Pues en verdad, en verdad os digo que me otorgaron un premio honorable en Guanajuato, el “Premio Jorge Ibargüengoitia”. Esta vez sí pude recibir un premio, pues no tenía que estar el mismo día en un tribunal, defendiéndome de la denuncia de un energúmeno, como ocurrió cuando me dieron un premio en Mazatlán y se frustró por mi ausencia.

Me gustó volver a Guanajuato, ciudad anómala, casi irreal, volandera a fuerza de ser subterránea, con su preciosa Universidad como una geoda enorme, deslumbrante bajo el sol de la mañana; una ciudad que, como todas las ciudades viejas y originales, termina pagando, inevitablemente, la triste cuota de caer en la autoparodia, arrasada por un turismo ávido de desvirtuarla a fuerza de quererla.

Cada vez más escenográfica y estrepitosa, cumple con los círculos viciosos obligatorios del caso: donde antes había una discreta placita íntima, ahora hay un montón de turistas que buscan la placita íntima, la que ellos mismos devastan con su mera presencia tumultuaria. Las colinas que rodean a la ciudad han sido “urbanizadas” por la infaltable ristra de ricachones: construyen casas con miradores para ver allá abajo la ciudad que ellos mismos desvirtúan con sus casas con miradores.

Donde antes había un café melancólico, hay ahora una terraza donde los comensales se hacen rodear de mariachis que berrean a trompetazos cuánto aman a una ingrata. Por los callejones donde antes caminaba una (más o menos) veraz estudiantina, ahora reptan decenas de ellas, compuestas de cincuentones vestidos de una inusitada cruza de sevillano del siglo XVII con invasor intergaláctico. Lo que antes tenía cierta bobería sincrética —la nostalgia de España en pantomima— ahora es modus vivendi: a cambio de un “apoyo”, los turistas serán pastoreados por los callejones aledaños, mientras sus guías les atascan bebistrajos de alto octanaje y les ululan dorremís de hule espuma.

Y… ¿puede haber algo más conmovedor que los cholombianos y los emos de Guanajuato? Miré decenas, tan simpáticos, copias xérox de calcos de facsímiles de simulacros de pastiches por triplicado, mirando pasar a las muchachas orondas que sacan a pasear sus epigastrios e hipocondrios al desgaire, ya sin faldas ni orejas ni huesitos...

En fin. Lo que fue formidable fue hacer nuevos amigos (Edna, Daniel, Francisco) y comprobar a los de antes (Carlos Ulises). Y apreciar a esa Universidad de Guanajuato, vivaracha y curiosa, con su hermosa librería, sus formidable editorial y sus 250 estudiantes de letras que, me imagino, aprecian algunos de mis libros “serios”, pues el premio fue por ellos, los muchos que he escrito, a lo largo de los años, sobre la poesía y los poetas mexicanos.

Los apreció un jurado que agregó honorabilidad al premio, pues dos de sus integrantes, mis colegas rigurosos Juan Villoro y Evodio Escalante, en sendos discursos, subrayaron no estar de acuerdo conmigo en muchas cosas, pero sí en mi trabajo como estudioso de las letras.

Lo dijo mejor Villoro: “Como Ibargüengoitia, Sheridan ha sido un polemista incómodo. Sin caer en excesivas paranoias, es posible afirmar que sus columnas periodísticas se publican en un ambiente más intolerante que el que rodeó al autor de Instrucciones para vivir en México. Hoy en día los artículos de Ibargüengoitia que celebramos como clásicos serían rechazados en numerosas redacciones con argumentos de corrección política. La misma época que fomenta los linchamientos anónimos en las redes limita las reflexiones discordantes. Rara vez estoy de acuerdo con Sheridan en temas políticos, pero el inquietante rigor de sus razonamientos pone a prueba los míos. El tenista que deja una provocadora pelota junto a la red hace que el adversario se esfuerce al máximo para responder. Lo mismo ocurre en el intercambio de opiniones. Nada resulta tan estéril como estar siempre de acuerdo. En su Autobiografía, el católico G. K. Chesterton escribe acerca del socialista Bernard Shaw: ‘Es necesario discrepar de él tanto como yo para admirarle tanto como yo lo hago’. Provechoso opositor, Sheridan estimula a que quienes no piensan como él piensen mejor.”

Una buena lección que, sobre todo en estos tiempos difíciles, me esforzaré en ameritar.

Gracias.

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