Cuando uno pasa la noche en vela escribiendo es porque tiene algo importante que decir. Exactamente a la  1 a.m., Jerry Maguire comenzó a escribir su mission statement, documento que contenía una declaración de lo que consideraba debía ser la misión de SMI, la agencia de promoción de deportistas para la que trabajaba, y mismo que derivó en su despido unos días después.

Las cosas que pensamos y no decimos (el futuro de nuestro negocio) fue el título del texto del que imprimió y engargoló en un centro de copiado veinticuatro horas, para deslizarlo, antes de que saliera el sol, por debajo de la puerta de las habitaciones de los otros 110 agentes deportivos que asistieron a la junta anual de SMI.

“Con tantos clientes hemos olvidado lo importante”, se leía en una de las 25 cuartillas.
“Menos clientes, menos dinero, más atención. Cuidemos más a los clientes, pero también a nosotros”, y concluye con un consejo de Dicky Fox, gurú de los representantes de deportistas: “La clave de este negocio son las relaciones personales”.

Jerry había perdido la habilidad para decir mierda, toda esa sarta de sandeces que suelen sostener una conversación de negocios, una plática con un jefe o una llamada de seguimiento con un cliente, a quienes siempre decimos lo que esperan oír y no lo que nos gustaría que escuchen. Así, en un arrebato nocturno de emoción, Maguire se sinceró, pero en la mañana, cuando salió del elevador y vio a lo lejos en el lobby a todos los colaboradores de SMI con su manuscrito, sintió como si hubiera bajado desnudo y no supo dónde meterse. Me recordó una vez que, también de madrugada en un arranque de sentimientos, le declaré mi amor a alguna enamorada y al día siguiente quería esconderme porque ella había tenido sus reservas.

Cuesta mucho establecer una comunicación sincera, transparente, nos deja vulnerables, nos expone, nos vuelve un poco paranoicos. Pero cuando desafiamos el temor al qué dirán en medio de esos instantes de éxtasis y nos atrevemos a lanzar una declaración profunda al universo, todo a nuestro alrededor cambia aunque no nos demos cuenta y alteramos de una u otra forma el sistema.

El lunes siguiente en la oficina, Jerry Maguire se llevó un golpe de realidad y sus jefes lo corrieron después de leer su propuesta de menos clientes y menos dinero. Entonces, aterrado, abrió su propia agencia y se quedó con un solo cliente, pero con todo el quan, esa mezcla poderosa de amor, honestidad, inspiración y certeza.

Ayer, en una junta con una potencial clienta, me sinceré y le dije que alucino a los influencers burdos y que no quiero trabajar más campañas publicitarias sinsentido, no más contenidos huecos ni mensajes a mansalva para ganar millones de seguidores empedernidos.

La noche previa había visto Jerry Maguire, una de mis películas favoritas, y tuve la certeza de que hoy, más que nunca, el futuro está en el quan. La clave en el negocio de los deportes, de la publicidad y en el que sea, son las relaciones personales. 

@FJKoloffon

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