Los rituales sanadores existen porque los necesitamos. Y porque cumplen una función. Entender esto es la enseñanza más importante de las distintas religiosidades, de los chamanes y guías espirituales, de los maestros.

Esos rituales pueden ser de muchos tipos, cada cultura y cada grupo social adopta los suyos. Para algunos es el baño en un río o en el mar, para otros el baile hasta desfallecer, para unos más es perderse en el alcohol o alguna droga, para otros dormir o rezar o comprar. Hay quien quiere silencio y hay quien requiere ruido, uno soledad y otro compañía, este quedarse quieto y aquel moverse mucho.

En México tenemos un ritual sanador que ha sido nuestra salvación: es la capacidad de poner en reposo, como hacemos en las computadoras, nuestros problemas.

El puente Guadalupe-reyes es uno de esos rituales. Es un mes en el que hay reuniones y brindis y fiestas y vacaciones que nos permiten sacudirnos el polvo de nuestras penas y problemas. Y nos lo permiten aun si no tenemos nada de eso, porque el ánimo festivo es colectivo, porque hay en el aire una ligereza, una alegría, que le hacen bien al alma, al cuerpo, a la mente, al espíritu, al cerebro, al corazón de los individuos, de cada uno de nosotros, y de todos nosotros juntos como sociedad.

Los almacenes atascados de mercancias, los mercados llenos de alimentos, las mujeres que preparan adornos para sus casas y cenas para sus familias, las piñatas, los nacimientos, los árboles de navidad, las luces: el país huele a fiesta.

Y eso nos permite dejar atrás, aunque sea por un rato, por un breve lapso de tiempo, tantas angustias, miedos, dificultades y desgracias.

Ésa es la grandeza del mes de diciembre en la cultura mexicana: el ánimo en el que nos coloca. Por eso es un ritual sanador, porque nos da esa pausa, ese descanso que tanto necesitamos.

El año que termina fue muy difícil para los mexicanos, lleno de calamidades y desgracias. No estoy hablando de las tragedias que siempre existen, de las desgracias que les pasan a todos los humanos sin excepción, sino del hecho colectivo en el que vivimos cotidianamente los mexicanos, en el que campean la muerte y la violencia, a lo cual se agregaron en esta ocasión las inundaciones y los temblores.

Quiero creer que, aunque sea por un tiempo breve, diciembre nos cambia el chip del horror y el miedo en que vivimos, por el de la amistad, la familia, la cordialidad.

Christopher Domínguez Michael cuenta que al príncipe Siddartha le bastó con mirar a un mendigo, a un enfermo y a un muerto para ver en el sufrimiento la esencia de todo lo creatural y, sin embargo, le pareció que era posible liberarse de él.

No soy budista y no puedo entender eso de no sentir apego por los seres queridos y por los objetos materiales que acompañan, facilitan y embellecen nuestra vida, como método para la liberación del sufrimiento.

Tampoco soy cristiana y no puedo entender eso de la resignación. Es más, me enojo con quienes tienen como respuesta que los caminos del Señor nos son incomprensibles a los simples mortales.

Pero sí creo, como ya dije, en que cuando existe un ánimo colectivo de fiesta, de deseo de paz, de esperanza, sin duda puede aliviar por un rato las penas.

Y ese alivio da fuerza para retomar el camino, para seguir viviendo, para enfrentar los problemas y atenderlos y para seguir buscando cómo resolver lo que tenemos que resolver.

Por eso considero el mes de diciembre como un importantísimo ritual sanador.

Para aquellos que han perdido a sus seres queridos, sus casas, su salud, sus empleos y para aquellos que no han sufrido estas desgracias, pero viven en el temor en este país nuestro tan violento y corrupto, tan mal gobernado, tan lleno de impunidad, les deseo que puedan darse la pausa, que puedan tener un descanso mental y físico, que disfruten de este diciembre sanador.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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