Durante el Congreso de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI) celebrado en Guadalajara en octubre último, muchos internacionalistas patentizamos nuestra preocupación por el hecho de que, en la campaña presidencial, la política exterior era inexistente. La preocupación se agudiza porque el nuevo gobierno no formula ningún proyecto, programa o estrategia exterior. Como únicamente esboza ideas vagas y generales -relaciones amistosas con todo el mundo, apoyo al multilateralismo, acercamiento a América Latina, apego a los principios constitucionales, etc.-, la única forma de averiguar cuál es su política exterior, es analizando los pasos que ha dado al respecto.

La eliminación de Promexico, del Consejo de Promoción Turística, de las representaciones gubernamentales en el exterior, el nombramiento de personas sin experiencia diplomática en los altos puestos de la cancillería, la reducción de prestaciones al Servicio Exterior, el recorte del presupuesto consular para tareas de protección, etc., claramente indican que lo externo no es prioritario. La venta del avión presidencial y de la flotilla de aeronaves del desaparecido Estado Mayor Presidencial, patentiza que el nuevo mandatario no planea viajar a otras naciones o a reuniones internacionales, ni tampoco recibir dignatarios extranjeros de cuya logística y seguridad se encargaba el EMP. El presidente no ha salido del país, y después de los visitantes protocolarios a su toma de posesión, solo vino el presidente del Gobierno español. Al Foro Económico Mundial de Davos, donde los dirigentes presentan sus proyectos a los grandes capitalistas, asistió la subsecretaria Luz de la Mora. Aunque se afirme lo contrario, estos y otros datos hablan por sí mismos: no existe interés en lo internacional. Como afirmó Denise Maerker, la problemática foránea parece ser una fastidiosa molestia distractiva para el titular del ejecutivo, quien la elude afirmando que “la mejor política exterior es la interna”, y escudándose en los principios consagrados en el inciso X del artículo 89 de la Carta Magna. Esos principios, debe señalarse, se están interpretando dogmática y anacrónicamente, tal como hicieron los presidentes priistas de los años 50, 60, 70 y 80 del siglo pasado, cuando en la Guerra Fría México era un mercado cerrado no insertado en las grandes corrientes económicas. Adicionalmente, dichos principios rigen jurídica, política, ética y moralmente nuestra conducta foránea, pero no definen estrategias o movimientos tácticos para defender y promover los intereses nacionales.

La neutralidad de no ver, no oír y no opinar aplicada en un mundo globalizado que imposibilita el aislamiento, nos conduce a la marginación, la irrelevancia y mayor dependencia de Estados Unidos. En el caso de las caravanas centroamericanas, el gobierno de “izquierda” eludió exigir a las corruptas oligarquías derechistas de la región cumplir su responsabilidad con sus pueblos, y se salió por la tangente apoyando el Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica made in USA que no soluciona el problema migratorio y nos impone pesadas cargas. Aunque se criticó ferozmente la tibieza de Peña Nieto frente a los atropellos de Trump, los férreos defensores de la no intervención continúan aguantándolos resignadamente. En cuanto a Venezuela, no tomamos partido por nuestros principales socios ni por la democracia y los derechos humanos: ofrecimos ilusas negociaciones solo aceptadas por Maduro, fracasamos, quedamos aislados y somos irrelevantes. En suma: no hay política exterior estructurada y coherente sustentada en el interés nacional, sino posiciones ad hoc dictadas por la ideología, intereses partidistas, voluntarismo, nativismo, populismo y anacronismo. Aclaro: no soy de derecha, voté por AMLO y soy uno de tantos decepcionados.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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