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La gente quiere cuentas de lo que no se cuenta… y también cuenta.
La atención de los priístas no estará tanto en los logros oficiales del último año de gobierno —hay muchos para presumir— sino en el morbo para tratar de adivinar a quién trae Enrique Peña Nieto en la cabeza como el mejor candidato presidencial con posibilidades de ganar las elecciones… y conservar la “silla del águila”.
Nadie duda que, en ruta de salida, el Presidente tiene todo para señalar a su heredero tricolor. Así como logró su propia candidatura hace seis años, con el consenso del poder priísta, en la última asamblea tricolor quedó demostrado que Peña tiene la sartén por el mango y el mango de la sartén. La gran decisión será sólo suya.
De eso nada va a informar el Presidente. Más bien Peña dirá en qué y cómo ha gastado el enorme capital político con que llegó a Los Pinos, para entregar, a quien resulte sucesor, un país mejor.
Peña Nieto sabe que la decisión trascendental de su mandato no habrá de sembrar más desconfianza, sino al contrario, recuperarla con un aspirante competitivo, de imagen fresca, honrado, capaz, empático con la sociedad, no antipático ni de conducta sospechosa… y que además sea guapo. Vaya encajando nombres.
En tal sentido, la apuesta de Peña es por el voto útil y para recuperar al votante irritado, dinamitar la posibilidad de un Frete Amplio de Oposición promoviendo una candidatura panista a modo, para que el pleito, como el amor, sea cosa de dos y no de tres. De ahí el afán de sembrar el discurso del miedo ante el posible arribo de Andrés Manuel López Obrador, quien, según el Presidente, podría convertir a México en lo que hoy es Venezuela, como lo ha planteado en entrevistas previas al 5to Informe.
Tampoco va a decir algo de la caída de su popularidad —ligeramente recuperada—; de las acciones para minimizar el riesgo de terminar con problemas ante la justicia, ni del desprestigio del partido tricolor, que va en tercer lugar de las preferencias y por el cuál cada vez menos ciudadanos quisieran votar.
Para lo que realmente servirá el evento constitucional es para que Peña defienda su visión de estadista, su ambición como priísta y su estrategia política para convencernos que México transita por el camino correcto.
El Presidente hablará del combate a la inseguridad; del abatimiento en los niveles de pobreza; de la red carretera —¿sin pasar por el escandaloso “socavón”?—; de certificados de buena conducta crediticia; de la creación de más empleos formales; del fortalecimiento de las grandes instituciones del país; de que Pemex se limpia; de que el caso Odebrecht se investiga; de la bronca con Trump por el TLC; de la extradición de El Chapo…
Todo como siempre… todo como nunca.
Pero todo lo que diga y calle, lo que muestre y esconda, persigue un objetivo central: pavimentar la sucesión, garantizar que sus reformas estructurales tendrán larga vida, que el peligro para México no llegue al poder… que mejor se vaya a Palenque, a su finca La Chingada.
EL MONJE AHOGADO: El Valle de México —arrebatado a un lago— sufre. El desastre natural de las últimas horas se debe a fenómenos meteorológicos sin precedente. El cambio climático se manifiesta con trombas. Los sobrevivientes de este “valle de lágrimas” no sólo somos víctimas de un fenómeno global. El cierre del Aeropuerto y la afectación de 300 vuelos, miles de pasajeros varados al igual que automovilistas, usuarios del transporte público y peatones, casas inundadas y pérdidas totales, no son sino consecuencia de un desastre acumulado. El caos del caos. En la capital del país, y alrededores conurbados, flota en el agua puerca la incapacidad de atender contingencias con eficacia, no sólo por las inundaciones o socavones, como el de Paseo de la Reforma o estaciones del Metro anegadas. La responsabilidad es compartida, no sólo por los gobiernos de la CDMX y el Edomex. Sin importar filias ni colores partidistas, el drama que nos toca vivir se fue construyendo sobre los cimientos de la ambición, el abuso y la codicia de gobernantes, desarrolladores y empresarios que han visto en el crecimiento metropolitano una mina inagotable de oro. La culpa es de todos quienes han olvidado el mantenimiento del drenaje, y de construir más infraestructura hidráulica, obras de alto costo y nula rentabilidad política, porque no se ven. El legado no se presume con mejores alcantarillas y desagües, sino con segundos pisos y distribuidores viales, que se ven, se sienten y están muy presentes. La megalomanía domina, muy por encima de las necesidades de la población. Mientras no haya voluntad de solución, a sufrir sea dicho.
@JoseCardenas1 josecardenas@mac.com www.josecardenas.com