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Rueda la carreta… y las calabazas se acomodan.
El comandante supremo de la campaña priísta por la Presidencia —célebre por pragmático— recurre a su ex funcionario tecnócrata más distinguido, quien no tienen precisamente el sello priísta, como la última opción para mantener a su partido en el poder, a pesar del profundo y cabal desprestigio que carga la marca PRI ante los ciudadanos.
La jugada es de alto riesgo.
La gran duda es si José Antonio Meade podrá sacar al buey de la barranca. Si podrá tapar el hoyo y ganar el voto de quienes no conectan fácilmente con funcionarios “señoritingos” como él, frente a otros aspirantes más populistas y cautivadores (léase López Obrador).
_—¿Para triunfar en la contienda será suficiente proclamar que Meade no es priísta?
Enrique Peña Nieto es un apasionado de la lucha política. Más allá de su papel reformador como jefe de Estado, apuesta a ganar. Ya lo demostró dos veces en su tierra. En 2011, operó su propia sucesión al descartar a Alfredo del Mazo y permitir la candidatura de Eruviel Ávila, quien se le trepó al copete y finalmente arrasó en las urnas y, este año, hizo ganar por un “pelito” a su primo Del Mazo frente a la “delfina” del “ocurrente” mesías tropical.
Pero en 2018, la historia podría ser distinta.
Pepe Meade, dueño de un currículum envidiable y una sólida reputación, tiene como punto débil su nula experiencia electoral. Jamás ha recorrido el país para pedir el voto, ni ha debatido. Menos ha enfrentado el fragor de una guerra sucia. “Lo destaparon y no hizo burbuja”, según El Peje.
Para eso, precisamente, entra a la cancha el grupo peñista, con Aurelio Nuño como centro delantero, Luis Videgaray, en al área técnica y el resto de leales, caprichosamente distribuidos en el área grande, expertos en la estrategia del ataque, las patadas y los codazos donde más duele, hábiles en burlar al árbitro, para ganar el partido a como dé lugar.
El dream team peñista deberá derrochar imaginación y recursos para meter los goles necesarios y apuntar a la victoria de una candidatura con tintes esquizofrénicos.
Me refiero a que José Antonio Meade debe representar a un partido del cual debe distanciarse. Su papel será exitoso en la medida en que se desmarque de la corrupción priísta. Debe defender al Presidente, garantizar continuidad y al mismo tiempo ofrecer un cambio ante el hartazgo ciudadano y el desprestigio del partido que lo arropa. Está obligado a responder a las demandas de un electorado desconfiado sin pelearse con el régimen que lo respalda. ¡Vaya reto…!
EL MONJE CENTENARIO:
Lean lo que me cayó del cielo. Es una declaración acreditada a Richard Lansing, secretario de Estado en el período del presidente estadunidense Woodrow Wilson. Es un retrato en sepia, una joya de abuelito. Relata cómo nos veía el vecino distante en 1924, hace casi un siglo: “México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita más tiempo: debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos, las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes (…) se adueñarán del poder. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos”.
@JoseCardenas1, josecardenas@mac.com