Luego del arrollador éxito de Batman (1989) -la cinta sobre el legendario personaje de historietas creado por Bob Kane- el joven director Tim Burton tenía planeado moverse hacia otras latitudes. De buena gana, los estudios Warner le permitieron hacer un proyecto personalísimo llamado El Joven Manos de Tijera (1990), pero el ímpetu del negocio provocado por la primera cinta moderna del héroe de Ciudad Gótica era demasiado jugoso en términos monetarios como para dejarlo morir.

Así, el estudio se dio a la tarea de convencer a  Burton para regresar y hacer una secuela. La forma de persuadirlo, luego de mucho toma y daca, fue a la distancia bastante simple: el estudio le dijo al director que más que una segunda cinta sobre Batman, lo que ellos querían era una nueva película de Tim Burton. Con esa frase se estaba sellando no sólo el trato para un nuevo filme, sino el destino mismo de la franquicia.

Era principios de los años noventa y aunque ya habían sucedido fenómenos como Star Wars o Superman, lo cierto es que el cine basado en cómics era terreno inexplorado. Ya no se trataba simplemente de dejar al autor hacer lo suyo, las películas debían de responder a un mercado compuesto por toda una serie de actores (vendedores de juguetes, figuras, playeras y cajitas felices) que hacían de esto, antes que una película, un negocio de millones de dólares.

Burton a la fecha recuerda, con cierta extrañeza, aquella junta donde los fabricantes de juguetes y playeras le exigieron entregara los bocetos con el look alike de todos lo personajes para así comenzar la producción en masa de una cantidad enorme de productos. Burton, sin entender nada, contestaba con la verdad: ni él mismo tenía aún resuelto el cómo se verían Catwoman y el Pingüino.

El cineasta comenzó a sentir el riguroso control del estudio. Si bien no es raro que los dueños del dinero quieran saber en qué se están invirtiendo sus dólares, aquello era una intromisión como nunca antes había experimentado director alguno. El acabose vino con el primer corte de la cinta. Burton se había tomado muy en serio aquello de poder hacer una cinta bajo sus propios términos, y justo eso fue lo que entregó: una fantasía oscura, de estética semi noir, con un villano que secuestraba niños, mordía narices, nalgueaba mujeres  y comía pescado crudo.

Existe la concepción generalizada de que fue Nolan quien trajo el grim & gritty al universo Batman y que sus tres películas son las primeras que se permitieron ser “Sinfonías Oscuras” sobre el personaje. Pero no es así, antes que Nolan, Burton hizo de Batman Returns una cinta de tonos tan oscuros que parecía hecha con tintero. Tanto que la película le costó la chamba y metió en serios problemas a la Warner Brothers.

Primero fueron los críticos. Los Angeles Times escribió: “es una cinta claustrofóbica y opresiva que erradica todo indicio de gozo”. Time Out dijo: “Más grande y ruidosa pero también más ruda con su audiencia”. Y el legendario Roger Ebert opinó: “Los superhéroes y el cine noir no pueden ir juntos”.

Luego fueron los padres de familia. Furibundos con lo que se veía en pantalla, muchas asociaciones de padres de familia le escribieron a Warner Brothers para poner una seria queja donde, literal, les pedían que “pensaran en los niños” antes de hacer otra película de superhéroes como esta.

Y finalmente fueron las empresas. Principalmente McDonalds. Los dueños de “La Cajita Feliz” fueron igual de duros con WB al criticar la cinta. ¿Cómo iban a poner en la sacrosanta caja a Danny DeVito comiendo un pescado crudo y con una especie de baba negra saliendo de su boca?, ¿cómo promocionar la cinta con una Gatúbela tan sexosa y cuyo traje parecía salido de alguna fantasía de fetichismo bondage?

Ese fue el fin. Con una taquilla mucho menos atractiva que la cinta original. Los días de Burton dirigiendo a Batman habían terminado. Al menos fueron sutiles, el director cuenta la anécdota de cómo, en una reunión, lo convencieron de no hacer la tercera parte. “Les exhibí las ideas que tenía para una tercera, al terminar, en tono condescendiente me dijeron ‘¿en serio quieres hacer la tercera?, tu carrera va iniciando, sería una lástima que te estancaras en un sólo personaje, ¿por qué no sigues con tus otros proyectos?, nosotros te apoyamos’”.

Mientras tanto, Warner empezaba negociaciones con un nuevo director. Joel Schumacher prometía entregar una película sin los problemas que les había provocado Batman Returns, una cinta que fuera familiar y divertida. Con colores neón.

Burton entendió de la manera ruda cómo es que se hace una película de franquicia. A pesar de que Nolan se salió con la suya, lo cierto es que los estudios tienen cada vez menos tolerancia al cine de autor, y mucho menos les interesa que este tipo de directores tengan el control creativo de un juguete que al fin y al cabo no es suyo, llámese Superman, Batman o Avengers.

Todo esto sucedió en los albores de los años 90, y sin embargo esa aversión por los autores está más viva que nunca. Para muestra dos perlas. Uno: la renuncia de Phil Lord y Chris Miller, a varias semanas de iniciado el rodaje del spin-off de Han Solo. El pecado de estos “talentosos e innovadores directores”, como en su momento los llamó Disney, es que al parecer se pasaron de talentosos e innovadores. Disney argumenta “diferencias creativas” y reemplaza a ambos con Ron Howard, pupilo de George Lucas, quien definitivamente no se saldrá del redil

Dos: la nota aparecida en THR, donde se hace recuento de los planes del nuevo presidente de Warner Brothers, Toby Emmerich, quien entre otras acciones propone “evitar” contratar autores que exijan el corte final de sus cintas. El estudio que hizo carreras como la de Stanley Kubrick o Clint Eastwood, ahora prefiere contratar maquiladores, obedientes y bien hechos.

Esa es la cara actual del cine de superhéroes. Un mundo donde el auteur no es bueno para el negocio.

@elsalonrojo

@Filmsteria

Google News

Noticias según tus intereses