Olvidémonos, por principio, de ese engendro que hace sangrar los ojos titulado Megalodón. Una cinta predecible desde los minutos iniciales, con una estructura narrativa que cualquier niña de siete años logra superar inventándose alguna elaborada teoría para no comerse las verduras. Un desperdicio de tiempo para quien ha tenido la mala fortuna de verla. Pero, sobre todo, un patinazo inexcusable para el protagonista, Jason Statham, que si bien tiene un número muy limitado de registros actorales, ha logrado hacer de sí mismo —desde luego con el apoyo de la industria del ramo que se mete carretadas de dólares con los proyectos en los que participa— un personaje. Statham es su propio personaje, pero con sus matices, y eso es lo interesante cuando hablamos, justamente, de qué demonios es, cómo se construye, cómo se mantiene y con qué se alimenta un personaje.

Dejemos atrás, entonces, al fregado Megalodón que de no haberse extinguido nos serviría perfectamente para un gigantesco pescado zarandeado, un nutritivo caldo con las partes para ello usuales y un grandioso ceviche.

Ni hablar, Statham no precisa de hacer películas alimenticias, pero aquí lo importante no es el tiburonazo, sino que el actor descuida con esta falla su carrera, algo que aquí al escribidor le tendría muy sin cuidado de no ser porque hace ruido a la tesis que sustenta: Statham es su propio personaje, uno solo, y el trabajo de ello por un lado es construirlo y por otro no salirse de él.

Ya sabemos, en cualquier sitio medianamente especializado puede consultarse, que Jason Statham es un tipo que pasó por el deporte de alto rendimiento, después por el modelaje (ahí sí, ni modo, de algo hay que vivir) y finalmente llegó a la actuación. Si no hubiera hecho su debut en el cine con ese genio de la imagen en movimiento llamado Guy Ritchie —en la película de culto Lock, stock and two smoking barrels—, seguramente su vida habría sido muy distinta. Exitosa, nadie lo duda, pero muy otra. Ritchie lo contrata luego de que Statham tiene apenas un par de cortometrajes, y le brinda un papel que al inicio el director enriquecerá llevándolo a su segundo filme, Snatch: cerdos y diamantes. Y todo ocurre muy rápido, pero debido a la aceptación del público, Sta-tham, ya por su cuenta, aprende un poco de actuación de carácter con John Carpenter, con quien realiza Fantasmas de Marte y de inmediato se deja llevar por la astucia de James Wong para filmar El único. En ese momento, el personaje Statham está ya terminado y listo para cosechar fama y fortuna, siempre y cuando no se aleje de tierras conocidas.

Un lugar común que circula a cada nueva aparición del actor, dice: “Siempre es lo mismo”. Los lugares comunes se desactivan si vemos el razonamiento a la inversa: lo complejo era establecer al personaje con un estilo específico, tonos de voz forzadamente similares y desde luego aplicar esa arquitectura a papeles que le dieran proteína.

En cualquier obra narrativa la construcción de un personaje más allá del aspecto físico (que sobre todo en un lenguaje como el cinematográfico puede modificarse hasta dejar irreconocibles a los intérpretes) se determina por su accionar. Por eso, cuando Statham abandona el thriller —persecuciones en auto, enfrentamientos a golpes o manejo de armas de élite— se mete en problemas: traiciona al personaje, se abandona a sí mismo porque, como sucede en algunos casos, en el mundo de la actuación llega a darse la parte opuesta del actor/actriz multifacético: el actor/actriz que se vuelve su personaje. Esa capacidad, lejos de ser un defecto, es una cualidad narrativa para la cual se precisa de talento y sin duda de apoyo de quienes recorrieron antes el mismo sendero.

Cabría la posibilidad de pensar, por ejemplo, en Bruce Willis, que después de unas cuantas cintas ya era no el personaje sino el propio señor Willis con una diferencia todavía más marcada, que pasó a ser un icono en el cine de acción, pero el tipo —él sí con un registro mucho más amplio en la escena— venía de las series televisivas, y en particular de la comedia (en la cual, no escatimemos méritos, arrasó fletándose temporada a temporada de Luz de luna). Por eso Willis no vive de un personaje al que fuera alimentando poco a poco, sino que ha hecho una muy loable carrera actoral, que incluye señalados altibajos, con un abordaje distinto que consiste en vender la imagen personal y adaptarla a las circunstancias.

Quedémonos con la construcción del personaje que ha hecho Statham en ejemplos del cine de acción, como algunas cintas seriadas que apoyan la tesis, digamos El transportador, Crank y El mecánico. Más las que hayan de venir.

Y si pensamos en un megalodón, recordemos la frase del querido chef Anthony Bourdain, que se habría merendado al pescadito con dos botellas de Sauvignon Blanc: “¿Eres menos inteligente que yo?, ¿eres más lento que yo? Entonces, por favor, pásame la sal”.

@cesarguemes

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