¿Dice mi nombre, Eduardo, algo de mí? Eduardo Lizalde, Cada cosa es Babel

“Soy, se ha dicho”, escribió no sin ironía y algo de escarnio Eduardo Lizalde en Autobiografía de un fracaso, publicada por Martín Casillas Editores y el INBA en 1981, “escritor de maduración tardía —si es que he madurado realmente—, pero escribí poemas desde niño y, a los trece años o doce, me consideraba capaz de llevar adelante de manera genial cuando menos tres carreras: la de cantante, la de pintor y la de poeta. Me parecía posible, en breve tiempo, ser cuando menos Titta Ruffo, Miguel Angel y Góngora si me empujaban tiempos propicios”.

No pocos lectores consideran a Eduardo Lizalde como un poeta relevante, cuyo estilo contundente resulta inconfundible. Sin embargo, Lizalde también es un prosista peculiar, cuya melomanía ha derivado en artículos periódicos, en programas de radio y de televisión, en un libro erudito y placentero: La ópera hoy, la ópera ayer, la ópera siempre. Su novela Siglo de un día convierte un hecho histórico, la toma de Zacatecas por la División del Norte del general de Pancho Villa, en una historia familiar. Sus cuentos deparan frases memorables que conforman tramas inquietantes, paradojas y juegos literarios, ha imaginado un Manual de flora fantástica en el que la erudición se convierte en imaginación y la imaginación se transforma en una prosa precisa que le confiere belleza a las palabras. En sus ensayos, sus conferencias, sus artículos periódicos, inexorablemente literarios, han convergido diversos móviles de formas varias: el cine, la música, la pintura, el ajedrez, conjeturas, polémicas. Algunos de ellos conforman libros como Luis Buñuel, odisea del demoledor y los dos tomos de Tablero de divagaciones. Sus dibujos, muchas veces lúdicos, parecen más que habilidosos. Ha sido traductor, editor, militante del Partido Comunista, fundador con José Revueltas de la Liga Espartaco, maestro universitario, guionista, bibliotecario.

En Autobiografía de un fracaso, Eduardo Lizalde confiesa ser “un grave enfermo de la literatura”. Quizá por eso es también un lector curioso, impredecible, que se ha demorado en los clásicos y en los modernos, en Góngora y en Rimbaud, en diversos tratados de filosofía y de teoría política, libros de historia y de botánica, que lo han incitado a escribir textos varios como los que se conjuntan en el Manual de flora fantástica, o que se entrecruzan lúdicamente en algunos de sus cuentos como “Envidia”, que emula con ironía a don Juan Manuel, “El experimento del doctor Rosenfranck”, cuyo origen puede hallarse en la lectura que emprende su personaje, obviamente el doctor Rosenfranck, en una traducción francesa de Frankenstein, or The Modern Prometeus, de Mary Wollstonecraft Shelley, o “Cuentos de la Gioconda II”, en el que reaparece Arsenio Lupin. Monelle, el personaje de Marcel Schwob, es asimismo personaje de algunos de sus poemas y en algunos versos de Algaida alude a T. S. Eliot:

Al filo de la tarde hay menos hojas

que plumas en las frondas,

pletóricas de especies pajariles

ocultas y excitadas en frenético delirio,

conteniendo la risa de infantiles metales

a la vista de humanos transgresores,

dice el de Tierra Yerma.

En Cada cosa es Babel deriva digresiones íntimas, fragmentos de un poema, de epígrafes de Alberto Caeiro, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Alí Chumacero, Horacio, Heráclito, Octavio Paz, Pedro Garfias.

Quizá los poemas más conocidos de Eduardo Lizalde sean los contundentes de El tigre en la casa y Tabernarios y eróticos. Sin embargo, su escritura importa una varia invención que ha derivado asimismo en poemas largos y complejos. En Auto-biografía de un fracaso refiere que, de joven, se dedicó obsesivamente a reescribir un poema largo: Los dinosaurios, “dañado de origen, dejado de la mano de Dios desde que fue concebido, el poema no admitía últimos ni penúltimos toques, no podía terminarse por las siguientes simples razones: la ambición y la complejidad descomunales del proyecto y, sobre todo, su mecanismo y repulsiva rigidez racionalista, inconciliables en todos los tiempos con cualquier clase de producción estética tolerable”. Eran acaso tiempos de aprendizaje, pues ha consumado poemas largos y ambiciosos admirables: Tercera Tenochtitlan, dedicado significativamente a Efraín Huerta, “poeta de la ciudad”, Cada cosa es Babel y Algaida en los que se manifiesta la creación con lucidez íntima y asombrosa no sólo literariamente.

Celebro que Eduardo Lizalde haya cumplido 90 años el 14 de julio pasado.

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