En julio pasado, el entonces embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, dejó el país luego de cuatro años de servicio, a la espera de que Roberta Jacobson, actual subsecretaria para el Hemisferio Occidental, y quien había sido designada por el presidente Obama como su reemplazo, tomara su lugar. Pero no fue así. Meses después, el nombramiento de Jacobson sigue atorado en el Senado de EU sin visos claros sobre cuándo votarán su confirmación.

Lo más inusual de esto es que la nominación de Jacobson no es nada controversial. Una servidora pública de carrera, conocedora de la relación México-Estados Unidos como nadie más en el gobierno, Jacobson ha servido a administraciones demócratas y republicanas y tiene el fuerte apoyo de la gran mayoría de senadores de ambos partidos. Pero la demora en aprobarla no tiene nada que ver con sus cualidades profesionales.

En el último año le ha tocado a Jacobson implementar la apertura de relaciones del gobierno de Estados Unidos con el de Cuba, lo cual es pecado suficiente para que dos senadores, uno de cada partido, se opongan a su nombramiento. Los procedimientos arcaicos del Senado estadounidense permiten que un sólo senador puede bloquear un nombramiento y posponer un voto casi indefinidamente.

Hay salidas posibles. El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado ha dicho ya que va a proceder a fijar fecha en noviembre para una audiencia y un voto en la comisión, y que él votará a favor de ella. Si sale con un apoyo fuerte de senadores de los dos partidos, es posible que los senadores que ahora se oponen desisten de su intento de bloquearla. También puede darse en algún momento el nombramiento de un embajador de Estados Unidos en Cuba, que les daría a los senadores otro blanco para su enojo que no sea Jacobson. A final de cuentas la pelea no es con ella, sino con Obama y su política hacia Cuba.

Lo más triste de todo esto es que demorar la llegada de Jacobson realmente es un autogol del Congreso de Estados Unidos, un golpe contra los intereses propios del país. México es el segundo destino de las exportaciones estadounidenses, la tercer fuente de petróleo, un socio estratégico en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado y el país de origen de uno de cada diez estadounidenses. Perder inercia en la relación bilateral atenta contra el bienestar del país y hace más ineficiente encontrar soluciones a problemas comunes. Desde luego, la embajada no deja de funcionar sin embajador, pero sí pierde capacidad y nivel frente a sus interlocutores en México.

En general, el Congreso de Estados Unidos no es conocido por su agilidad, cordura y visión estratégica. Pero también ha habido momentos de esperanza y creatividad en el Congreso, como esta semana, cuando John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes hasta el pasado jueves, logró un acuerdo fiscal con la Casa Blanca, que permitirá aprobar sin problemas el presupuesto público durante los próximos dos años, elevó el techo de endeudamiento para que el país no entrara en default fiscal y sacó otros varios pendientes antes de dejar su puesto. Ganó el pragmatismo —y el sacrificio de un político honesto y comprometido— por sobre las inercias de la politiquería.

Esperemos que algo similar pase con el nombramiento de Jacobson, que los senadores pongan los intereses de su país sobre sus agendas personales y le den la confirmación que merece para llegar pronto a ocupar la Embajada en México.

Vicepresiente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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