“Gracias”, la primera palabra que pronuncia Octavio Paz al recibir el Premio Cervantes . Una palabra que, según el poeta, tiene equivalentes en todas las lenguas y en todas es rica de significados. Para Paz la gracia va de lo espiritual a lo físico, de la que “concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte a la gracia corporal de la muchacha que baila o a la del felino que salta en la maleza”.

Pero si la gracia parte de lo absoluto a lo concreto, el acto de agradecer se conduce en sentido contrario. La gratitud debe ir de lo singular a lo abstracto, de lo particular a lo genérico. Bien aconseja el Quijote a Sancho Panza el mostrarse agradecido a sus señores, pues “la persona agradecida a los que bien le han hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de continuo le hace”. El corolario, sin embargo, no sigue. Se puede ser vehementemente agradecido con dios e ignorar ingratamente todo lo que la sociedad hace por uno.

A diferencia de nuestra cosmogonía prehispánica, en la que hombres y deidades dependían unos de otros para existir, el monoteísmo erigió su autoridad sobre la naturaleza necesaria de un ser-creador y la deuda impagable que su creación adquiere con él. Todo lo que dios nos da: vida, salud, trabajo, sustento , son bienes inconmensurables que exigen de nuestro perenne agradecimiento. Nuestra gratitud se torna en deuda —por efecto— cuando dios nos da inmerecidamente, y en culpa —por defecto— cuando no obedecemos en reciprocidad a sus dictados. Gratitud, culpa y deuda, son fundamento de una metafísica del poder que ha pretendido condicionar la voluntad individual a los “ favores dados ” por un ente superior.

Cuando la bondad se condiciona, dejamos de sentir gratitud y empieza a invadirnos una deuda moral. Bajo ese ethos de sumisión, gobiernos clientelares y rentistas hacen de la dádiva, la beca o la despensa un anzuelo por el que el ciudadano se siente “ agradecido ” con su benefactor. No es casualidad que Paz empleara la imagen de un “ ogro filantrópico ” para caracterizar al Estado mexicano, quien cual padre piadoso y a la vez autoritario, transmuta los derechos que nos son inherentes en favores concedidos por su benevolencia. Pero gratitud no es sentirse en deuda con alguien, sino reproducir la bondad concedida en una sinécdoque abierta al género humano.

Si de cierta manera, la bonanza y los logros del año dependieron de la divinidad —cualquiera en la que usted crea—, no hay razón para asumir que ella espera en cada mañana, usted le agradezca por un nuevo día. Al igual que Nietzsche, no logro concebir a un dios que siendo perfecto y autosuficiente quiera ser alabado por todos, todo el tiempo. Muy por el contrario, mi intuición moral me dice que la gratitud no nació para elevarse al cielo sino para compartirse entre los hombres a ras de tierra.

Aún desprovisto de sentido religioso, el agradecer es algo más que un acto de civismo o de etiqueta. La gratitud es un posicionamiento político que postula un mundo de interdependencia en el que cada eslabón es necesario para realizar nuestros fines colectivos e individuales. Porque sólo el autosuficiente se cree exento de agradecer, sólo quien se cree soberano concibe a los demás como instrumentales en su curso. La gratitud es una fuerza que se rebela al fetichismo de la mercancía. El agradecido reconoce su naturaleza accidental , y agradeciendo afirma a la otredad vislumbrando en ella su reflejo.

Al agradecer por un año nuevo , comience con la persona a su lado, porque agradeciendo al semejante también enaltece la gracia de dios. Agradezca a quien barre la calle, a quien limpia su escusado, a quien le transporta todos los días al trabajo. Agradezca los alimentos de la mesa, pero visibilice las manos y el sudor necesarios para que el pan, la sidra y el pavo llegaran hasta a su casa. Agradezca al panadero aún si el bolillo es producto de su interés propio y no de su bondad, porque la felicidad de una torta de romeritos dependen de él, y la felicidad de él depende de su aguinaldo, y nada más bello hay en esa ecuación de mutua necesidad (salvo que la felicidad de su esposa también dependa del panadero).

Ignore a los idiotas del new age cuando le digan que no necesita del mundo para ser feliz. ¡Nos necesita!, como nosotros a usted. Porque no habría columnistas sin lectores que brinden su tiempo, como tampoco editores sin textos que corregir, ni periódicos sin publicidad del gobierno. Abandone las doce velas y demás rituales de año nuevo y demuestre su gratitud luchando, en todas las formas y en todos los medios, por un mundo más igualitario en el que todos tengan un hogar y en cada hogar algo que agradecer.

Para Gerardo Cruz, por enseñarme con su ejemplo el valor de la gratitud.

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