El 1 de junio de 1994, cuando se abrió el sarcófago en una cámara funeraria oculta dentro del Templo XIII de Palenque, todo era misterio envuelto en cinabrio, jade, obsidiana, perla, concha, hueso y restos óseos en buen estado de conservación. ¿Quién es?, ¿es hombre o mujer?, ¿por qué lo sepultaron en un sitio tan importante junto al templo del Gran Pakal? A casi 24 años de ese amanecer inolvidable de su descubrimiento, la Reina Roja viaja a Nueva York para exhibirse, a partir del 28 de febrero, en el Museo Metropolitano como parte de la exposición Golden Kingdoms.

La Reina Roja se llamó así debido a que, durante años, se ignoró su verdadera identidad y porque cuando se abrió aquella enorme y pesada lápida de piedra, sus restos estaban todos cubiertos de cinabrio, sulfuro de mercurio de color rojo, sagrado para los mayas. Ahora viaja del Museo J. Paul Getty de Los Ángeles, donde se expuso, al corazón de Manhattan. Para los arqueólogos, Arnoldo González Cruz y Fanny López Jiménez, sus descubridores, y para Vera Tiesler y Arturo Romano (qepd), los antropólogos físicos que analizaron sus huesos, todo apunta a que se trata de Tz’ak -B’u Ahaw (Señora de la Sucesión), esposa de Pakal y madre de los tres hijos del monarca más importante de aquella ciudad, en la época más esplendorosa dentro del periodo Clásico de los mayas.

El tiempo arqueológico no tiene prisa. Y así como tomó una década extraer ADN de la Reina Roja para compararlo con el de Pakal y confirmar que no había un parentesco entre ellos, ha tomado años la restauración —a cargo de González Cruz, Alfonso Cruz y Constantino Armendáriz— del ajuar funerario de este personaje femenino de enorme relevancia en la dinastía de Palenque. Además de la belleza de su atuendo, con la Reina Roja se ha enriquecido el conocimiento acerca del importante rol de las mujeres a nivel político, social, científico y religioso dentro de una cultura tan avanzada como la maya, que desarrolló las bellas artes, la escritura, un calendario, las matemáticas, descubrió el número cero y supo dialogar con las estrellas.

Después de más de mil 300 años, la Reina Roja regresó de su largo viaje por el Inframundo para contar su historia, revelar su sexo a través de sus huesos y su rostro a través de su máscara de malaquita. También llegó para hablar de su jerarquía en voz de una ofrenda funeraria aún más rica que la de Pakal: mil 140 piezas la cubrían de pies a cabeza. La sepultaron con dos tipos de ornamentos: diadema doble, orejeras, collar, las cuentas multicolores que lucían en su pecho sujetas a una especie de pectoral o capa llamada K’ub y las pulseras en muñecas y pies, adornos que utilizó en vida para ceremonias rituales de gran importancia. Y los de tipo simbólico: el cinabrio, la concha, las navajas de obsidiana, su cetro de jade y su máscara facial, es decir, objetos que acompañarían a la reina en su viaje al Inframundo y hasta su nueva vida en el mundo divino.

Todo eso, junto con su rico tocado en forma del dios Kawil (del maíz) viaja ya al Central Park de Nueva York. Va también la concha Spondylus, hallada a un lado del tocado en cuyo interior yace una pequeña figurilla femenina de piedra caliza que es el retrato de Tz’ak -B’u Ahaw. La colocaban ahí para que ella pudiera ser identificada, así pasarán miles de años, tanto en la Tierra como en el otro mundo. La concha era todo un lujo de profundo valor simbólico por pertenecer al mundo marino donde, según los mitos de la creación, habitaban los dioses y se regeneraban la vida y la naturaleza.

La cultura maya, que tantos amaneceres ha regalado a la humanidad, inaugura un nuevo episodio con la presencia de la Reina Roja en el MET. Y como aquella mañana en el corazón de la selva, cuando se descubrió su tumba, los monos saraguatos, las luciérnagas y el dios Chac deben estar de fiesta.

adriana.neneka@gmail.com

@amalvido

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