Para los románticos, el paisaje —la naturaleza no alterada por el hombre— era espejo del alma. Dice Emerson, su contemporáneo, “En el paisaje tranquilo y, especialmente, en la lejana línea del horizonte, el hombre contempla algo tan hermoso como su propia naturaleza”. Al caer la noche, el paisaje no se cierra. Emerson habla de las estrellas, los “predicadores de la noche”, los astros nocturnos que brillan en el cielo condensan en su luz palpitante lo que el paisaje expresa de día.

Dolores Veintimilla (1829-1857) —poeta romántica ecuatoriana— escribió en el que es, tal vez, su mejor poema: “El negro manto, que la noche umbría/ tiende en el mundo, a descansar convida”, y tras este principio pone a dormir al pobre en su pobreza, al rico en su avaricia, al pastor en su cabaña, al marino en su bajel, a la fiera en la espesura, al ave en las ramas, al reptil “en su morada impura”, al insecto y al viento, elementos y seres vivos condenados a representar el papel que se les ha asignado, sin libertad. El poema termina diciendo: “Déjame que hoy en soledad contemple/ de mi vida las flores deshojadas;/ hoy no hay mentira que mi dolor temple,/ murieron ya mis fábulas soñadas”.

El paisaje de la Veintimilla se amortaja “en un negro manto”; silenciado, ha dejado de hablar. En éste, el ánimo de la poeta se devela: en breve, se suicida, a los 27 de edad, con su hijo de ocho años en el mismo departamento. Sin el paisaje, sin espejo para el alma, sin libertad, la vida apaga su propia chispa.

Porque el paisaje, por ser espejo del alma, significaba también libertad y pertenencia, la llama doble del romántico. José María Velasco nos pintó en el paisaje el alma —la libertad y nuestra pertenencia—. El paisajista Frederic Edwin Church, de la escuela del Río Hudson, pintó magistralmente las cataratas del Niágara —libertad y pertenencia para el norteamericano—. Emerson decía que “en las selvas volvemos a la razón y a la fe. Siento allí que nada puede ocurrirme en vida —ni desgracia ni calamidad— que no pueda reparar la naturaleza. Estando sobre el terreno liso —con la cabeza bañada por el aire alegre y erguida hacia el infinito espacio—, todo vil egoísmo se desvanece, y me convierto en una transparente pupila. Lo veo todo. Las corrientes del Ser Universal circulan a través de mí”.

Una transparente pupila nos liga a la tierra, y nos libera, nos vuelve libres.

El paisajista Church viajó a Ecuador, quería pintar selvas —las selvas que tanto valuara Emerson— siguiendo los relatos de Humboldt, y así nacieron sus hermosos lienzos de los Andes: Libertad y también Pertenencia —América para los americanos, la doctrina Monroe enunciada en 1823—. El mismo pincel que había entregado a la pupila pública americana las cataratas del Niágara, y con esto la certeza de pertenencia, les entregaría la cumbre más distante al centro de la tierra, el Chimborazo.

Financia el viaje de Frederic Church un empresario, Cyprus West Field, que busca convencer a inversionistas americanos para empresas en América del Sur, de ahí su práctico sentido de “pertenencia” —la belleza del paisaje no será sino persuasión para el bolsillo, y apropiación: “América para los americanos”—.

Siguiendo la lógica de un cuento, cuando Church regresa a Nueva York exhibe el óleo Los Andes de Ecuador. Se cobra la entrada, se prestan lentes de ópera para poder seguir todos los detalles. Los espectadores se sientan en bancas en la semioscuridad. Las cortinas se abren: aparecer el enorme lienzo, la pintura iluminada con spots, resplandeciendo como una ventana que dejara ver el paisaje. Los Andes del Ecuador causó furor, las colas para verlo eran más largas que para entrar a la casa de Frida Kahlo. Church pondría a la venta su pintura, y sería en su tiempo la mejor pagada jamás a un artista norteamericano (10 mil dólares).

¿Hoy alguien podría pensar en patria y libertad con la misma luz del romántico? ¿Quedamos marcados por esa venta de almas? Sí, sí, ya sé que nos sabemos amenazados por la venta de armas de alto poder, que si las fugas del Chapo son de mantequilla o de sobornos, pero también nos hace falta tratar de ver el paisaje, atrás de la oscuridad que provoca la luz perversa del presente….

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