El 23 de enero de 1978 cerró sus enormes ojos verdes. Pero Nahui Olin sabía que volvería, se lo dijo a su sobrina: “¿Sabes qué? yo no me voy a morir”. Mientras esto escribo, cuando se cumplen 40 años de su partida, mujeres de todo el mundo levantan la voz. Inevitable recordar cómo, desde los años 20 del siglo XX, ella defendió a capa y espada, con su pluma y con su cuerpo, con su pincel y con su voz, con su poesía y con su vida: el derecho a la libertad, a la pasión y al deseo.

Carmen Mondragón se llamó hasta que el Dr. Atl la bautizó Nahui Olin (“cuatro movimiento” en náhuatl) y vivió durante décadas, como tantas mujeres dentro del mundo del arte, en el sótano de la historia. Porque había quien se preguntaba aun en los años 90: “¿México estará preparado para un personaje así?”. Su belleza deslumbraba, sus ojos de tamaño descomunal absorbían los rayos del sol y las olas del mar; su cuerpo desnudo se expresaba libremente frente a fotógrafos y pintores atrapados por la musa. Su inteligencia era una transgresión permanente y su rebeldía un grito de libertad constante.

Pintora, poeta y modelo de los principales artistas de su época, Nahui escribió acerca de “la mujer dormida” en su libro Óptica cerebral: “Bajo la mortaja de leyes humanas, duerme la masa mundial de mujeres (…) son la Iztaccíhuatl, en su belleza impasible (…). Más dentro de la enorme mole, que aparentemente duerme, y sólo belleza revela a los ojos humanos, existe una fuerza dinámica que acumula de instante en instante una potencia tremenda de rebeldías (…). Y la mortaja fría de la Iztaccíhuatl se tornará en los atardeceres en manto teñido de sangre roja, en grito intenso de libertad (…)”.

En su primer mural, La creación (1922-1923), Diego Rivera la pintó junto con otras mujeres de la época que rompieron los moldes de la sociedad conservadora porfirista. Están Lupe Marín, Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti, Palma Guillén, Lupe Rivas Cacho, María Dolores Asúnsolo, Concha Michel… y Nahui Olin, a quien retrató como “La poesía erótica”.

Tantos años después, Nahui aún tiene mucho que decirle a la sociedad contemporánea, cada día más lejos de Eros y más cerca de Tanatos. En sus más significativas relaciones amorosas, las que sostuvo con el Dr. Atl y con el capitán Agacino, ella se entrega, pero nunca se somete. Su independencia no está peleada con la sensualidad ni con la seducción, se ejercen libremente, y el erotismo va más allá de lo sexual como una forma de vincularse con la vida, con el sol, con el mar, con los volcanes…

En su libro, A diez años sobre mi pupitre, escribe: Mi espíritu y mi cuerpo tienen siempre loca sed/ (…) inagotable sed de inquietud creadora, / y es fuego que no resiste mi cuerpo...

Cartas de fuego le escribe al Dr.Atl: “Yo no tengo edad. La pasión no tiene edad. Yo soy toda inteligencia y toda amor. Las mujeres sólo tienen la edad de su pasión en flor. Cuando esa flor se marchita, la mujer perece”. Indigna que, a estas alturas, se confunda el erotismo de Nahui con “furor uterino” (Siempre!, 6 de enero, 2018); su espíritu rebelde con “locura” y su mirada poética, con “brujería”. Es más fácil etiquetar con patologías a las mujeres que optan por un camino distinto al convencional, que acercarse a la vida y obra de personajes complejos para dialogar con ellos y descubrir su verdadera aportación a la historia y a la cultura.

Hace unos días, durante una de las marchas femeninas, Natalie Portman propuso “una revolución del deseo”, que la mujer pueda expresar libremente sus deseos y su sexualidad. Nahui se adelantó un siglo. Por eso escribió: “Y la madre tierra me parirá y naceré de nuevo, de nuevo ya para no morir”.

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