Pocos lo saben, y menos lo aceptarán, pero la 4T tiene un servicio de inteligencia.

Sí, sí, parece contradictorio, pero es como las brujas: de “haberla, haylas”.

Tiene tal servicio a un reducido grupo de distractores que aparecen por ahí en medios de todo tipo, con discursos insostenibles que resultan a veces de enorme pobreza lingüística y otras bien estructurados pero que son capaces de argumentar que la Tierra es plana. A esos es fácil de identificarlos. Están ahí para ser vistos y recibir sin una queja toda la andanada de verdades dolorosas que han de maromear cada uno en la trinchera que le fue asignada. Lo cierto es que si se los ve bajo el microscopio sociológico, son inofensivos de no ser por la estamina que les inyecta el sistema que los mantiene.

Pero hay otros de los que casi nadie sospecha. Y esos sí que son los malos de la Malolandia. Gente siniestra y desalmada cuya arma letal es pasar por “críticos del sistema”, por “analistas”, por “historiadores de la vida contemporánea. Uno de sus camuflajes es que desde antes de la 4T ya tenían méritos académicos, y, vaya cosa, contaban con un limpio historial laboral que en principio los pondría a salvo de las tentaciones de formar parte de un cuerpo de inteligencia al servicio de los turbios intereses.

Créame: aquí el escribidor ha tenido acceso a sus expedientes —por lo demás, públicos, si le dedica un rato a buscarlos— y, en efecto, no necesitaban regalar ni su inteligencia nata ni su talento producto de la formación universitaria. Pero lo hicieron. La única explicación es que ambos al unísono se apiadaron de la nueva administración. Ah, sí, sólo ambos, porque el equipo de inteligencia de la 4T se conforma únicamente de dos personas que tienen información redundante en caso de que alguno se encuentre fuera de la base a la hora de los trancazos.

Ese par de hombres llenos de franciscana piedad por la 4T armaron una jugada maestra: los momios y las encuestas: todas las encuestas, daban por ganador a su gallo ante el hartazgo de las otras opciones de la competencia. Así que sembraron el camino antes de que se diera el cambiazo y publicaron el primer tomo del libro México bizarro: un anecdotario ciertamente gracioso y lleno de menudencias de gran calado que, ojo, no hacía ninguna prospectiva política, sino que se limitaba a pitorrearse en buen castellano de tantas pifias del sistema entonces imperante, como cupieron en el paginario. Y los peces picaron —uy, sí, qué risas, Polo Polo realoaded, juar juar—, y el condenado México bizarro se alzó por méritos propios (el género de la comedia ha sido siempre muy bien visto en el país) en todas las listas de los más vendidos. Y allá van sus autores a presentarlo en cuanta feria de libro fue posible.

Con un sketch bien montado y una capacidad de improvisación que incluso aquí el escribidor no tiene empacho en reconocer, hicieron las delicias de chicos y grandes. Y vendieron el volumen como pan caliente.

Ahí comenzó lo que hoy ya puede conocerse en ciertos círculos como la Operación Bizarra (OperBiz): convencieron al ciudadano, lo sedujeron con las malas artes de reírse de sí, de sus desgracias, de sus tragedias, de sus propias tarugadas.

Y pasaron desapercibidos justo para lo que venía: reaparecer con un prestigio bien ganado para intentar la petición del partido de ida, con uno de vuelta pero ya bajo las luces del nuevo régimen, justo para lo que se prepararon en los entrenamientos.

Sus nombres son conocidos y sin temor a represalias los señalamos aquí, letra por letra: Julio Patán y Alejandro Rosas —si la presente fuera la postrera columna de su escribidor, quede constancia y solicítese justicia— quienes regalaron —porque de cobrar nadie les pagó un centavo a los trujamanes— más de un año de trabajo en recopilar, dar orden (es un decir), y forma a una serie de sucesos desafortunados, pero ridículos al extremo que nos han ocurrido en el mexicano domicilio.

Que si los textos están bien escritos. Bueno, sí. Que mueven a la hilariedad, por supuesto: ya quisiera Franco Escamilla tenerlos de guionistas. Que van a ser un éxito de ventas en librerías físicas o en formato virtual: acaban de empezar a serlo. Todo eso está muy bien pensado, a la OperBiz no se le escapa nada y el producto que se ofrece al potencial lector está escrito con mano maestra.

Pero, si se fija, de lo que versa este México bizarro volumen 2 es también del pasado, a veces no tan lejano, pero mire qué casualidad: editorialmente aparece sin que dé tiempo de dar un repasón como se debe al nuevo gobierno. Por ahí hay atisbos, rounds de sombra, fintas futbolísticas pero nada más.

Para saber por dónde viene los tiros ideológicos del sexenio que nos espera, es necesario leer, estudiar, subrayar y discutir el México bizarro 2. Ahí están las claves del futuro político. Mientras pasa usted con la lectura varios días de risoterapia sanadora, forme junto conmigo una cadena de oración para rescatar al Patán y al tal Rosas de las llamas que los consumen.

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