La excepcionalidad y la exigencia han rodeado la vida de Linda Rosa Manzanilla Naim, una de las arqueólogas fundamentales para entender nuestro pasado: la identidad cultural, diversa, del mundo mesoamericano. Es una mujer de profundas pretensiones, incansable, sus manos han traspasado el umbral del tiempo para conocer el transcurso de la vida de aquellas civilizaciones antiguas.
Prefiere llamarlas primeras ciudades urbanas o Estados arcaicos. Especial atracción le genera el Valle de Teotihuacan, donde se erigen las pirámides del Sol y la Luna, sitio en el que ha excavado por más de cuatro décadas, presentando evidencia en libros publicados, conferencias y artículos académicos. El marcador contabiliza 32 libros… hasta ahora. Luego de una grata conversación, la antropóloga adelanta la publicación de un nuevo libro sobre el establecimiento, a nivel subsuelo, de una comunidad tras la caída de Teotihuacan hacia el año 550.
En un primer momento, la entrevista con la investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM se vale de ese cariz suyo para contar anécdotas, siempre afable y dispuesta a narrar sus orígenes familiares, las amistades que ha hecho, aquella formación académica fruto de la educación mexicana de mediados del siglo XX.
De ascendencia yucateca y egipcia, Linda Manzanilla considera que su nacimiento fue una cosa fortuita. Su padre Víctor Manzanilla Schaffer, abogado y sociólogo, fue enviado por el gobierno mexicano a las Naciones Unidas en 1948 para legislar sobre las drogas. En la sede de Nueva York, Víctor conoció a la políglota Roby Naim, quien fue solicitada por la ONU para fungir como traductora y estenógrafa, tras vivir la Segunda Guerra Mundial. Linda Manzanilla nació el 25 de enero de 1951.
¿Cómo vivieron la Segunda Guerra Mundial sus abuelos, su madre?
Mis abuelos nacieron en el norte de África. Ellos nacieron entre Túnez y Egipto, de ascendencia francesa y hablaban árabe. Fueron a escuelas católicas; mi abuela materna, por ejemplo. Sabemos cómo se llama la escuela: Notre Dame des Apôtres (Nuestra Señora de los Apóstoles), en Alejandría. Mi mamá y sus hermanos, todos nacieron en Alejandría, pero llegó el rey Faruq y ordenó que los de orígen extranjero regresaran a sus países, a pesar de que ya había dos generaciones nacidas ahí. Regresaron a Marsella, luego se mudaron a París, donde vivieron la Segunda Guerra Mundial siendo adolescentes.
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Multipremiada por academias extranjeras por su método científico y sus hallazgos arqueológicos, Linda Manzanilla ingresó a El Colegio Nacional en 2007. Su discurso fue respondido por el filósofo, historiador y diplomático Miguel León-Portilla, quien dijo que ese pasado egipcio y ese origen yucateco fueron la condición preexistente para elegir su vocación, como si lo llevara en la sangre.
¿Qué tan cierto es esto?
Bueno, pero eso dijo León-Portilla, que porque mi mamá era de origen egipcio y mi papá yucateco había esa conexión con la arqueología, pero la verdad no. No es de ese tamaño. Mi vocación no tiene nada que ver con esas dos vertientes. Mi vocación se forma con los libros de texto gratuitos de los años 60 en la escuela pública, donde se habla de Egipto, de Mesopotamia, de China, de la India. Estaba en quinto de primaria leyendo historia universal. Dije: ‘Yo quiero estudiar esto’.
¿Qué diferencia encuentra entre esa educación de los años 60 y la actual, entre aquellos libros de texto?
Tuve la fortuna de estudiar en una escuela exigente y de alto nivel académico. Y no solo yo: hay grandes científicos, entre ellos Julio Frenk Mora, su hermana Alicia, que somos egresados de esa escuela. Es la Escuela Moderna Americana. Y vivimos esos libros de textos maravillosos, que eran completísimos para la formación de un niño. Fíjese: en la Escuela Nacional de Antropología e Historia fui alumna de Paul Kirchhoff, que había emigrado de Alemania por la Segunda Guerra Mundial: un etnólogo de alto nivel internacional, fue mi profesor de etnología general, y él nos decía en clase: la primaria en México es algo inigualable en otros lados del mundo, lo que les enseñan a ustedes en la primaria es fascinante, pero agregaba: en la secundaria se les olvida (risas). Era la primaria lo que le maravillaba al doctor Kirchhoff. Por eso yo soy producto de esos libros de texto. Mi vocación se armó en quinto de primaria.
