“El porvenir de México está en la educación”, ha declarado reiteradamente el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Esa es la frase que recogen, textualmente, los documentos que su partido, Morena, desarrolla en el Congreso federal para integrar el Presupuesto de Egresos de la Federación. Esteban Moctezuma, próximo secretario de Educación Pública, dice estar listo para arrancar su tarea. Sin embargo, todos parecen marchar hacia el precipicio.

Se halla en vilo la llamada reforma educativa aprobada con grandes fanfarrias por la actual administración, pero cuya supresión “hasta la última coma” ha sido anunciada por figuras clave de Morena, como el coordinador de ese partido en San Lázaro, Mario Delgado, de quien su contraparte en el Senado, Ricardo Monreal, ha tomado distancia en este punto. A menos de un mes de que inicie el próximo gobierno, no sabemos qué sobrevivirá de esa reforma que nos trajo mayor efervescencia sindical, al grado de que la dirigente Elba Esther Gordillo fue encarcelada durante más de cuatro años.

Nada sugiere que con la llegada del nuevo gobierno o el arribo de Moctezuma Barragán a la SEP vaya a modificarse el estado de insurgencia que se agravó en esta administración por parte de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Se equivocará aquel que apueste a que con matar la reforma educativa de Peña Nieto los maestros de la CNTE regresarás a las aulas.

Está por resolverse también el reingreso a la vida gremial de la maestra Gordillo, que busca recuperar la dirigencia del SNTE, lo que puede traernos una fractura en esa agrupación y el surgimiento de nuevas organizaciones magisteriales. En el pasado de Gordillo y Moctezuma hay afrentas mutuas desde mediados de los años 80 cuando éste se desempeñaba como colaborador de Ernesto Zedillo, primero titular de la SEP y luego presidente de la República (1994-2000).

Esa bomba de tiempo que es el sistema de educación primaria se multiplica en otros niveles de enseñanza, si se considera la inestabilidad política que afecta a la UNAM, o la crisis financiera por causa de las pensiones que lastra a decenas de casas de estudio en el país. Por no hablar del mediocre resultado alcanzado entre los egresados de secundaria y preparatoria, incapaces de efectuar operaciones matemáticas sencillas o comprender un texto básico que han acabado de leer, según las evaluaciones practicas en este campo.

En el CIDE, una de las casas académicas más importantes del país, se trabaja en un proyecto que, bajo la conducción de la doctora Blanca Heredia, buscará convencer al país de que nuestros jóvenes requieren un curso de inducción o “remedial” de al menos un año que les dote de un nivel mínimo aceptable en matemáticas y control del castellano, su idioma, a fin de encarar con mejores oportunidades de éxito la formación universitaria.

Nos quede claro o no, el mundo marcha hacia otro rumbo, y con un ritmo distinto. El modelo estadounidense, que está siendo seguido en buena parte del planeta, renuncia a dotar de una especialización al estudiante en el nivel de licenciatura, donde solo obtiene una visión general y mayor claridad de a dónde dirigir sus pasos en cursos de maestría.

En México parecemos avanzar en pos del futuro con los ojos colocados en la nuca. Hacia donde se observe, el sistema educativo se halla fracturado, en todos sus niveles, y con visos de empeorar. Y es muy difícil hallar en los planteamientos de los señores López Obrador o Moctezuma alguna estrategia que ofrezca un abordaje coherente para esta problemática.

Pero lo que viene puede ser más grave todavía. En los discursos del presidente electo, en documentos de su equipo de trabajo o en los referidos de materiales que hoy configuran el anteproyecto de presupuesto federal para el próximo año, se anticipa la determinación de extender a todo el país un modelo carente de toda sensatez y viabilidad.

Se trata del grupo de “universidades” (en realidad, escuelas temáticas) que con la denominación “Benito Juárez” se extendió en la Ciudad de México y ahora amaga hasta alcanzar cien planteles en todo el país.

La señora Raquel Sosa, una voluntariosa activista de izquierda y figura cercana a López Obrador, es el artífice de la “Universidad Benito Juárez”, planteles un tanto improvisados en los que se imparten estudios sobre una sola opción de licenciatura, que son reconocidos no por la Secretaría de Educación Pública federal, sino solo por las autoridades educativas de la Ciudad de México. Ese proyecto cuenta ya con al menos 20 mil jóvenes inscritos, a los que se les engaña en todos los órdenes y sin que se disponga de la mínima transparencia sobre sus resultados. La propuesta es que la misma señora Sosa, radicada en Michoacán, conduzca desde allá 100 “universidades” de ese tipo.

rockroberto@gmail.com

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