Usted y yo lo reconocemos de inmediato por cintas de alto impacto en el público tales como Apocalypto u Hombre en llamas; por series televisivas también reconocidas y vistas con asiduidad: Capadocia o El señor de los cielos. Muy probablemente, de su generación, es el mexicano con más labor actoral tanto para producciones internacionales y locales. Bajo las órdenes, por ejemplo, de enormes directores como Mel Gibson, Tony Scott o Roland Joffé ha sabido construir a los personajes, casi 80, que conforman hasta hoy su trayectoria.

—He publicado apenas en este espacio la idea de forjar para una historia a personajes verosímiles, funcionales. Y si alguien sabe de ello eres tú, en la generación que te correspondió: creas personajes y no disfraces. Debes tener un método personal.

—Mi primer maestro de teatro, Laureano Antonio Castrejón Cruz Manjarrez, nos pedía observar a las personas detenidamente. De la observación se puede pasar a imitar la naturaleza humana. He de confesarme imitador irredento de toda la Época de Oro del cine nacional. El personaje real nos exige investigar, documentar y meternos a fondo en su biografía. Hay que aterrizarlo. Hay actores que poseen una gran personalidad y todos sus personajes están permeados de ella. No es mi caso. Digamos que a mí me gusta desaparecer y dejar que sea el personaje quien manda.

—Interpretar a un personaje que ya has creado es un trabajo delicado. A Mel Gibson o a Tony Scott no les puedes salir con cuentos. Ante ellos das el tono, el tipo, el ritmo. ¿Qué tantas tomas te piden repetir en promedio —la pregunta es aventurada pero necesaria— para ser lo que tú querías y lo que el director imaginaba?

—Una vez que estoy en el set, me gusta sacar la escena a la primera toma. Para eso me preparé, pero la realidad es otra. Con las cámaras de ahora, ni siquiera es necesario que corten y muchas veces te hacen repetir lo mismo sin cortar. En Apocalypto, Mel Gibson me hizo repetir una reacción un número indeterminado de veces luego de haber lanzado yo a un hombre por un acantilado. Me gritaba por el altavoz: “Ahora lo ves caer como si fuera tu mejor amigo”; “ahora lo ves caer y te das cuenta que no fue tan divertido como esperabas”; “ahora lo ves como si fueras Satanás”; “ahora eres la madre Teresa de Calcuta”…Y así, hasta que encontramos lo que él quería ver en el personaje y lo que yo aportaba.

—Entre quien actúa y quien escribe hay cercanías: ambos estudian, leen, caminan por un bosque o un desierto, gritan, cantan o se meten seis horas diarias al gimnasio hasta que el personaje está claro.

—Físicamente me he tratado como pelota de basquet: subir y bajar de peso en varias ocasiones con dietas de cero calorías, que se dice rápido y es un ejemplo muy a la mano. Para un personaje de una obra de Bernard–Marie Koltè me soplé todo Castaneda para lograr quedarme parado debajo de una bugambilia durante toda la obra. Para El Violín, de Francisco Vargas, tuvieron que pasar dos años antes de retomar el rodaje y don Ángel Tavira, que hacía el viejo que le enseña a tocar el violín al militar —Dagoberto Gama— no era actor. Acordamos con el director que el tono lo marcaba don Ángel y nadie podía estar por encima de ese registro. Al final se logró un tono de “docuficción”, de una sobriedad que alabaron propios y extraños. El mejor reconocimiento fue que varias críticas decían que la película había sido interpretada no con actores profesionales sino con gente real, lo cual significaba que habíamos logrado engañarlos sutil y magistralmente.

—La cantidad de participaciones que has tenido en tu desempeño profesional es muy amplia, la querría cualquier actor. Entonces, te ves en la necesidad de crear un personaje y luego abandonarlo. Eso mismo se hace en la narrativa pero el escritor y el guionista no viven al personaje frente a una cámara, y tú sí. ¿Cómo es el periodo de separación o de olvido del personaje anterior?

—Hay una especie de luto a los personajes que dejas y que no volverás a interpretar. Dejar a un personaje es como perder a un hijo que tuviste por un tiempo. Siempre vas a recordar cómo era, siempre vas a querer que vuelva, siempre lo vas a extrañar.

—Construir un personaje, entonces, y la afirmación va para quienes inician a trabajar en su propia narrativa, implica vivirlo, saberse parte de él a diestra y siniestra.

–Digámoslo así: una vez vendida nuestra alma al Diablo, hay que obedecerle y no hay excusa que valga.

@cesarguemes

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