Haciendo alusión al doctor Kirchhoff, ¿en la secundaria no tuvo sus errancias, que quisiera dedicarse a otra materia diferente?
En la secundaria me nació el deseo de estudiar astrofísica. Me llamaba la atención el pasado del universo, lo mismo se puede decir de la arqueología, el pasado de la humanidad. A pesar de esta fascinación por el universo, nunca se fue mi aspiración de estudiar este pasado del hombre. No a cualquier pasado, sino al momento del establecimiento de la complejidad en la sociedad. En la preparatoria, llegó el doctor y físico Marcos Moshinsky, también miembro de El Colegio Nacional. Era 1968 cuando dio la plática quesque de orientación vocacional, y dijo: “No existe la física en México”. Estaba deprimido por el momento del 68. Y los que íbamos para física, dijo: ni lo piensen. Cuando ingresé a El Colegio Nacional le dije: “Oiga, doctor Moshinsky, ¿qué clase de conferencia de apertura sobre vocación dio usted en la Escuela Moderna Americana, cuando mencionó que no existe la física en México y el Instituto de Física es uno de los más grandes de la UNAM?” Obviamente a mí me quitó las ganas de explorar la astrofísica. Así que cuando él subió al estrado, dijo: “Qué bueno que usted no fue astrofísica” (risas).
Y quiénes han sido esas grandes influencias en el campo de la arqueología. Ya vimos que Moshinsky de alguna manera fue clave…
No es que Moshinsky haya influenciado, simplemente yo tenía una vertiente para escoger y él la quitó de un manazo. Como arqueóloga yo soy producto de una ENAH de 1970 que era “La Escuela en América Latina”. Teníamos los mejores antropólogos mexicanos, los refugiados de la guerra civil española que eran grandes intelectuales, más los refugiados de la Segunda Guerra Mundial, expertos en etnología, en antropología física, y estaban ahí, reunidos. No creo que se vuelva a repetir otra escuela así. Fue excepcional.
Y mi integración como ayudante en el Departamento de Prehistoria del INAH, en la calle de Moneda 16. El titular era el profesor José Luis Lorenzo, un arqueólogo que se formó en Inglaterra con grandes expertos. Y yo me formé con geólogos, biólogos, edafólogos. Me formé en ese crisol de la interdisciplina.
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En 1976, Linda Manzanilla fue invitada por la Universidad de Roma La Sapienza, para integrarse a un grupo en las excavaciones de Turquía. Concretamente a Arslantepe. El viaje además fue motivo de su tesis de maestría sobre la conformación de Estados mesopotámicos. Estuvo una temporada visitando las excavaciones, por lo menos cuatro veces.
Dos años después, en 1978, el mismo grupo de italianos, liderados por el doctor Salvatore Puglisi, alumno a su vez del célebre arquéologo Vere Gordon Childe, llevó a Manzanilla a Egipto a cavar un sitio protodinástico conocido como Maadi. A finales de los 70, Linda, ya titulada maestra, buscaba su doctorado. Durante su estancia, conoció a Marcella Frangipane, en ese momento alumna del mismo Puglisi.
Siendo mujeres en un grupo mayoritario de investigadores, ¿qué relación se dio con Marcella?
Fue mi amiga. Es un poquito mayor que yo, pero llegamos juntas a Arslantepe. Fuimos invitadas al mismo tiempo. La habían mandado a México a formarse como mesoamericanista. Estuvimos excavando en Cuanalán juntas, hicimos un proyecto desde el departamento de prehistoria del INAH, excavamos una aldea antes del surgimiento de Teotihuacan para ver cómo se vivían en esas chozas antes de la gran ciudad; sin embargo, ella regresó y se convenció más del Medio Oriente y se quedó allá todas las temporadas. Una vez que fallecieron los profesores Puglisi y Palmieri, ella se convirtió en la titular de los proyectos. Ella es como mi hermana mayor. Yo soy la mayor de seis hermanos, así que ella es lo más cercano a una hermana mayor.
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Escribir sobre Linda Manzanilla es hacerlo, a su vez, sobre Teotihuacan, como si fuera la sombra que proyecta bajos sus pies. En sus palabras, Teotihuacan representa el primer fenómeno de ciudad planificada: 20 kilómetros cuadrados de espacio construido es de lo más grande en el mundo preindustrial. Teotihuacan es comparable, pues, con Alejandría, Roma y Constantinopla.
