Escribo el 20 de mayo. Leo en los periódicos, “Los médicos franceses tienen programado apagar hoy las máquinas que mantienen en estado vegetativo a Lambert”. Cuando la muerte acoja a Lambert y abrace a quienes apoyaron la decisión de ayudarle a morir, finalizará su cruel periplo.

Reflexiono acerca de la indignidad del final de Lambert y del Poder de quienes se oponen a adueñarse de la vida por medio de la muerte. Religiosos, políticos, sectores de la sociedad influenciados por numerosos dogmas y médicos, desinteresados y poco comprometidos con el ser humano como ser humano conforman el insano tejido. Tejido con amarres trenzados con lazos decimonónicos. Para los librepensadores, el reto es actuar. Deprime la realidad: triunfan leyes enmohecidas, prevalece el sistema; pierden quienes vindican la autonomía y la libertad del ser humano.

Vincent Lambert sufrió en 2008 un accidente de tráfico cuando tenía 31 años. Desde entonces pervive en estado vegetativo y sufre tetraplejia. Once años han transcurrido desde el accidente. Lambert no dejó por escrito sus voluntades anticipadas. Tras el lamentable suceso han discutido quienes reclaman el retiro del apoyo médico y quienes luchan por continuarlo indefinidamente.

Las polarizaciones extremas, en ética médica, son frecuentes. Aborto, suicidio médicamente asistido, embriones congelados, compra de órganos en pa íses pobres, úteros subrogados e investigación médica en países sin recursos constituyen parte del complejo mosaico de la ética médica.

Debido a la falta de claridad, y a los desacuerdos entre los familiares de Lambert, el caso fue estudiado por el Consejo de Estado francés, el cual apoyó años atrás la suspensión de los tratamientos. Los padres, no conformes, acudieron al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Desde 2015 el Tribunal concluyó que el cese de la alimentación y la hidratación artificiales no vulneraban el artículo del Convenio Europeo de los Derechos Humanos que protege el derecho a la vida.

Vincent Sánchez, médico de Lambert inició hoy el protocolo para finalizar la vida: se le retiró el apoyo alimenticio e hídrico y se le sedará hasta su muerte. Aunque cada enfermo es diferente y los médicos que apoyan el suicidio médicamente asistido actúan de diversas formas, la muerte, bajo las circunstancias descritas, puede tardar “muchos” días. Saltan preguntas: ¿Por qué no ser más proactivo y acelerar el final?; si ya se acordó ayudar a bien morir, después de once larguísimos años, ¿por qué alargar el sufrimiento de quienes apoyan el acto y de quienes lo rechazan?

La lucha entre los progenitores y dos hermanos de Lambert contra su esposa y cinco hermanos que han bregado por finalizar lo que han considerado “encarnizamiento terapéutico” continúa. Los abogados de los padres han anunciado “nuevos recursos” para impedir el proceso que llevará a la muerte Lambert.

Escribo el 21 de mayo. Leo en los periódicos: “La justicia francesa obliga a reanudar el tratamiento para mantener con vida a Vincent Lambert”. ¿Qué sucedió entre la interrupción del tratamiento y su reanudación?: El tribunal de apelaciones de París dio la razón a los padres que pidieron se respetará la moratoria solicitada por un comité de la ONU para analizar el caso. El abogado de los padres celebró el acto: “ha sido una victoria extraordinaria…, doblegamos al gobierno”. Tras el fallo se reinició la alimentación y se retiró la sedación. La evaluación por parte del comité para personas discapacitadas de la ONU puede tardar seis meses.

Escribo el 22 de mayo. La larga agonía de Lambert lo ha convertido en Francia en símbolo sobre el derecho a morir con dignidad y ha reabierto dilemas urgentes: ¿quién tiene el derecho de decidir sobre el destino final de un familiar cuando no existen documentos que justifiquen la suspensión del apoyo médico?

Escribo el 23 de mayo. Me invade el desasosiego. Me atropella la irracionalidad en torno a la muerte más mediática de nuestra historia. Me solidarizo con Rachel, esposa de Lambert y sus cinco hermanos. Prolongar una muerte es execrable. Nunca, creo, la humanidad ha sido testigo del uso inhumano de una persona para confrontar motivos religiosos contra razones humanas.

Los librepensadores no buscan cambiar el ideario de quienes pactan con Dios. Los creyentes deberían contentarse con sus dogmas y actos de fe inmodificables como el que afirma que Dios no desea que el ser humano sufra.


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