Nuestro país tiene razones para sentirse ufano de la Universidad Nacional Autónoma de México. Si quisiéramos de pronto señalar a alguna institución relacionada con el humanismo, la ciencia, la formación académica, la pluralidad del pensamiento y las mejores causas de la educación, evocaríamos, sin duda, a la UNAM. Ésta es una de las más prestigiadas Universidades del mundo y la mejor de México. Quienes hemos tenido el privilegio en algún momento de nuestra existencia de estar vinculados a la Universidad Nacional, nos sentimos depositarios de una honrosa y simbólica distinción que nos acompañará siempre. Yo soy orgullosamente egresado de otra universidad pública, la Universidad Autónoma de Nuevo León, pero he tenido la oportunidad de interactuar con la UNAM en distintos momentos de mi trayectoria profesional. Mi vocación ha estado siempre comprometida con el servicio público y la docencia.

Regresando de mis estudios de posgrado en Francia, trabajé en el gobierno y destiné mis tiempos libres a la cátedra. He colaborado con la Universidad Autónoma de Nuevo León y con El Colegio de México en distintas ocasiones. A partir de 1977, durante más de 10 años, fui profesor de asignatura por oposición en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y, más adelante, titular de la cátedra “Aspectos Constitucionales de los Problemas Socioeconómicos de México”, en el Doctorado de Derecho.

Recuerdo con nostalgia las siempre edificantes charlas con el Dr. Pedro Zorrilla, coordinador de Posgrado en esa época, cuando, a las 6:30 de la mañana compartíamos el café antes de iniciar la clase. Previo a ello, justo al amanecer, camino a las aulas del doctorado, en la explanada del costado de la Biblioteca Central, las imágenes de la obra mural de Juan O’Gorman y el espíritu de Justo Sierra, fundador de la UNAM hace poco más de un siglo, se percibían en el ambiente. Estar ahí, en el corazón de Ciudad Universitaria, construida en la época del presidente Miguel Alemán y declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, sintiéndose parte de esa emérita institución, era una sensación de inenarrable satisfacción personal que no habré de olvidar nunca. También recuerdo un buen número de ocasiones que fungí como asesor de tesis de Doctorado y Maestría y como jurado en exámenes profesionales de posgrado.

Algunos años después, cuando fui presidente del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), pude valorar el apoyo que la UNAM ha venido ofreciendo desde hace mucho tiempo a otras instituciones académicas del país. La participación de maestros e investigadores de las áreas de Derecho, Ciencias Políticas y Administración Pública en los distintos programas del INAP fue de gran relevancia para esta institución que, desde hace más de 60 años, ha contribuido a la investigación de la administración pública y a la formación de cuadros para las instituciones gubernamentales.

La UNAM ha sido siempre una casa abierta, dispuesta a compartir su capital académico y el conocimiento especializado con los sectores público, social y privado y con todas las instituciones de educación media y superior del país.

Es importante señalar que la UNAM no solo está presente en la Ciudad de México, sino que también irradia su presencia y acción en distintas partes del país. Puedo dejar constancia de esto porque cuando fui gobernador del estado de Nuevo León y echamos a andar el Proyecto Monterrey Ciudad Internacional del Conocimiento, la UNAM, representada en ese momento por el rector José Narro Robles, aceptó generosamente participar edificando un Centro de Investigación en el nuevo Parque de Investigación e Innovación Tecnológica (PIIT). La Universidad Nacional se sumó así a otros 33 centros de investigación y varias incubadoras de base tecnológica que están instaladas en dicho lugar, donde se propicia la interacción entre el sector productivo y la academia a través de una red de alrededor de 3 mil investigadores y técnicos nacionales y extranjeros que colaboran en el Parque. El centro de investigación de la UNAM denominado PUNTA–UNAM (Polo Universitario de Tecnología Avanzada de Nuevo León), junto con otros 18 centros o institutos de investigación que se encuentran en diversas entidades federativas, muestran el compromiso de la UNAM con la descentralización del conocimiento y el federalismo educativo, así como con el impulso a la formación de investigadores y especialistas en todos los rincones de la patria.

La Universidad Nacional, que cubre prácticamente toda la República, está abierta asimismo a la sociedad civil. En este contexto se inscribe la participación de la Fundación UNAM que, a través de distintos programas, apoya a profesores, investigadores y estudiantes destacados de todo México para continuar con su preparación académica.

No podemos concebir el desarrollo integral de una nación sin un sistema educativo eficaz y fuerte que promueva la superación personal, que amplíe la igualdad de oportunidades y que sea sustento de un crecimiento basado en el humanismo y en la economía del conocimiento. En nuestro modelo de formación de las nuevas generaciones, la educación superior es clave, como lo es también la investigación científica en un mundo donde la innovación y el desarrollo tecnológico son factores obligados para el progreso. En el universo amplio de instituciones educativas públicas y privadas que existen en el país, la UNAM ha sido, es y será ejemplo y punta de lanza para un mejor futuro. Con mi reconocimiento, yo también doy testimonio de ello.

José Natividad González Parás.
Profesor de Derecho Constitucional y presidente de la
Academia Nacional de Derecho Administrativo y Administración Públic
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