Cuando el fenómeno de los niños migrantes parecía ir a la baja, una cifra nos recuerda que las causas de la expulsión no han sido superadas. Apenas en lo que va del año, de enero a mayo, el Instituto Nacional de Migración (INM) reporta el aseguramienton de 11 mil 800 menores de edad, la mayoría centroamericanos, 50% más que en el mismo periodo de 2014.

Algo está ocurriendo que las políticas públicas destinadas a reducir el problema han dejado de ser aplicadas, o ya no funcionan, o nunca lo hicieron y la baja previa fue sólo un espejismo producto de factores circunstanciales. Es urgente saber cuál es la razón.

En su momento, durante la crisis humanitaria revelada por Estados Unidos —palabras del propio presidente Barack Obama—, se dijo que la expulsión de niños se debía a la situación de seguridad de los países de origen. En ello coincidió la mayoría de funcionarios y especialistas. Significa entonces que se incrementaron las condiciones de violencia en las comunidades de donde los niños son originarios.

Quizá los motivos sean otros, o combinados como la mayoría de los asuntos sociales. En cualquier caso, bien haría el INM en dar algo más que cifras. Por ejemplo, tendría que tener ya un diagnóstico sobre los motivos esgrimidos por cada menor asegurado. Únicamente con información se logrará un debate nacional interno como ocurrió en Estados Unidos en cuanto a qué hacer con los menores. Escalar el asunto hasta la tribuna del Congreso, los espacios en medios de comunicación y las salas de los gobiernos.

El hecho de que México sea un país expulsor en sí mismo es un aliciente para cambiar las cosas en la frontera sur. A su vez, que la mayoría de los niños migrantes busquen ir hacia la frontera norte no exime al país de responsabilidad. Parte de la violencia en Centroamérica es originada por cárteles mexicanos.

Sería un error atender el tema bajo un esquema meramente punitivo. Hombres armados en las calles no han logrado en ninguna parte del mundo evitar que un niño sea abandonado por sus padres y, en consecuencia, deba recurrir a la “alternativa” que pandillas o delincuentes le ofrecen.

La cooperación regional ha empezado en materia de detección y deportación. Para lograr un éxito duradero habría de extenderse también al ámbito económico y social. Conviene a los países de origen, a México y al propio Estados Unidos. Menos niños solos en las fronteras sería un claro indicio de países más seguros en su interior.

La tendencia antes favorable se ha revertido. Es síntoma de un problema mayor que urge enfrentar.

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