Ayer por la noche, Federico Silva (Ciudad de México, 1923) inauguraría su primera retrospectiva, Federico Silva: lucha y fraternidad, el triunfo de la rebeldía, en el

El escultor y Premio Nacional de Artes en 1995 participó en el proyecto de selección de un total de 150 obras —algunas inéditas y otras sin exhibir desde hace 50 años—, cuya instalación final no le tocó ver en persona, pues falleció la madrugada de este 30 de noviembre, en Tlaxcala; y lo que sería una fiesta de celebración por su vida, obra y legado, se convirtió en un homenaje luctuoso.

Silva, junto con su esposa, la psicoanalista María Esther González, tenían planeado partir de su residencia en Tlaxcala hacia la Ciudad de México el martes, pero el escultor, de 99 años de edad, sufrió una caída y desde entonces ya no se sintió bien, contó en entrevista Enrique Villa Ramírez, director del Museo Federico Silva, ubicado en San Luis Potosí.

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Pero la fragilidad de su cuerpo —como describen sus conocidos— estaba lejos de representar el estado de la mente del creador, pues “tenía una mente clarísima” que le permitió seguir haciendo arte, aún en sus últimos días, agrega Villa Ramírez.

Esa energía que caracterizaba a Federico Silva es la que lo mantuvo por casi 70 años haciendo arte. Si bien tenía estudios en medicina, veterinaria, derecho y antropología, también aprendió de forma autodidacta las técnicas de encáustica, frescos y temple en los libros.

Inició su carrera como ayudante de David Alfaro Siqueiros, precisamente en el Palacio de Bellas Artes, con su mural Nueva democracia y con los paneles Víctimas de la guerra y Víctima del fascismo. Hoy pareciera que la muestra en el máximo recinto cultural de México es una forma de cerrar el ciclo de la carrera artística de Silva.

Después de ese inicio tan importante, Federico Silva no bajó el ritmo: conoció a Diego Rivera y Pablo O`Higgins; en 1946 expuso en solitario por primera vez en la Galería de Arte Mexicano, por invitación de Inés Amor; a inicios de los 50 hizo sus primeros murales en escuelas como el IPN; en los 60 viajó a Europa para adentrarse en el arte cinético, corriente de la que se convertiría en el mayor representante mexicano, explica el especialista en su obra y amigo, Luis Ignacio Sáinz.

Pero donde más se destacó fue en la escultura, con énfasis en el arte público. El cambio de pintor figurativo a escultor abstracto fue contundente, porque el artista destruyó mucha de su obra previa, cuenta el director del museo que lleva su nombre.

En el campo de la escultura destacan el Espacio Escultórico, en CU, que él promovió y en el que participó con la obra Serpientes del Pedregal. Otras de sus obras más conocidas son Alux de la Muerte, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlaltelolco; Canto a un Dios Mineral, en el Palacio de Minería; Vigilante, pieza conmemorativa al Satélite Morelos, y la pintura mural titulada Huites, ubicada en Sinaloa.

“Se viene a sumar esta ausencia con otras que son terribles, las de Toledo, Aceves Navarro, Felguérez y Mexiac. Es una tristeza porque no se ve una revelación de relevo para estos monstruos, hay un enorme vacío en el arte pertinente socialmente, sin ideología, que nos hará falta en los próximos años”, dijo Sáinz sobre la pérdida de Silva.

Por la temática prehispánica en sus obras, el especialista considera que Federico Silva fue “un puente renovador con nuestra herencia”, pues hizo una valoración de cómo la escultura y el muralismo se comportaron en este periodo y en esa diversidad de culturas.

Sus últimos proyectos

Silva participó de forma activa en la planeación de la muestra Federico Silva: lucha y fraternidad, el triunfo de la rebeldía, en la que se trabaja desde hace dos años. “Fue resultado de un diálogo constante, fiel a su manera de ser y abierto a escuchar a los curadores jóvenes”, dijo Xavier de la Riva, curador de la muestra y museógrafo en jefe de Bellas Artes.

Sáinz señaló que la retrospectiva le dio un segundo aire de vida al escultor, que hizo dos obras ex profeso para la ocasión: Lucha y fraternidad, un díptico en piedra y una escultura con el mismo nombre. Detalló que Silva dejó pendientes dos obras de arte público en San Francisco (EU), en Guadalajara, y en un jardín escultórico cerca de La Estrella, su taller en Tlaxcala. “Fue un hombre que quería trabajar para la sociedad, no con las instituciones ni los funcionarios”, dijo Sáinz.

El Museo Federico Silva planea otro homenaje, con las cenizas del creador presentes.

El adiós en Bellas Artes

Durante la inauguración de la exposición en Bellas Artes se realizó un homenaje de cuerpo presente al pie de las escalinatas que dirigen a la sala principal.

A las 19 horas, en el vestíbulo alto, junto a las coronas de flores, la Orquesta Sinfónica Nacional empezó a interpretar piezas luctuosas; poco después entró una guardia con el ataúd, encabezada por la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, y la viuda del artista, María Esther González. En el vestíbulo se encontraron amigos, familiares y funcionarios como Eduardo Vázquez y Marina Núñez Vespalova.

Silva, dijo Frausto, fue un profundo conocedor de las raíces y la cultura mexicanas; entendió la dualidad entre la vida y la muerte. “Van a ver obra nueva, él nos dejó una lección, sin importar el plano de la existencia en el que esté (...) Esta exposición se abre con usted presente, maestro”. (Con información de José Quezada)

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