A toro pasado, a la hora de evaluar qué ocurrió ayer en el Museo del Palacio de Bellas Artes —y tomando en cuenta que ningún museo está preparado para la irrupción violenta de un grupo armado con palos e insultos homófobos ni para autorizar que entre la fuerza pública— surgen inquietudes sobre los hechos, la forma como las instituciones defienden los derechos de los que protestaron, y las omisiones y silencios a la hora de auxiliar a otros que se manifestaron, pero que acabaron heridos verbal y físicamente.

Parece que es muy difícil actuar cuando los que protestan no son de esa ultraderecha de Provida —la que hace tres décadas irrumpió en el Museo de Arte Moderno convocada por autoridades eclesiásticas en contra de una obra de Rolando de la Rosa— sino el “pueblo bueno”, campesinos de la Unión de Nacional de Trabajadores Agrícolas y la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos que hablan de trabajar la tierra con sus manos. Qué difícil es constatar que en la propia línea ideológica también existen colectivos ultraconservadores, ultrarradicales, que el pueblo bueno dice cosas como: “Los vamos a agarrar a putazos para que aprendan”, “pervertidos”, “sidosos”, o “¡a esos putos no hay que hacerles nada más que lo que a una mujer!” ¿Habrán escuchado las autoridades estas expresiones?, ¿será que alguien cree que son ejemplo de libertad de expresión?

Si bien es de celebrar que la obra de Fabián Cháirez se mantenga, ojalá y esta firmeza que hasta ahora han manifestado las autoridades culturales continúe, que no ceda a la presión de grupos con ideas fascistas. Como lo dice en estas páginas el curador de arte Cuauhtémoc Medina, las luchas de género han marcado este año, pero esas luchas no sólo tienen que ver con grupos feministas, sino con minorías. Y ayer se vio una acción institucional pasiva para defender a los activistas LGBTI que se manifestaron contra la acción reaccionaria de los campesinos.

Algunos de los activistas estuvieron solos todo el tiempo: actuaron solos, acabaron sangrantes, al menos a uno le robaron objetos personales y, para rematar, recibieron comentarios fuera de lugar en el servicio médico de Bellas Artes: “Les dije que se fueran”, y les dieron a entender que había sido su culpa. Habrá que ver si ahora que los campesinos de CIOAC y UNTA cumplen su amenaza de ir todos los días a protestar a Bellas Artes, el Conapred les enseña —antes de entrar— que el derecho a expresarse termina cuando empiezan a agredir a otros.

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