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Las posadas, tal y como las conocemos en México, tuvieron su origen en el Convento de San Agustín de Acolman —en el ahora Estado de México— a finales del siglo XVI. Allí, el fraile agustino Diego Soria recibió del papa Sixto V un permiso para realizar misas nueve días antes de navidad, llamadas entonces “de aguinaldo”, como símbolo de los nueve meses de embarazo de María y de los mismos días que les tomó a los padres de Jesús ir de Nazaret a Belén. Para hacer estas misas más amenas y atractivas, al final los religiosos entregaban a los fieles fruta y dulces (aguinaldos) y después se incorporó la piñata con fines lúdicos y simbólicos como señal de gracia divina por recibir a Jesús. A pesar de que iniciaron como celebraciones exclusivas de los templos, con el tiempo las posadas pasaron a realizarse en los hogares, en las calles y en las familias.

Siguiendo esta tradición eclesiástica, el padre Gregorio Ibarra celebra en la Parroquia Santa Rita de Casia (ubicada en la calle Javier Sorondo 324, en Villa de Cortés, delegación Benito Juárez) estas posadas tradicionales del 16 al 24 de diciembre. También de formación agustina, el padre Ibarra asegura que lo más importante para él es la presencia de los niños que se dan cita en el templo para cantar las letanías y villancicos. “Es con los niños con los que hay que empezar. He visto que en los últimos años ha habido un decaimiento en los asistentes a las posadas, pero son los niños a los que hay que atraer, ellos representan la pureza”.

Aunque dice que su celebración es un tanto simple porque no cuenta con las luces de bengala ni fuegos artificiales que otros lugares sí tienen, es él mismo quien toca la guitarra y canta villancicos con los asistentes. “El villancico es un reconocimiento musical para Jesús, la Virgen y San José. Son cantos llenos de entusiasmo”, señala. “Las luces de bengala las reservamos para la posada del 24”, aclara.

La posada en la Parroquia de Santa Rita de Casia inició cuando los asistentes, mayormente niños, en procesión, tomaron un pequeño altar con las imágenes de José y María arriba de un burro y caminaron lentamente hacia la salida de la parroquia entonando una letanía en latín y español. “La letanía es una alabanza, es como echarle flores a la Virgen y recordarle lo bondadosa y bella que es”, explica el padre Ibarra.

Después, como la tradición lo indica, la procesión se dividió en dos, unos afuera con las imágenes de José y María, y otros más dentro. Los primeros representando a los peregrinos que buscan un techo bajo el cual poder dormir y recibir a su hijo, y los segundos, a los posaderos que los acogen. Después de dejarlos entrar al canto de “entren santos peregrinos...”, el padre Ibarra entonó con los asistentes los villancicos “Campana sobre campana”, “Los pastores a Belén” y “El Vicentito”.

Al final, tuvo lugar el rompimiento de la piñata —en la que sólo participaron los niños—. “Cada uno de los picos de la piñata representa los pecados capitales, por eso son siete. Pero la piñata, en sí misma también es una representación de la persona y de los regalos que recibe después de vencer los pecados”, aclara el padre Ibarra mientras comenta que cada una de las piñatas son donadas por alguno de los asistentes.

“Me gusta venir porque veo a mis amigos y le cantamos al niño Dios con alegría”, comenta Agustín, quien por poco rompe la piñata él solito.

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