Dicen que, “de lo perdido, lo que aparezca”, y tras la devastación cultural cometida por la Cofradía del Huipil encabezada por Fraustita, Lucina y sus secuaces, poco se ha recuperado. Casi podría decirse que, cual émulas de Atila, “no volvió a crecer el pasto por donde pasaron”. Felizmente, este 2025 nos deja algunas presentaciones memorables en el ámbito musical.

Cronológicamente, inicié el año disfrutando del Cartagena Festival de Música, realizado durante los primeros días de enero. En él destacó el recital del joven pianista hispano Martín García García que, hoy puedo asegurar, fue el mejor que escuché durante el 2025. Bien dicen que “no hay blanco sin negro” y, coincidentemente, ahí también escuché el peor recital del año, a cargo de su muy soporífero y sobrevalorado compatriota Javier Perianes, de quien sigo preguntándome si tendría la carrera que tiene de no ser por la red de contactos que lo apalanca.

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El pianista español Martín García García destacó por su participación en el Festival de Cartagena. Crédito: Página del artista
El pianista español Martín García García destacó por su participación en el Festival de Cartagena. Crédito: Página del artista

Días después, un viaje a Guadalajara me hizo tomar consciencia de que las bondades del período de Marco Parisotto siguen permeando en La Perla Tapatía más allá de haber elevado a la Filarmónica de Jalisco al respetado sitio que actualmente ocupa como la mejor orquesta sinfónica del país. Gracias a la visión con que importó tan buenos atrilistas y el rigor con que los seleccionó, hoy los tapatíos tienen en la Orquesta Solista de América otra espléndida agrupación, conformada por una gran cantidad de músicos venezolanos y, lo más notable, varios de los alumnos que aquí han formado. En colaboración con el Conjunto Santander, invitaron a Rodrigo Macías para ofrecer un delicioso programa con valses y polcas de Strauss para iniciar el año a la mejor usanza vienesa, aunque no fuera, precisamente, durante la Noche de Año Nuevo.

Y aquí también tenemos una lamentable contraparte: tras más de un sexenio durante el cual Alfaro nomás se hizo pato, el Gobierno de Jalisco sigue debiéndole a Parisotto, a pesar de que ha ganado todos los juicios e instancias legales. Vamos a ver si Pablo Lemus sale más decente y cubre el adeudo pendiente.

Días más tarde, Marcelo Lombardero inició su gestión al frente de la Ópera de Bellas Artes con una polémica presentación de Romeo y Julieta de Berlioz concertada por Stefan Lano, uno de sus directores habituales, a pesar de su desempeño poco memorable. Y como se lee en el Cantar del Mio Cid, “cosas veredes”: más que reparar en la medianía de dicho batutero, mis colegas pecaron de puristas y chauvinistas. El que no se quejaba de que “eso no era una ópera”, cada que puede menciona que Lombardero es argentino, ¿y…?

Tras las desastrosas gestiones de sus antecesores y algunos muy comentados “asegunes”, como la gran cantidad de intercambios –y los consecuentes compromisos- generados por ejercer un cargo como el suyo, para mí, lo importante es que hemos vuelto a disfrutar producciones que dejan muy en claro cuán afortunado ha sido este fichaje propiciado por Gerardo Kleinburg: su puesta de Lady Macbeth de Mtsenk refrendó el oficio y la capacidad de Lombardero como gestor y director de escena, labor que desempeñará para el INBAL a razón de un título por año sin costo extra al sueldo pactado. Posteriormente, presentó un Rigoletto escénicamente fallido, pero que será recordado por su extraordinario elenco; salió airoso del riesgoso tributo con que conmemoró a Berio, nos conmovió con una apabullante Elektra y le entró al toro de exhumar La leyenda de Rudel.

Una vez más, celebro que la ópera ya no se limite al escenario del Blanquito. Este año atestigüé rescates invaluables, como la Atala de Miguel Meneses que presentó el MOS en Monterrey, montajes tradicionales como la Madama Butterfly que con gran dignidad presentó la Filarmónica de las Artes en un espacio tan reducido como el del Auditorio del Centro Universitario Cultural, y hasta propuestas innovadoras como La Sonnambula que presentaron Escena 77 y la Orquesta Sinfónica del Estado de México en Texcoco.

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Como cada dos años en Semana Santa, viajé a mi amadísima Colombia para solazarme con la programación que, sabia y cuidadosamente, urden Yalilé Cardona, Ramiro Osorio y Juan Carlos Adrianzén, (¡bendita trilogía!) para el Festival Internacional de Música Clásica de Bogotá, ahora dedicado a la Música de las Américas compuesta durante los siglos 20 y 21. Dos grandes de la lírica ofrecieron presentaciones que rayaron en lo sublime, Betty Garcés y nuestro Ramón Vargas, a quien le oí el mejor recital que le he escuchado, y corroboré el porqué de la fama de la Orquesta Sinfónica del Estado de São Paulo: de los distintos programas que ofrecieron, atesoro el recuerdo de su estremecedor “Concierto Amazónico” dirigido por Wagner Polistchuk y La noche de los mayas, de nuestro gran Silvestre Revueltas, electrizantemente dirigida por Thierry Fischer. En ese mismo marco, me enorgulleció inmensamente el entusiasmo que generó entre el público colombiano la música de Gaby Ortiz, presente durante la muy teatralizada versión de su Altar de muertos a cargo del Cuarteto Q-Arte.

Viendo los logros de festivales como éste o el de Cartagena –por no ir más allá de nuestra geografía latinoamericana-, resulta penoso constatar que estos encuentros han perdido relevancia en México. Como solía decir José Antonio Alcaraz, “ya no queda ni polvo de aquellos lodos”. Los únicos que se salvan son el Festival PAAX GNP y el Festival de Mayo de Guadalajara. ¿Por qué? Básicamente, porque la responsabilidad de organizarlos no se diluye en “consejos” de cuates como el creado para rescatar al Cervantino de la inopia y el pantanoso marasmo en que lo sumergió marianita. Están a cargo de personas que, gracias a contar con una sólida formación musical, amplia visión, experiencia y equipos eficientes, han logrado mantener la excelencia en su programación, cuidándose de no ceder al populismo ramplón que les diera en la torre al Cervantino o al de Álamos.

A los artistas de primerísimo nivel internacional convocados por Alondra de la Parra se suma “la experiencia total” de estar un entorno paradisíaco como Xcaret, en tanto que, en Jalisco, Sergio Alejandro Matos nos permitió disfrutar este año del legendario Louis Lortié, quien además del recital dedicado a Ravel por su 150 aniversario, también actuó como solista de la Filarmónica de Jalisco, orquesta que visitaría la Sala Neza el 19 de septiembre para ofrecer un impecable concierto bajo la batuta de José Luis Castillo, su titular. ¿Se acuerdan cuando era frecuente escuchar orquestas visitantes de primer orden en nuestra ciudad? Ahora, esta presentación fue la golondrina de un inhóspito verano…

Hago votos por un 2026 en el que la buena Música y las risas, nunca nos falten.

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