

Es fundamental apostar por el diálogo con Estados Unidos; un diálogo con la cancha bien delimitada, que incluya todos los temas, pero que deje claro que nuestra soberanía y la dignidad de México y de los mexicanos no están en discusión. Será necesario incorporar múltiples actores, distintos niveles de gobiernos, buscar aliados en ambos lados de la frontera, en síntesis, articular un ejercicio integral de diplomacia pública.

Asimismo, México debe diversificar su política exterior y comercio. Ello implica la apertura de embajadas en regiones donde apenas estamos presentes (nuestro país cuenta con 8 embajadas para todo el continente africano, Cuba y Brasil tienen más de 30 embajadas), un mayor liderazgo en América Latina y el Caribe y un verdadero ejercicio de responsabilidad global.

La agenda interior no es más sencilla que lidiar con Trump. Es urgente resolver nuestra tarea con la construcción del Estado de Derecho. La violencia, corrupción e impunidad no pueden seguir siendo el sello de la Patria. La desigualdad en la distribución del ingreso, educación, alimentación y oportunidades, es una asignatura pendiente que afecta todos los días a nuevas generaciones. Mientras no desarrollemos un modelo educativo competitivo seguiremos rezagados y conformes con ser un país de mano de obra y de escaso valor agregado.

El comercio es una intersección en la agenda bilateral que requiere del trabajo tanto en política exterior como interior. Ser más competitivos requiere diseñar una política industrial. La mano del mercado no resuelve problemas en automático. México tiene una inmensa capacidad para producir bienes de calidad que puedan entrar en muchos más mercados y no concentrarse en Estados Unidos.

México tiene ya ratificados tratados de libre comercio con 46 países, pero éstos no han derivado en estrategias de desarrollo que podamos vincular con las zonas del país que más necesitan recursos y oportunidades.

Como estos temas, existen muchos más en los que la política exterior necesita decisiones y políticas sensatas internas. Ahí está la agenda migratoria y la histórica deuda con nuestros migrantes, los temas de energía, seguridad y cooperación.

Queremos negociar con Estados Unidos como pares, queremos que nos respeten y no nos amenacen con más muros e impuestos. Lo responsable es exigir a nuestro vecino ese trato y, al mismo tiempo, trabajar en casa para que la realidad no aniquile el discurso de la soberanía y dignidad.

Senadora por el PAN

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