Tengo presente el peso de los insepultos en México —los sepultados malamente, sin funeral, sin ser identificados (o sí identificados por las autoridades, pero enterrados en fosas ilegales, sin haber dicho nada a los deudos, como ha ocurrido por lo menos en Veracruz y Morelos), caídos a la luz del día y después escondidos por los perpetradores, víctimas de desaparición forzada o de la violencia a las que jamás debemos llamar “daños colaterales”, asesinados por sus secuestradores, migrantes, soldados, policías, sacerdotes, ingenieros, de otros oficios i ni-nís... los desaparecidos...

Leo en Antígona, de Sófocles, nuestro hoy devorado por los insepultos, tal vez 26 mil 798, según el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, tal vez muchos más, tal vez menos.

Releo el valor ejemplar de la joven Antígona (la de Sófocles), su heroísmo, y su también oscura dedicación a la muerte, y admiro a las y los Antígonas en México hoy, su valor y su dedicación a la vida. Releo el sacrificio de Antígona y el de su novio Hemón, y el que hayan sido empujados al suicidio, y pienso en los nuestros, temiendo, recordando a Marisela, a Juan Nepomuceno, a tantos más Antígonas caídos.

Releo el silencio de Ismene, la hermana de Antígona, el miedo que sintió, y en él veo nuestro silencio. Después veo la reacción de Ismene frente a la condena a Antígona, su solidaridad, su dolor.

La Fiscalía Especializada de Búsqueda de Personas Desaparecidas ha empezado el registro de las fosas donde los restos humanos están sin estar. Procederá a exhumarlos para enterrarlos propiamente, no aventados como perros sin dueño, sin que lo sepan sus familias.

Releo, intento releer Antígona sin perderme en lo que no es legible, porque no es legible que sean tantos los miles de desaparecidos en México, que también mueran tantos de nuestros y nuestras Antígonas, los padres y hermanos y maridos y esposas de los desaparecidos, los que buscan sepultar propiamente a sus seres queridos, y no es soportable ni legible que también mueran los mensajeros, o los miembros del Coro.

Veo en la ópera, La Dama del Lago, de Rossini, inspirada en un poema narrativo de Walter Scott, a un monarca diferente al rey Creón de la Antígona de Sófocles, y pienso en el mandato de Creón, y en los que quieren sepultura para sus seres queridos.

En el montaje en la MET de La Dama del Lago, Joyce DiDonato y Lawrence Brownlee son dos prodigiosas cajitas mágicas de música. Oírlos es recuperar la fe en el hombre. Sobre todo el “Tanti Affetti”, de DiDonato, y el “O flamma soave”, de Brownlee (que hace el papel del rey) son de una dulzura poderosa. En sus voces demuestran cómo Elena (DiDonato) y el rey escocés (Brownlee) vencen el mandato de la muerte al que se entregó Antígona. En La Dama del Lago, en lugar de una Antígona suplicando al rey le permita enterrar a su ser querido, el amor y el valor moral del monarca que no quiere venganza o castigo, que no odia, que no busca sacar provecho de sus súbditos.

Creón, el rey que en Sófocles prohibe enterrar a un hombre por considerarlo “malo”, un “enemigo” de su pueblo, es lo opuesto al que decide ser el rey escocés de la ópera de Rossini. Pero hay un momento en La Dama del Lago en el que parece que el rey sí podrá convertirse en un mandatario de la misma naturaleza que el de Sófocles. En el montaje del MET, en el momento de indecisión, cuando aún no conocemos el descenlace, Elena canta expresando su temor, de pie en el centro de lo que parece ser un estanque de sangre, (como hablan nuestros y nuestras Antígonas, como nosotros).

Veo A view from the bridge, de Arthur Miller que se presenta estos días en Broadway. El director (Ivo van Hove) también opta por un estanque de sangre en el que es reconocible, por supuesto, Francis Bacon, pero más la necesidad de honrar la sangre de los migrantes asesinados en el camino, ya que la obra de Arthur Miller también habla de inmigrantes.

¿Cuándo creíamos que México iba a convertirse en la alberca de sangre de los inmigrantes que buscan llegar al norte del Río Bravo? No lo creí yo cuando leí aquella primera vez, como adolescente, la Antígona de Sófocles.

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