Si tu señor padre fue Lucien Carr, de la celebrada generación Beat, amigo de Ginsberg, Kerouac y Burroughs, tal vez sería sólo una anécdota. Pero si tu padre, Lucien, periodista, escritor, tuvo en su momento las agallas de matar a cuchilladas al tipo que le doblaba la edad y en su adolescencia lo molestó sexualmente, entonces tienes un pasado familiar que ya cala. Y si tu padre, además, estuvo preso y a saber por qué otras desdichadas razones extra fue un tipo violento al interior del hogar, entonces tienes que solucionar todo aquello y elegir entre los únicos dos caminos que te plantea la dura formación de la que vienes: o te conviertes en una bestia o te vuelves uno de los mejores escritores de tu época y destazas con reflectores diversos todo aquello a fin de escribir un libro detrás de otro para que ese trabajo te salve.

Por fortuna para él, Caleb Carr (Manhattan, 1955), el hijo del beat, se dedicó a la escritura y alcanzó el reconocimiento con una novela fundamental para entender y desmontar la maldad de cierto tipo de bestias: El Alienista. Y antes y después ha hecho libros de la misma talla, como la secuela El ángel de la oscuridad, o el homenaje autorizado a Conan Doyle, El caso del secretario italiano (una aventura de Sherlock Holmes).

Hoy leemos y releemos a Caleb Carr porque El Alienista se ha convertido en un indispensable serial televisivo, minucioso en la fotografía digna del tenebrismo pictórico, dirección cuidadosa y el desempeño actoral plagado de gente seria: Daniel Brühl como Laszlo Kreizler —el alienista—, Luke Evans, Brian Geraghty, Robert Wisdom, Douglas Smith, Matthew Shear y las presencias de Dakota Fanning, perfecta, y Ted Levine, insuperable en su plena madurez.

El Alienista, libro y serie (cuya segunda temporada está ya en el horno), aborda los sórdidos temas de la prostitución infantil, del propio infanticidio en formas por demás aberrantes y de la indagatoria que realiza en el último tramo del siglo XIX un alienista, como entonces se llamaba a los psiquiatras —Joaquim Machado de Assis, el prodigioso escritor brasileño escribió en 1882 también el volumen O Alienista, sobre la emergente figura médica de la época—, versado en la naciente criminología, quien cuenta con el apoyo de amigos, gente de ciencia, pero que enfrenta no sólo a un posible asesino serial, sino a la reticencia social de su área de estudio, a la ignorancia e indiferencia de algunos colegas y a la corrupción policiaca que desde siempre ha sido por sí misma un cáncer que protege al crimen.

Le decía que es preciso revisitar la novela El Alienista, ahora en su nueva edición, porque contiene un prólogo del realizador español Paco Cabezas, uno de los directores en jefe de la serie —el mismo de Penny Dreadful, por ejemplo—, quien se lanza al ruedo con una parrafada imperdible como la siguiente:

“Para mí, el arte decidió prostituirse hace mucho tiempo, y vive en un pisito en La Rambla, de Barcelona, retirado y tranquilo. En lo que sí creo es en el trabajo y en las historias bien contadas. En las historias como un bálsamo para soportar los absurdos y brutales vaivenes de la vida, que te dejan con cara de tonto, sin entender nada. La vida no tiene actos, no tiene desenlace ni estructura dramática, ni siquiera cómica, la muy puñetera. La vida nos duele: se te muere un hermano o de repente lees la noticia de alguien que asesina y abusa de un niño o en un instante —¡crash!— ya no estamos aquí, dejamos de ser, corte a negro, ni siquiera un maldito fundido. Y tratamos de buscarle un sentido a esa catarata de cosas que nos pasan o, más que un sentido, convertir ese ruido en una melodía, la furia y el ruido en algo bello. Y eso es lo que hace tan bien Caleb Carr: convertir el horror en belleza, dotar a la muerte de sentido, de música, acompañarnos en este viaje espeluznante que es la vida y encontrar la luz en los lugares más oscuros. No te equivoques: El Alienista es un libro muy oscuro, es un libro violento, triste, brutal, pero también bello.”

Ya en la adaptación televisiva vemos reflexionar a Laszlo: “Estoy seguro de que los asesinos están entre nosotros. Están ahí afuera, escondidos. Sus motivos son comprensibles, pero éste es diferente: sus actos son tan miserables, tan malvados, que sólo si me convierto en él, si yo mismo le corto la garganta al niño, si paso mi cuchillo por el cuerpo indefenso y arranco ojos inocentes de una cara horrorizada, sólo entonces llegaré a entender lo que en realidad soy. Así reconoceré que lo que me impulsa no es una ausencia de emoción, sino un torrente de sentimientos del tipo que dan sentido y propósito a mi propia alma. Debo ver la vida como él la ve, sentir el dolor como él lo siente, tomar el mismo camino que él. Debo seguir esto a donde quiera que vaya, aunque me lleve al más oscuro infierno”.

Así que sin miedo y al toro, lector valeroso, a sumergirse en esas páginas confeccionadas con jirones de cuerpos, porque si reconocemos que ya no pudimos arreglar al mundo, sepamos que sí podemos decodificarlo para poner a salvo lo más querido.

@cesarguemes

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