Los seres humanos nos equivocamos, cuando estamos solos y también cuando andamos en manada: es ingenuo suponer que el pueblo no comete errores porque el pueblo es la sumatoria de personas falibles.

Por las malas razones, ayer Brasil ofreció un argumento contundente a este respecto: a través del voto el pueblo brasileño entregó la presidencia a un hombre que hará sufrir a muchos seres humanos en su país: Jair Bolsonaro.

Este capitán en retiro, diputado desde 1991 por el Partido Social Liberal y un hombre religioso que lee de manera sesgada los evangelios, ha usado a la discriminación como bandera principal para hacer política.

Sin recato suele discriminar por motivos ideológicos, de género y raza. Predica también a favor de la mano dura, la tortura y el desprecio a los derechos humanos.

Ya con el triunfo en el bolsillo volvió a señalar a sus adversarios ideológicos como responsables de la crisis brasileña: “no podemos seguir coqueteando con el socialismo, con el comunismo, con el populismo o el extremismo de izquierda”.

Muy a la moda con sus tiempos, Bolsonaro confunde adversarios con enemigos ideológicos. No importa que 44% de sus compatriotas haya votado por Fernando Haddad, del Partido del Trabajo; en vez de reconciliar con quienes sostienen una ideología distinta a la suya, optó de nuevo por demonizarlos a partir de sus ideas.

Durante la reciente campaña en Brasil revivió aquel ataque misógino lanzado por Bolsonaro a su colega congresista, María do Rosario, cuando dijo que ella no merecía ser violada ya que era demasiado fea.

El candidato triunfador de la ultraderecha no se disculpó por este antiguo desplante; tuvo por tanto en contra a las organizaciones feministas, a las que también desprecia con acritud, como al resto de las organizaciones no gubernamentales.

Con respecto a los derechos de las personas homosexuales Bolsonaro declaró alguna vez que no sería capaz de querer a su hijo si naciera “así.” Declaró que preferiría que “muriera en un accidente.”

En 1999 el futuro presidente de Brasil expresó estar a favor de la tortura, antes también dijo que votaría por el regreso del régimen dictatorial que gobernó su país entre 1960 y 1985.

Entre las propuestas más polémicas de este político se encuentra el abandono de Brasil de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Mercosur, también del Acuerdo de París para reducir las emisiones que están produciendo el cambio climático. Promete, por otra parte, eliminar la educación sexual en las escuelas, así como movilizar a los militares y las fuerzas policiales en una guerra contra la delincuencia.

El reciente triunfo de Jair Bolsonaro recuerda que la democracia no solo es el gobierno de las mayorías, sino también un régimen que protege los derechos de las minorías y todas las personas que lo integran.

La democracia moderna tiene que ver, tanto con la voluntad popular como con los pesos y contrapesos para que esa voluntad no aplaste a los más vulnerables por razones ideológicas, de género, de orientación sexual, de clase, de origen étnico o racial, entre otras.

La democracia es el gobierno de las mayorías y las minorías o no es democracia. Para eso están los derechos humanos, las libertades y las garantías de la Constitución, para que los poderosos —por más apoyo popular que les respalde— no puedan aplastar a sus gobernados, ni a las leyes y las instituciones que los protegen.

ZOOM: Bolsonaro es el más reciente de los populistas de derecha que ha triunfado en las urnas, pero cabe temer que no sea el último. El pueblo cansado de la corrupción, la inseguridad y la precariedad económica está en su derecho a equivocarse, siempre y cuando las instituciones que otorgan certidumbre al ejercicio de los derechos y las libertades no terminen, por ese error, en el cubo de la basura.

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