“Es enorme. No había existido este fenómeno urbano. Ciudad densamente construida: todas las calles son paralelas y perpendiculares, todos los conjuntos tienen traza octogonal, a ángulos rectos: a 15 grados al este del norte. Es, además, multiétnica. Tenemos evidencia de los barrios en la periferia: oaxaqueños, veracruzanos, un pequeño grupo de michoacanos, más gente de Puebla, Tlaxcala, Hidalgo. Sabemos que hubo oaxaqueños, veracruzanos y michoacanos por sus prácticas funerarias, por sus elementos de cultura material”.
Su apuesta arqueológica es confirmar que Teotihuacan subsistió a través de un cogobierno.
¿Cómo se puede erigir una entidad de este tamaño, con una población multicultural con una sola dinastía a la cabeza? Imposible: se habrían dado golpes de Estado todo el tiempo. Yo no fui la primera en decir que el gobierno podría haber sido distinto que el de los mayas. Dos historiadores del arte me precedieron: la estadounidense Esther Pasztory y el chileno Zoltán Paulinyi, de origen húngaro. Fueron muy perceptivos en que había algo muy distinto a los mayas, porque con ellos lo más representado es el gobernante; que conquistó a “X” pueblo; que se llama así; que está haciendo “X” ritual, que nació en tal lugar, que murió, ahí está su tumba real; qué vivió, ahí está su palacio. En Teotihuacán no están los gobernantes visibles. Zoltán Paulinyi planteó de cinco a seis gobernantes o regentes. Esther Pasztory fue genérica. Yo hablé de cuatros posibles regentes de los cuatros distritos. Hay una sola representación de esos posibles regentes, que es una vasija que está en el Museo de Antropología, hallada en Calpulalpan, Tlaxcala, donde aparecen los cuatro personajes, cada uno con un emblema distinto; los emblemas de cada distrito: los felinos, en el noreste (están en la fachada de la Pirámide del Sol); las aves de rapiña, en el noroeste; los coyotes, en el suroeste; y las serpientes, en el sureste. Lo que propongo es una estructura cuatripartita del cosmos mesoamericano, que establece que el cosmos tiene un plano terrestre dividido a los cuatro rumbos, un inframundo y un cielo de las deidades. Y el inframundo fueron las canteras de material constructivo de 20 kilómetros cuadrados.
¿Qué lecciones se pueden sustraer de Teotihuacan para el presente?
El gobierno compartido, sin duda. Teotihuacan duró, como ciudad, del año 200 al 550, que fue la revuelta. ¿Qué otro sistema de gobierno dura varios siglos? No es fácil. La pregunta obligada es: ¿en el cogobierno, alguno de los gobernantes pudo venir de otro grupo étnico? Mi respuesta es: sí, y muy probablemente, la minoría más grande de Teotihuacan, los oaxaqueños; esa sería mi apuesta. El representante del cuadrante suroeste, donde está el barrio oaxaqueño, probablemente formaba parte del gobierno siendo oaxaqueño. Y otra es la aceptación, no sólo por la multiétnia, sino por la migración. Migrantes que eran mano de obra, no comían bien en sus lugares de origen y buscaron una mejor vida en Teotihuacan. Eso les pasa a las grandes ciudades. Creo que Teotihuacan puede enseñar a las ciudades actuales.
Finalmente, ¿hay descubrimientos recientes sobre Teotihuacan?
Este año salen dos volúmenes con nuevas evidencias en túneles excavados. Constan de mil 725 páginas. El proyecto está detrás de la Pirámide del Sol. Sería mi obra, en libros, el número 33. Estoy muy orgullosa porque quedó concluido. Será un libro digital, se titula El inframundo de Teotihuacan. Ocupaciones Post-teotihuacanas en los túneles al este de la Pirámide del Sol. Lo que descubrimos en los túneles son los residentes que llegaron tras el colapso de la ciudad, la gente del Bajío, en el periodo epiclásico, que es la gente masapa, prototolteca y los aztecas, vivieron adentro de esos túneles, tenemos sus áreas de actividad, sus entierros. Ambos volúmenes hablan de quiénes son los que llegaron, por qué razón se movilizaron y, sobre todo, cómo se establecieron. Estos señores removieron lo que hubiera quedado de Teotihuacan, no lo pudimos encontrar dado que vivieron en el subsuelo. Hicieron entierros, incluso: los aztecas construyeron estructuras internas, cuartos con muros. Tenemos vida ritual, pero también vida doméstica, contamos con evidencia de producción de herramientas, de sus cocinas, la preparación de sus alimentos, la fauna y flora… todo. Aunque es una lástima que lo teotihuacano no lo pudimos hallar, pero el arqueólogo Sergio Gómez sí lo halló en el túnel de la ciudadela, o sea que podemos conjuntar la historia de estas civilizaciones subterráneas. Todavía la historia de Teotihuacan puede reescribirse.